Europa y Occidente

Mundo.

Se escucha la palabra Occidente en muchos medios españoles y extranjeros, en distintos contextos y con diferentes significados. Muchos desconocen su origen, su contenido cultural e histórico y comprender la   profundidad del término es algo que poco importa en unos tiempos en donde un relativismo contundente y una cierta apatía se encuentran en plena expansión.  

Además, varios diccionarios de lenguas europeas no abordan su definición cultural.  Esta circunstancia, en un mundo hiperconectado, en donde las noticias son instantáneas en cualquier parte del globo, produce que los mensajes emitidos tengan un significado equivoco, algo confuso y poco preciso.

Por ejemplo, en el Diccionario de la Real Academia en su acepción 4ª, define Occidente como el conjunto de paises de varios continentes, cuyas lenguas y culturas tienen su origen principal en Europa. No existe una acepción similar en el Diccionario de la Academia francesa, que en su acepción 2ª refiere a los paises signatarios del Tratado del Atlántico Norte a diferencia del Este, que eran signatarios del Pacto de Varsovia. 

En el diccionario británico Merriam-Webstar, como sustantivo, en su acepción 2º. b) define a Occidente como los paises no comunistas de Europa y América. 

En Alemania, el Deutsches Wörterbuch, no recoge una definición de Occidente en este sentido, pero en su diccionario etimológico confronta el Occidente cristiano con el Oriente pagano.

Ahora bien, definir Occidente en atención a la pertenencia o no a la OTAN o por tratarse de un país capitalista o comunista nos remite solamente a principios del siglo XX cuando el comunismo se impuso con furia en la Rusia en 1917.  Aceptar esta teoría supondría   reconocer al marxismo la capacidad para minimizar todo el potencial ideológico de lo que supone Occidente en el mundo. Obviamente no comparto esta opinión. 

Además, hay historiadores que lo definen acotándolo a un momento histórico muy concreto, aminorando su bagaje cultural e histórico, su capacidad de vida y progreso que siempre ha poseído. Para muchos autores, la civilización de Occidente empieza con la Revolución francesa y con Napoleón que durante más de un siglo confirieron un aspecto determinando a Europa, justifica Braudel.

Sin embargo, para otros muchos historiadores, el Occidente, sea civilización o cultura, hunde sus orígenes en los siglos.

La antigüedad griega y romana junto a la cristiandad fueron el germen intelectual de Occidente y de la originaria Europa de las cinco naciones: Italia, Galias, Britania, Germania e Hispania, el espacio en donde inicialmente brotó y creció. De esta última etapa quedan sus escritos, los hechos y los valores que reflejan: En la Galia, Gregorio de Tours y su Historia de los francos; en Hispania, La Historia de los reyes visigodos, vándalos y suevos de Isidoro de Sevilla y en Britania La historia eclesiástica del pueblo de los anglos, de Beda el Venerable.  Sin olvidar a Eginardo, cronista de Carlomagno.

 

Pero existen otras concepciones de Europa, para Dawson, Europa es una comunidad de pueblos que participan de una tradición espiritual común transmitida siglo tras siglo, raza tras raza, hasta extenderse por todo el mundo. Comunidad transnacional forjada en el espíritu como fundamenta   el filósofo checo Jan Patocka. Y para von Habsburg Europa no es tan solo una entidad geográfica y económica es también una unidad moral y cultural distinta e independiente del resto del mundo. 

De estas definiciones extraemos dos concepciones de Europa, una primera, de carácter amplio, construida sobre valores y principios que son expansivos ya que no se limitan al territorio geográfico sino al espacio ideológico, debe incluirse necesariamente a EE. UU.. Para Julián Marías, la conexión con EE. UU.  es necesaria pues ambas orillas del Atlántico se han convertido, hoy, en dos zona interrelacionadas de innovación histórica, constitutivas de la realidad de Occidente.

Y, una segunda, de carácter próximo, que personaliza a Europa frente a otros territorios por ser el lugar en donde se creó y fraguó un espíritu común y compartido entre las naciones que durante siglos alentó su desarrollo. Encontramos así lo que Diez del Corral reflexionó: Ni Europa como expresión geográfica ni Occidente como mera expresión cultural, sino Europa Occidental.

Este núcleo de pensamiento evolucionó hasta crear sociedades con un alto desarrollo humano y económico, y alcanzó cotas de bienestar inauditas en cualquier otra civilización, en cualquier otra época y lugar. 

¿Pero cuáles son las aportaciones de Occidente al mundo? Tres aportaciones principales podemos distinguir:  

Primera: La sustitución de lo mitológico e irracional por lo racional. 

Segunda: la creación del Derecho y sus instituciones, entre ellas el Estado de Derecho, la superación de la ley del Talión; el sentido romano de la justicia, la jurisprudencia, la codificación del Derecho con el Corpus iuris civilis y la equidad…; los derechos humanos resaltable, para nosotros españoles, la aportación de la Universidad de Salamanca en la época del Descubrimiento del Nuevo Mundo ; la igualdad entre hombre y mujer; la abolición de la pena de muerte; la regulación de la guerra conforme a principios consensuados.

Tercera: el cristianismo, religión mayoritaria en Europa y su concepción de progreso que generó, entre otras aportaciones, la separación del poder político del poder religioso; el reconocimiento de la dignidad de los hombres, su libertad de elección, el racionalismo construido sobre la axiología de Platón y Aristóteles y la armonización del pensamiento de Atenas, Roma y Jerusalén, junto al avance en la ciencia, la tecnología y el conocimiento en general. Un postulado característico en la urdimbre cultural europea es considerar que el progreso no implica tener más sino ser más, pero…ser más, sin hambre, sin sed y sin frio…

Podemos añadir más consecuencias de lo Occidental, para Hedley Bull, experto en Relaciones Exteriores, la sociedad internacional fundamenta históricamente la existencia de una cultura compartida de un mismo sustrato intelectual y moral que facilitaba la comunicación y reforzaba la percepción de unos intereses comunes.

Pero tras estas numerosas aportaciones, pocas son para todas las que fueron, subyacen tres valores que penetran toda aportación occidental. Es decir, constituyen los «fieles contrastes» de nuestra civilización, de tal modo que cuando se rompen, cuando se prescinde de ellos, lo actuado deja de ser propiamente occidental para convertirse en otra cosa, adulterada y falsa.

Los tres valores que fundamentan Occidente desde la vieja Grecia y nutridos durante siglos por el cristianismo son la verdad, el bien y la belleza. 

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