¿Renglones torcidos?

Los planes de Dios se manifiestan a veces de formas insospechadas

¿Renglones torcidos?. Fuente | El País.
¿Renglones torcidos?. Fuente | El País.

Mi amigo Emilio escribe semanalmente en un medio importante. Además de columnista es hombre de Armas y también escritor. Redacta con lenguaje muy claro y cercano. Engancha. Muchas veces lo hace sobre circunstancias de la vida diaria. Aparentemente, sus escritos  pueden parecer intrascendentes. Es una falsa impresión. Siempre queda, al menos, una sonrisa y el regalo de una fuente de inspiración práctica para la vida.

La pasada semana lo hizo sobre “Los renglones torcidos de Dios”, novela que fue llevada al cine recientemente. Como era de esperar, la versión cinematográfica no soportaba, a su juicio, la comparación. La cinta desmerecía de la obra original.

Nada extraño. Es lo que generalmente sucede. El texto pone en juego resortes capaces de activar el ejercicio de facultades humanas como consecuencia del diálogo directo y pausado con el autor. Los recursos audiovisuales, por el contrario, muchas veces las inhiben. La lectura concede las llaves que permiten acceder a estancias situadas más al interior de la persona. Y allí puede, sin el “ruido” de altavoces y sin el deslumbramiento de imágenes y efectos especiales, ver con mayor claridad el panorama que alcanza y, también, captar nutrientes y vitaminas que fortalecen su entendimiento y su corazón. Como ocurre con la lluvia. Todo agricultor desea que caiga fina y suave, porque permite traspasar la superficie del terreno e ir profundizando hasta la raíz. Un chaparrón fuerte aporta más cantidad de agua, pero su efecto es el opuesto. Apelmaza el suelo y lo compacta, haciéndolo impermeable. El agua no pasa y se pierde sin llegar a su destino.

Pero, volvamos al objeto de este artículo: la pregunta que le da título y su respuesta.

Una pista nos la ofrece la protagonista, Alice Gould, cuando dice: “Ah, qué terrible es el sino de los pobres locos, esos ‘renglones torcidos’, esos yerros, esas faltas de ortografía del Creador”.

Cuando Jorge Luís Borges fue nombrado director de la Biblioteca Nacional argentina, consideró como un privilegio irónico que, a pesar de sus graves problemas visuales, Dios le hubiera dado la oportunidad de dirigir una de las bibliotecas más importantes del mundo. En su Poema a los dones lo expresó con estas palabras:

“Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz”.

Los planes de Dios se manifiestan a veces de formas insospechadas.

“Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes” (Isaías 55, 6-9).

 

El Apóstol Pablo cantaba en su carta a los romanos “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor?” (Rom. 11:33-35).

A nosotros, que queremos saberlo y controlarlo todo, nos cuesta admitir que las razones de Dios desafíen nuestra lógica. En nuestras cavilaciones perdemos de vista que Dios escribe recto en renglones torcidos.

Seguramente habremos experimentado alguna vez un contratiempo, un revés, una desilusión, un fracaso,... que con el tiempo termina por resultar beneficioso para nosotros. Esta realidad quedó expresada en el refranero popular con un “no hay mal que por bien no venga”. O sea, que los acontecimientos no son lo que parecen, que hay un plan que no depende del hombre sino de Dios, que no es fácilmente descifrable pero que se conseguirá más tarde. 

Nunca habrá mal que por bien no venga si lo ponemos en manos de Dios, pues es el único capaz de sacar bien del mal. Lo que nos parece una desgracia, nos da una perspectiva que de otra manera no tendríamos, mostrándonos el camino de la vida como verdaderamente es, sin reducciones ni manipulaciones.

Los que nos auto percibimos fuertes, sanos, seguros,... cuerdos, deberíamos conocer cuánto de corvo y defectuoso tenemos que corregir. También, si las limitaciones que apreciamos en los demás nos mueven a la comprensión, al acompañamiento, la ayuda, o nos llevan a la burla, el desprecio, a arrinconarlos y abandonarlos o, incluso, a buscar la manera de deshacernos de ellos, utilizando cualquier subterfugio que presente nuestra acción como razonable.

Esos renglones torcidos nos retan a enderezar, en primer lugar, nuestro rumbo. Sentirse débil abre los ojos a la interpretación de esa escritura rizada, que nos habla a lo más profundo de nuestro ser y nos transforma. Porque es en nuestra debilidad donde se manifiesta el poder de Dios.

Mirando las impresionantes tallas de Cristo del genial Gregorio Fernández, podremos contemplar el rostro del amor de Dios surcado de huellas grabadas por el odio del hombre. Obtendremos las claves para descifrar el mensaje que El nos quiso dejar, y que lo explica todo.

¿Puede haber mayor “locura” que amar?

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