La verdad como valor de Occidente

Mundo.
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En el pensamiento griego el significante de verdad es alétheia, palabra con una honda dimensión filosófica que significa descubrimiento, revelación, quitar el velo a lo que se oculta y se cubre. La verdad es el descubrimiento del ser, la visión de la forma o el perfil de lo que es verdaderamente, pero que se encuentra oculto por el velo de la apariencia. Para Aristóteles, en su Metafísica, decir de lo que es, que no es, o de lo que no es, que es, es lo falso; decir de lo que es, es, y de lo que no es, que no es, es lo verdadero.

Nuestro Diccionario de la Real Academia en la acepción 1.ª la explica como la «conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente».  Definición que conecta   con la clásica adaequatio rei et intellectus, es decir, adecuación de la cosa al pensamiento. Es la aceptada por nuestra cultura occidental y ha posibilitado una visión del mundo uniforme y comprensible.

La verdad es el fundamento de todo.

Desde un prisma social, sin verdad no hay convivencia amistosa, tampoco convivencia   fructífera; sería imposible cualquier tipo de cooperación para emprender proyectos o para continuarlos…, para edificar civilización entre personas, pueblos o naciones.   

Desde un prisma personal, razona Ortega y Gasset en 1934 en Prólogo para alemanes, que sin verdad no hay hombre, pero también sin hombre no hay verdad. Podría decirse que es una cualidad constitutiva de la persona, la integra y completa, condicionando una existencia que puede ser plena por gozar de la misma; o puede ser inconclusa por serle ocultada. Para muchos filósofos y teóricos políticos es la única proposición necesariamente incondicional. 

Deriva de esta necesidad incondicional un apetito que llega a ser angustioso, cuando la verdad no se encuentra o es ocultada y simulada. Sócrates nos dijo que una vida sin afán de verdad no es vividera para el hombre. Y Cicerón recordaba en sus De Officiis que especialmente es propio del hombre su búsqueda.

Hay una obligación natural impuesta a la persona para descubrir la verdad, pero junto a esta carga, la verdad debe serle revelada por dos razones, por su dignidad, para evitar una vida construida sobre apariencias, sin mayor trascendencia y relevancia y sí, con un vacío absoluto.  O en palabras de Julián Marías   en su obra Cervantes en   clave española, una vida trivial, inauténtica, impersonal y no humana.  Y por Justicia, como expone Soloviov, por el derecho de las personas a no ser engañadas.

Consecuencia inmediata de la verdad es alcanzar la libertad, que libera al hombre del subjetivismo, de las opiniones y de las pasiones, de los poderes imperantes. Se alcanza así el bíon eudaímona kal alethinón, la vida feliz y verdadera, la autenticidad. 

No es una declaración milenaria y agotada de significado. Thomas Jefferson   en la redacción de la Declaración de Independencia de Estados Unidos el 4 de julio de 1776 incluyó la búsqueda de la felicidad como un derecho inalienable del hombre. Ha sido recogida en otras constituciones del mundo como en el preámbulo de la Francesa de 1787, la Islandesa de 2011, entre otras.  Felicidad como vida virtuosa tal y como expuso Aristóteles, tesis recogida por Locke. Su búsqueda, como afirma Julián Marías en la Tercera de ABC de 1994, tiene que partir de no engañarnos a nosotros mismos.

La verdad de la historia es otra necesidad para alcanzar la libertad del hombre. Una redacción interesada, cómplice de criterios subjetivos, implica someter al hombre a servidumbre. Imposibilita la comprensión de los acontecimientos del pasado que son referentes del presente.  Sencillamente, se trata de un ejercicio tóxico para la verdad, pues se enfatiza la apariencia de los datos ocultando lo que es verdadero y auténtico. Lo erróneo no puede fundamentar construcciones sólidas porque no ofrece consistencia para edificar un futuro duradero. La razón opera siempre con premisas verdaderas cuando se quiere alcanzar algo razonable. Ya Ortega expuso en su artículo Verdad y perspectiva, publicado en 1916, que discriminar la verdad por su utilidad o no utilidad integra el concepto de mentira.

 

Hay autores que deben ser consultados para profundizar en esta problemática.   Luis Suárez analiza esta cuestión en su libro La construcción de la cristiandad europea.  También Julián Marías, como recoge Darío Villanueva, advirtió sobre la destrucción de la verdad histórica y de la complacencia de vivir en la mentira con resultados que desfiguran lo que para mí es Occidente, porque en donde no se cuentan las verdades, tampoco se respeta la palabra.  

No se trata de que el historiador pueda realizar una actividad taumatúrgica del futuro, eso es imposible. El devenir de los tiempos posee una marcha lineal y no circular, como creían los griegos, todo, entonces, depende de nuestro libre albedrio en el presente. El historiador sí, en cambio, podrá exponer las consecuencias de los sucesos históricos y la precisión de esos mismos hechos.

Sobre estos antecedentes, Occidente se manifiesta como una civilización de carácter auténtico, en tanto se use la verdad como constitutiva de su ser y de su obrar, o de fatua vanidad, en tanto la falsedad impregne su esencia y actuación. 

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