“De todos los personajes que han surgido desde que soy periodista, solo me creo al Rey”

David Gistau es reportero sobre todos los géneros, aunque repose sobre las columnas que plantó en La Razón, ABC y El Mundo. Acaba de publicar Gente que se fue. Su onda es un periodismo libre, sin poses literarias ni afectaciones sociales, más necesario que imposible

David Gisatu y el periodismo ante un espejo de color auténtico. Foto: Álvaro García Fuentes
David Gisatu y el periodismo ante un espejo de color auténtico. Foto: Álvaro García Fuentes

Dos décadas en la prensa española con la personalidad de vetar con celo cualquier contagio. Más Tom Wolfe que Bud Spencer. Le llamaban trinidad: reportero, columnista y padre. El pensamiento escrito por encima de la pirotecnia. A la madurez, el verbo se hizo esencia. Navegó el Mississippi con Pepe Navarro. Anson le hizo fuste de opinión. Pedro J. le quiso Chaves Nogales. Umbral le dio alas. Y Pérez Reverte le ha descubierto el cuento a los 48. Feliz de volver a El Mundo. Dos décadas entre los golpes bajos de un parlamento sin altura. Con soltura. Ironía man. En busca de la cadencia de las guitarras de AC/DC para escribir sus palabras. Libre, apasionado del periodismo, alérgico al mamoneo social de una profesión entre la redacción y el copetín. Claro y rotundo, pero no hosco. Ni poses, ni peloteo, ni portazos. Amigo de la sana confrontación interna. Enemigo de las cabeceras-prisión. Jacobino en newbalances. Su ego está en el ring. Su anillo es la familia. Ni academias, ni despachos con tirantes, ni premios, ni historias tangentes. Periodismo bien leído, bien pensando, bien escrito. Boxeador. Sexador de la autenticidad. Rock sobre roca.

David Gistau 2Metro Bilbao. Madrid. Café Comercial. Al fondo. Dos con leche y una sola hora de conversación que sucede vertiginosa y llena de contenido. Casi una pregunta con respuesta por minuto. Rápido. Púgil.

Hemos venido a merendarnos su historia sin muffins, su licor de la sabiduría, su cafeína, su universo, su pasión periodística, la lista de sus compañeros de viaje, sus goles, sus ganas de rock, las fallas de los mitos, la voladura de los tópicos, su realidad, su cartón.

David Gistau mueve el balón en el centro del cuestionario. Ningún reparo en contestarlo todo. Ningún reparo en romper las preguntas hechas en domicilio para poner cada cosa en el lugar atractivo de los puntos medios. En sus palabras no hay hipérboles, ni quejas, ni rencores, ni pérdidas de tiempo. No hay fuego. No hay humo. No hay nada, parece, que no haya musitado unas cuantas veces antes de aparcar sobre ruedas. Y tampoco hay circunloquios políticamente correctos. Sí, sí. No, no.

A medio metro de mármol, como mucho, el corpulento veterano con escritura joven no impone. No impone, digo, como otros periodistas de su talla que andan como en andas de amor propio y parecen de hielo, y que yo no sé si es vanidad, si es falta de conocimiento propio, o si es una inseguridad grave dentro de un personaje débil. O si es una visión muy externa, un juicio demasiado rápido, un yo con la escopeta cargada. Este David viene sin honda a comentar la jugada trayendo a esta mesa del fondo un ambiente personal de puente, de abrazo, de empatía, de antropología casual de un país, una profesión y un reportero.

Hablamos de cabezas, de cabeceras, de cabecillas. Con un pie en las redacciones de España y el otro en un ring de barrio, este combate es como un té con melena suelta y con gancho.

Siempre le he imaginado como Russell Crowe en La sombra del poder

Igual me parezco más al Russell Crowe que dejó heladas a sus fans últimamente al aparecer gordo y con una gran barba blanca… ¿Es esa película en la que tiene un coche cochambroso, está siempre rodeado de basura, y con el pelo medio largo? Me copió él la estética, en cualquier caso…

También le he imaginado como Bud Spencer en Puños fuera, entre otras cosas, por esa forma suya de escribir con puños, pero sin violencia.

Bud Spencer es uno de mis ídolos de infancia. Mi padre me llevaba a ver sus películas con Terence Hill, como Le llamaban Trinidad. Pero mire hasta qué punto me he vuelto repelente con la edad, que me pasé toda mi infancia adorando esa película hasta que me di cuenta que el título contenía un leísmo y tendría que haberse llamado Lo llamaban Trinidad. No se cayó el mito de Bud Spencer por ese error, pero…

 

No es mi intención golpear a nadie al escribir. Con la madurez he entendido mejor que no se trata de eso. Quizás he perdido un matiz provocador en la manera de escribir, o al menos eso intento, para aportar algo más reflexivo. Con respecto al estilo, siempre he intentado que mi escritura sonara como el rock duro. Más que los puños y la violencia, busco la cadencia de Angus Young, el guitarrista de AC/DC. Prefiero el fútbol que suena a rock antes que a cuarteto de cuerda barroco tipo Guardiola. Me atraen las personalidades que suenan a rock and roll. Ese es el estilo que he intentado llevar a mis novelas.

En Golpes bajos suena esa cadencia casi en cada renglón.

Intenté hacer un ejercicio muy contrario al de la columna. La pieza española de la columna, tal y como la concebimos, es distancia corta y suele potenciar mucho el barroquismo y el estilo. Cuando escribo un texto más largo, con sus personajes y sus tramas, trato de hacer una pieza americana donde destaca la concisión, la preponderancia del verbo sobre el adjetivo, la reducción de las subordinadas al máximo posible. Busco que no haya ninguna palabra que no tenga su cometido en una frase, que las cosas se muevan, que cada oración defina un hecho. Se trata de ciertas normas de la novela americana que son completamente contrarias al estilo retórico.

Me interesa ese columnista, periodista, cronista, escritor que aparcó la vanidad para ser un trabajador con oficio, y, además, un buen padre de familia.

Los periodistas no son vanidosos. La vanidad la introducen los escritores que escriben en periódicos: los umbrales, los ruanos… El reportero no es vanidoso, es una rata callejera -en el buen sentido de la expresión- con su bloc de notas. Como yo quiero ser un reportero por encima de todo, creo que estoy a salvo de esas tentaciones, que son más literarias.David Gistau 3

De esa inyección de vanidad nos hemos contagiado todos, y más en estos tiempos de gloria de la marca personal…

Sea cual sea el cometido del periodismo y su naturaleza, cada vez guarda menos relación con el personaje pseudo literario de la columna que desarrolla un gran narcicismo y termina comportándose como alguien que se pone por delante de los hechos periodísticos que debe narrar. En el periodismo puro y duro, en el cronista, en el hombre que da noticias, esos defectos yo no los aprecio.

¿Cuántas atalayas autodestruidas forman parte de su biografía?

Tengo una aversión a la vida social relacionada con el oficio desde siempre, y va en aumento. Siempre digo “no” a congresos, charlas, ser padrino de una promoción universitaria… Aunque sé que me pongo un poco en riesgo de perder distancia con lo que puede funcionarme como fuente, ese mamoneo, ese roce social, es perjudicial para escribir, porque terminas sintiéndote atrapado por demasiados afectos y demasiados compromisos. Si eso es una atalaya, no la he destruido, porque no la levanté nunca.

Lo que sí he notado muchas veces es un impulso natural a intentar decepcionar cuanto antes a grupos de personas que consideraban que yo era su columnista. Me da igual que fueran mourinhistas, o adscritos a cualquier tipo de ideología política. Cuando noté que se establecía una relación de reciprocidad con un grupo al que se supone que te debes sentir obligado a satisfacer siempre con tu escritura, entendí que eso era un peligro para el periodista. Durante mi breve estancia en Twitter constaté esa realidad. No puedes guiarte por las ganas de agradar a conjuntos de seguidores. Al contrario: si hace falta, debes enfadarlos. Tú no escribes para confirmar lo que ellos piensan. No estás a su servicio. No eres su guiñol. Eres quien quieras. Si en algún momento chocas con personas que habían llegado a considerar que tú eras su periodista de cámara, acometes una locura muy sana. Mejor estar solo.

¿No cree que el periodista se siente cómodo con un grupo -si es amplio, mejor- de fieles seguidores?

Lo creo, y creo, además, que es una realidad que han agravado las redes sociales. Antes escribías un texto, lo colocabas, y no sabías qué pasaba con él. Igual te llegaba una carta o un mensaje de un amigo. Ahora colocas un texto, y si estás en redes sociales, a los cinco minutos tienen una reacción masiva, que no representa a todo el país, pero que es importante. Eso ha hecho que el periodismo adquiera una conciencia de su lector muy peligrosa. He visto a directores de periódico cambiar una portada en función de la reacción inmediata de Twitter, y a directores que hacían más caso a lo que decían sus seguidores que a lo que opinaban sus subdirectores. También he visto personas que cambiaban de opinión en televisión porque la que habían emitido no gustaba en Twitter. Son cosas que no me explico. Es mejor no ser consciente de todo eso.

¿El mamoneo del que hablaba antes abarca también al mundo de los tertulianos?

Eso, por lo menos, es trabajo, aunque sea un trabajo que, a veces, invite a la mofa. Me refiero más a hacer bolos, estar en eventos, presentar un libro, un coche o una merluza; a participar en una mesa redonda…

En ese camino que entierra al flautista de Hamelín para ser puramente usted mismo, ¿tienen algo que ver los cambios de periódicos en los que ha escrito?

No. Además, las cabeceras hoy marcan un poco, pero cada vez menos. Los lectores ya nos leen en otros ámbitos. Las cabeceras fueron espacios herméticos cuando la gente leía un solo periódico, pero eso ya se ha roto. He sentido más o menos afinidad a la gente que formaba parte de ciertas cabeceras, incluso me he visto más parecido a un determinado periódico, pero nunca he cambiado ni mi forma de escribir, ni mi relación con los lectores. Los lectores de los que soy consciente son los mismos en La Razón, en El Mundo y en ABC, más alguno añadido.

¿El Mundo es su mundo, o otros El Mundo fueron más su mundo ideal?

De todos los periódicos en los que he trabajado, El Mundo es al que más me parezco. Eso no quiere decir que debamos coincidir en todos los aspectos con una infalibilidad absoluta y que no podamos chocar de vez en cuando, pero tradicionalmente es el periódico que más se asemeja a mi forma de ver el mundo. Es un periódico completamente integrado en nuestra vida social, no está anticuado, comprende las cosas que pasan en la calle, entiende las evoluciones morales y los cambios sociológicos, y, al mismo tiempo, no es un periódico sectario de izquierdas, por decirlo de alguna manera.  Eso no significa que yo tenga que ser una especie de editorialista que acompaña al periódico allí a donde va. Mientras me salga espontáneo, muy bien. Mientas no, tendrán que soportar la contradicción interna. El Mundo es un periódico que soporta muy bien las contradicciones internas, con Pedro J. y sin él. En otros periódicos me he sentido un poco más hostilizado, porque quizás yo tenía una relación menos armónica con el ambiente.

¿Ha leído El director, de David Jiménez?

No.

¿Estar en ABC ha sido como ser un boxeador embutido en un pantalón de pitillo?

He trabajado muy a gusto en ABC, porque nadie me ha impedido hacerlo, pero los periódicos son como las personas, y es normal que tengas más o menos afinidad cuando los conoces. Si salgo de copas con El Mundo me lo paso mejor que si salgo con ABC. Tengo la impresión de que esa sensación era recíproca, no me estoy victimizando. No estábamos hechos el uno para el otro, y nadie tiene razón sobre el otro. Al regresar a El Mundo es como si se hubiera corregido una pequeña anomalía y todo haya vuelto a estar en su sitio.

Parece que, con su vuelta a El Mundo, ABC ha perdido un tren para rejuvenecer su proyecto.

No sé dónde pone la frontera de la juventud, pero Hughes es joven, y no sé qué edad tiene Rosa Belmonte, pero escribe joven. ABC es un periódico muy literario donde los columnistas tienen mucho peso. Es un periódico para que escriban y lean personas maduras, pero es verdad que mi marcha, o la de Emilia Landaluce, han sido como si se le hubiera bloqueado una generación nueva. Se ha perdido un próximo eslabón que podría haber madurado dentro. El por qué no ha sido posible es una pregunta que habría que hacerle al periódico.

¿Nunca le ha tentado escribir en El País?

Ahí no me veo, ni El País me ve a mí… Es un periódico muy bueno en muchas cosas, pero no tolera las contradicciones internas.

¿El País de Soledad Gallego es más abierto que el de Antonio Caño?

El País nunca ha sido un periódico abierto, digan lo que digan. Nunca ha sido un periódico que concediera la misma importancia que los demás a la firma. En El País siempre ha quedado claro que la cabecera es lo más importante, que todo el mundo debe estar subordinado a la cabecera, cosa que en El Mundo no ha pasado nunca. En El Mundo se admite un grado de locura a quienes escriben ahí, que a veces se contradicen entre sí o con el periódico, o van por su cuenta… Eso, en El Mundo, no solo se tolera, sino que se potencia. El País es un periódico mucho más ahormado, en ese sentido. Con Caño se hizo algún experimento que los viejos mandarines del periódico y los lectores no admitieron bien, y con la nueva dirección se ha convertido en un medio más ideológico. Por otra parte, las grandes banderas que defiende El País a mí me hacen incompatible. Un periódico que ha decidido convertirse en un púlpito feminista y sanchista, que además no tolera salirse del guion… ¡Qué pinto yo ahí! Es el único periódico en el que sé que nunca trabajaré.

Me lo imagino una media mañana. Los niños en el colegio. Usted, que llega de la radio, se sirve una cerveza, la tele de fondo, mira con cierto desdén a los tertulianos, suspira, y escribe como si ese mundo de los medios de ficción fuera otro planeta.

Lo de los niños es verdad. Lo de la cerveza tan temprano, no. Más tarde, tal vez, y siempre después de trabajar. Pero hay dos caracterizaciones que no creo que me correspondan. Yo no estoy por encima de nadie en la profesión. Yo también hago tertulias en radio. Sé que la gente curra porque lo necesita. A mí una impostura literaria no me impediría ir a trabajar a cualquier programa de televisión si me hiciera falta para pagar el colegio de mis hijos. En esa situación están todos los demás compañeros. No desdeño a nadie. Puedo mirar regular a la gente que escribe mal, porque entramos en un terreno al que doy mucha importancia, pero poco más.

Me pinta también de una forma muy desconectada con la profesión. ¡A mí me gusta mucho la profesión! No hago periodismo con desgana. Me gusta mucho ser periodista. Es verdad que no todas las mañanas son vibrantes, ni siempre te toca cubrir algo especial o emprender un viaje. No siempre te corresponde estar un mes siguiendo un Mundial de fúbtol a pie de campo o en una sesión de investidura, pero trabajo con entusiasmo. Y, desde que he vuelto a El Mundo, más, porque se me ha resucitado mi conexión con el periódico.

Usted nació al cuché por la influencia de su padre, por el olfato de Umbral, por el pesquis de Anson y por las reminiscencias de Hemingway. ¿Me detalla los niveles de influencia de estos caballeros en su vocación periodística?

Mi padre fue involuntariamente importante para mi vocación periodística. Él fue el abogado del diario Pueblo. El hecho de ir a verlo a la redacción, que estaba en la calle Huertas, y palpar cierto ambiente, me influyó, claro. Tengo un recuerdo particular del primer capítulo en el que quise ser periodista. Cuando tenía seis o siete años, mi padre me llevó un día a comer con periodistas y, de repente, apareció un chaval al que habían acuchillado en la cara. Iba a la comisaría de enfrente del periódico a denunciar el episodio con una hemorragia muy seria. Fue una visión poderosa para un niño de mi edad. Me acuerdo de que el policía no le dejó entrar para que no manchara… La reacción de los periodistas que estaban con mi padre fue ir a por un fotógrafo, porque tenían delante una noticia. Sin la menor compasión por el tipo, los periodistas de Pueblo que habían bajado a comer una trucha a la navarra no iban a permitir que se les escapara el personaje. Ahí mismo le hicieron una entrevista, unas fotos, y en esa escena impactante pensé: ¡Joder, cómo mola esto! Me pareció la captura en vivo de una historia, un reflejo del automatismo periodístico, un desempeño bonito.

Anson fue una ayuda cuando estuve en La Razón, aunque después hemos perdido el contacto. Con él me hice columnista. De todas formas, cuando ya tenía allí mi columna, una vez coincidí con él en el ascensor. Subimos un par de pisos mientras me miraba de reojo, porque yo tenía mala pinta, el pelo largo, y todo eso. De repente, me preguntó: ¿Tú trabajas aquí? Le dije: soy columnista tuyo... Lo cuento también para relativizar las cosas…

¿Umbral?

Fue una persona importante y muy admirada por mí. Con él tuve una bonita relación más de amigos que de posible discípulo al final de su vida.

¿Le presentó a Pedro J.?

Él me apoyó para que entrara en El Mundo, y me citaba en sus columnas para crearme una expectativa. Pedro J. me llamó cuando Antonio Burgos se marchó a ABC. Para conectar conmigo, utilizó de intermediario a Melchor Miralles, al que yo conocía de unos trabajos en televisión. Pedro J. siempre me dijo que me había echado el ojo y estaba esperando un hueco para meterme en el periódico, aunque él, con muy buen criterio, me quería más de reportero que de columnista. Tenía yo, entonces, unos 26 o 27 años.

¿Hemingway?

Soy un gran admirador del periodismo americano, aunque ahora esto sea un tópico. Eso va mucho más allá de Hemingway: Milton, Mailer, por supuesto Tom Wolfe… Es ese género que se inventa el gran reportero que acude a los acontecimientos con licencia literaria para introducirse como “yo” en el texto, e interpretar al mismo tiempo que lo cuenta sin dejar de contarlo. No sé si ese género lo inventan los americanos, porque aquí también lo hacía Chaves Nogales. Ese es mi género periodístico ideal. De Hemingway me interesa más su faceta literaria, aunque es una influencia evidente en mi manera de entender y ejercer el periodismo.David Gistau 4

¿Más personas que hayan sido importantes en su trayectoria profesional?

En los últimos años, la persona más importante ha sido Luis Enríquez, actual consejero delegado de Vocento. A parte de ser uno de mis mejores amigos, es el que me llevó a ABC con la intención de que, juntos, intentáramos proponer un aggiornamento del periódico. Por primera vez, con él, además de escribir en un periódico, también trabajé en el ámbito teórico sobre un proyecto periodístico. Fue muy bonito. Es la persona con la que mejor me he entendido y con la que mejor he trabajado en estos últimos años de profesión.

Su padre murió cuando usted tenía 15 años. ¿Aquel acontecimiento tiene algo que ver con su estilo de escritura?

No creo. Tiene más que ver con la forma en que rearma su vida un niño que pasa por ese episodio. Seguramente influye mucho en la relación que tengo con mis hijos y en aspectos muy personales.

¿Qué literatura brilla en el periodismo del siglo XXI?

No creo que haya que distinguir entre periodismo y literatura. Yo, al menos, diferenciaría más bien entre escritura narrativa y escritura opinativa. En periodismo, la escritura narrativa son la crónica y el reportaje; y en literatura, la novela. La escritura más reflexiva en el ámbito periodístico es la opinión, y en literatura, el ensayo. Ahí está la porosidad. La praxis del reportero es adaptable a la novela, y la del ensayista, al artículo de opinión. Es la conexión que veo. No creo que haya que dar por supuesto que un buen narrador es necesariamente un buen pensador, y que un buen reportero deba ser un buen columnista. De hecho, hay grandes novelistas narradores cuya opinión es estúpida. Y al revés, existen grandes pensadores que no saben contar nada. Cuando he intentado escribir novela he sentido que daba una continuidad al perfil de reportero.

En estos años, dice, ha madurado. Y ha hecho esfuerzos para que la idea prime sobre el estilo en sus textos. ¿Cómo se consigue avanzar hacia esa sencillez?

Lo normal es que, con la edad, tanto para leer como para escribir, te atraigan cada vez menos los jueguecitos, la pirotecnia del estilo, hacer frases, y en cambio necesitas que destaque más la idea, el pensamiento. Ahora me cansan las columnas barrocas llenas de estilismo, porque lo que quiero es que me cuenten algo, que me hagan pensar. Hay muchas columnas con grandes piruetas de estilo en las que, más allá de las ocho frases redondas, no captas ni lo que te han querido decir, y a mí eso ya no me sirve.

Escribir no es lo mismo que hacer frases. El estilo debe apagarse un poquito para dejar que surja la idea. Ese hallazgo me ha distanciado de Umbral. Es más, hace ya tiempo que me propuse dejar de ser conocido como un umbralito, y no porque tenga nada en su contra, sino porque yo quería escribir de otra manera. Quería parecerme más a otros, a Chaves Nogales, por ejemplo. Aunque la mano barroca se me sigue escapando un poco, porque la tengo metida en el código genético, ando potenciando la responsabilidad de aportar reflexiones. No pasa nada por aderezar un texto con datos. No es una traición literaria. Esta conversión me ha hecho cambiar como periodista, aunque mucha gente no lo entienda. Tengo 48 años. No puedo seguir jugando al hula hoop en el patio del colegio. Hay que crecer, aunque, seguramente, me he pasado creciendo y ahora ya soy viejo…

¿En la radio también pelea esa sencillez de estilo en el hablar?

La radio no la teorizo. Voy, ficho, hago, y no vuelvo a pensar en la radio. A mí lo que me gusta y en lo que pienso es en el periódico. En casa, si pongo la radio es Rock FM.

¿Con Carlos Herrera tiene especial sintonía o había más afinidad con Carlos Alsina?

Con los dos, siendo ellos muy diferentes. Como no soy un gran profesional de la radio, sino un colaborador por afición, a mí la radio me sale mejor cuantos más amigos tengo ahí dentro. Para mí, el éxito de la radio es trasladar la sensación de una conversación de amigos en un bar, que es lo que conseguimos con La Cultureta. Con los dos Carlos he hecho radio muy a gusto. Con Herrera me entiendo muy bien y vamos muy sincronizados cuando hay que hacer un salto de lo trascendente al chiste, o al cambiar el registro para introducir interferencias humorísticas en medio de una conversación quizás más pesada. Con él, además, he estado muchas veces fuera de la radio.

¿Cómo se entendió con Alsina?

Alsina es más retraído y menos cachondo que Herrera, pero tuvimos mucha afinidad también haciendo radio. Otra cosa es que la relación personal no continuó cuando me fui de Onda Cero, porque él se enfadó muchísimo.

¿Hay que cumplir 48 para que nadie le tosa, para que le dejen ser libre, para que nadie ajeno a usted dirija sus textos periodísticos?

No, hay que tener mala leche. Yo siempre he sido muy borde en el celo por resguardar mi espacio. A veces, demasiado, porque tampoco te puedes ir dando portazos cada vez que te dicen algo…

¿Y a un jefe de Opinión más joven se lo pone fácil?

Jorge [Bustos] y yo somos amigos desde hace tiempo. Además, él en la vida me ha llamado para que diga o deje de decir algo. ¡En absoluto!

Su amistad más manifiesta en el mundo de la columna es con Manuel Jabois.

Sí. Nuestra amistad es un canto a la falta de sectarismo, porque nuestras columnas políticas no pueden ser más opuestas y, sin embargo, eso nos da igual.

Hubo una época en la que Gistau, Jabois y Bustos eran como tres líneas paralelas que se cruzan.

Sí, hace ya unos años parecía que estábamos sincronizados como en un baile. Hacíamos crónica parlamentaria, fútbol, columna de opinión, y coberturas especiales.

Faltaban los toros.

Los toros nunca nos han interesado demasiado.

Hablando de ruedos y de crónicas parlamentarias. Después de tantos años contándonos lo que sucede en el Congreso, al final los cronistas sois los más estructural en el entorno político. Cómo ve usted ese tendido.

Cuanto más asustado está el padre de familia que soy, más divertido está el periodista que también soy. Los tiempos son espantosos para la estabilidad y las certidumbres, pero maravillosos para hacer periodismo. Desde el 15-M hasta ahora estamos viviendo unos años -y estamos teniendo la oportunidad de escribir sobre ellos- totalmente excéntricos. Vivimos la voladura de una época y el nacimiento tortuoso de otra que no acaba de surgir. La desaparición de los partidos políticos que ya no pueden gobernar, lo de Cataluña y el golpe de Estado de los independentistas, la forma y las circunstancias en las que abdicó el Rey Juan Carlos, lo que está haciendo este otro Rey, la caída de la casta política, lo que ha cambiado la calle, la corrupción… Muchas veces hacía la broma de exaltar la suerte que tenían profesionales como Norman Mailer que, más allá de su talento, vivieron una década maravillosa. Decía que era muy fácil hacer periodismo en la década en la que matan a Martin Luther King, mientras a nosotros nos tocaba Aznar… ¡Ahora tenemos nuestra década! ¡La estamos viviendo!

¿El periodismo está aprovechando el momento?

Estamos un poco abrumados por la opinión, el servicio a los partidos, y por la mesa-camilla de las tertulias, que no deja de ser una prolongación de la pelea política. Todo eso es muy inmediato, muy diario, muy instrumental. Pero también hay gente haciendo buenos trabajos. El libro de Rafa Latorre -Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido- es estupendo. Ahora se tienen que ir decantando libros y series sobre esta época tan buena…

Emilio Aragón se plantea hacer una serie de comedia política

Temas hay… Una serie como la italiana 1992 sobre Mani pulite entraría muy bien. Bárcenas tiene una serie, de hecho, ya le han hecho una película, El reino. Es una gran época para ser periodista, novelista, director y guionista de series, y a la vez hay miedo e incertidumbre, pero como en mí siempre predomina el periodista sobre el padre, pues… ¡Al parque de atracciones a disfrutarlo!

Las referencias sobre Gistau reseñan que fue guionista de televisión. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Con quién?

Poca cosa… Yo llegué tarde a los periódicos. El primero en el que trabajé fue La Razón desde 1998, con 28 años. Antes estuve un tiempo en un par de revistas de viajes, compaginándolo con la mili, incluso, y luego me metí en televisión. Unos amigos iban a hacer unos guiones para teleseries de humor y me invitaron a la aventura. Aquello me llevó a trabajar con Pepe Navarro en el Mississippi, en La sonrisa del pelícano y esas cosas… Después surgieron posibilidades de hacer series de ficción, capítulos, cositas, hasta que Antena 3 me contrató como guionista fijo en programas como especiales de Navidad. Cuando digo que fui guionista soy consciente de que no fui Aaron Sorkin…

¿Con Pepe Navarro, bien?

Hacer un late night fue una etapa muy divertida. Acabábamos a la una de la madrugada del programa y después salíamos juntos con él. Era una vida para tener 27 años y estar solo en casa. Ahora sería diferente. 

¿Cuántos enemigos se gana un periodista reconocido cuando decide que su vida real trasciende una redacción?

Enemigos, ninguno, pero te encuentras con directores para los que no estar disponible las 24 horas de los siete días de la semana es un problema… De todas formas, creo que los propios directores se dan cuenta de que hay edades. A un joven reportero de 25 años que está empezando le puedes pedir que viva solo para su trabajo. A un señor de cuarenta-cincuenta-sesenta, que tiene familia, el director es consciente de que debe respetarle sus espacios familiares. Eso es compatible con no decirle siempre que no a tu periódico porque el niño tiene una función, porque igual te animan a hacerte funcionario del ayuntamiento. De todos los directores que he tenido, al que creo que más le molesta esa falta de disposición absoluta al medio es Pedro J. Me consta que una vez invitó a comer a Manuel Jabois y salí yo en la conversación. Pedro J. le dijo que me quería mucho, pero que no sabía si estaría dispuesto a algo “con eso de los hijos”… Pues es verdad. A lo mejor ahora no estoy dispuesto a dejar en la estacada a mi familia por cubrir cualquier cosa.

¿Estar de vuelta de casi todo ayuda a ser más objetivo o a ser más cínico?

Más descreído… Tampoco sé si estoy de vuelta de todo, pero es muy difícil haber pasado unos años haciendo periodismo político, habiendo conocido a sus protagonistas, y el mundo interior de los partidos, y de la vida parlamentaria, y no ser descreído. Si no te pasa eso es que eres o muy bobo, o muy idealista, o muy militante. La experiencia de convivir con la política como periodista durante años no puede más que obligarte a despreciar todo eso o, al menos, a no creerte nada. Además de un cierto cinismo, eso ha provocado en mí ese punto irónico al escribir con el que intento evitar ser muy catastrofista. No me podéis pedir ilusión, porque no la tengo. No me podéis pedir que crea en esta gente, porque es imposible. No me podéis pedir que milite en un partido, porque lo considero contradictorio con la vocación periodística. No voy a servir a nadie. No voy a escuchar a nadie. Pero, para no ser un tipo demasiado amargo, regalo la posibilidad de reírnos juntos de esta gente, salvo en cuestiones donde nunca cabe un chiste.

No hay más que ver la que se ha liado estos días con las negociaciones y los pactos de poder, que ha sido como ir de rebajas a Harrods y ver a las viejas pegándose por una enagua. ¿Quién puede respetar a esa gente? ¡Es imposible! De todos los personajes que han surgido desde que soy periodista, solo me creo al Rey Felipe. ¡Al único! Que esto lo diga un republicano jacobino a la francesa como yo, tiene mérito, pero respeto a un tío que pone mala cara porque la bandera de España no ondea como debe, porque se nota que se lo cree.

Dijo Anson sobre usted cuando apareció su libro Gente que se fue: “Será uno de los grandes novelistas del siglo XXI”.

¿Cuándo dijo eso? No me enteré…

En el programa de Jiménez Losantos. ¿Cómo va esa profecía?

Lenta… Además, tampoco hace falta. En los últimos tres años he conseguido sacar dos libros. Compaginándolo con la familia y con el trabajo, está bien. Por motivos distintos, los dos me han dejado satisfecho. Me he quedado contento, porque no pretendo hacer lo que dice Anson. No hago aeromodelismo, escribo novelas, pero es un hobby. Haberme liberado de tener que intentar ser Balzac es muy relajante, muy liberador, y me permite escribir tranquilo, sin más voluntad que hacer una cosa digna que le guste a cuatro o cinco. A estas alturas de la vida, es más probable que me toque la lotería a que me convierta en un autor de best sellers.

Federico Jiménez Losantos, en ese mismo programa, decía que usted les debe “una novela grande, ahora que está en tu mejor momento”. ¿Está en su mejor momento? ¿Qué significa ese mejor momento?

Yo también siento que estoy en mi mejor momento. Me siento más listo y mejor posicionado que hace años. Tengo suficientes lecturas, suficiente conocimiento de la historia del mundo, de lo que me rodea. Hay un cierto cuerpo de cosas recibidas y un humus cultural que ha germinado. Hay un cierto apaciguamiento de ciertas cosas que en la juventud son muy pesadas, como la prevalencia de l'enfant terrible que debe epatar a alguien todos los días… Creo que la profesión me considera bien. Los políticos y la gente me hablan, tengo acceso a información, y conservo muy viva mi vocación, porque me gusta mucho mi oficio. Me siento muy bien trabajando ahora, mucho mejor que con 25 o 30 años. Noto que antes me faltaba conocimiento sobre muchas realidades. La madurez es buena para el periodismo. En los medios ha sucedido algo trágico con los EREs: por abaratar costes se ha despedido a los más veteranos, y con esa gente se han ido agendas telefónicas de primera, la capacidad de escribir con memoria fresca…

Usted denunció la censura periodística de la etapa de Rajoy. ¿Celebró la caída de Soraya Sáenz de Santamaría?

Celebrarlo, no. No era nada personal. He denunciado eso, y lo mantengo, y no culpo a Rajoy, porque él ha tenido una relación con el periodismo más bien desdeñosa. Nunca se molestó en buscar a los medios, y pienso que es hasta elogiable. Pero durante su mandato existieron dos personajes muy nocivos: la secretaria de Estado de Comunicación y la vicepresidenta de su Gobierno. Han sido las personas más crueles contra la libertad del periodismo en España que he conocido. Las más agresivas. Las que más han intentado cortar cabezas. Las que más han tratado de crearse una cuadra de periodistas endogámicos, de personas controladas. Yo no tengo memoria de lo que fue trabajar durante los mandatos de Felipe González, pero sí la tengo con Aznar, y con Zapatero, que me parece un presidente desastroso en casi todo, y, sin embargo, era más tolerante. Zapatero creó sus medios, pero no hostilizaba al periodismo. ¡Lo de Soraya y Martínez de Castro ha sido increíble!

Cuentan que tanto Carmen Martínez de Castro como Soraya Sáenz de Santamaría, antes de asumir tanto poder, se trabajaban a los periodistas, y se iban de cafés y cervezas con ellos…

Efectivamente. Fue una transformación increíble. Carmen fue subdirectora del programa de Carlos Herrera. Nos conocíamos, tomábamos café. Cuando la nombraron secretaria de Estado de Comunicación, me enviaba mensajes para tratar de influir en mis opiniones. Esos mensajes se convirtieron después en reprimendas por lo que yo decía. Le pedí que no me volviera a escribir nunca y ahí se acabó nuestra relación.

¿Y Soraya?

Igual. Un cambio radical que ilustra la siguiente historia: ella participaba en una comida fija mensual con Raúl del Pozo y otro periodista. Me invitaron un par de veces. En una ocasión vi que el otro periodista no estaba, y me dijo María Pico: “Ha escrito una cosa que no le ha gustado a la vicepresidenta y está castigado”. ¿Cómo? ¡En función de si agradas o no a la vice eres admitido en una mesa que empezó siendo de amigos!

¿Se siente cuentista?

¿En lo personal? ¿Si soy un mentiroso?

No, hablo del género…

El cuento es un género que he descubierto y me atrae mucho. Es como hacer un videoclip. Cuando estoy con una novela, siempre pienso en escribir otra, y voy con mi libretita en la que anoto posibles temas. Ahí tenía reflejadas algunas posibilidades que me parecía que no aguantaban 300 páginas, pero sí veinte, y de ahí salen todos los cuentos de Gente que se fue. El culpable de que haya descubierto el cuento es Pérez Reverte. Somos amigos y cenamos de vez en cuando. Él siempre quiere que sus amigos escribamos. Le pasé 30 páginas de una novela que nacía y al día siguiente me llamó para decirme que estaban bien, pero que no tenía trama para una novela. ¿Qué hago? ¡Haz un cuento! Y quedó inaugurado ese pantano.

¿El mundo de las academias le pilla lejos?

No pertenezco a ese mundo. No tengo ni interés, ni vocación, ni forma de ser para poner un pie en esos ámbitos. Ni siquiera me meo en la Academia, como decían que decía Umbral. No tengo aspiraciones institucionales, ni basadas en premios. De verdad. Mi vida es mucho más sencilla.

Y cuando sus hijos se hagan mayores, ¿se vería dirigiendo un periódico?

No me veo dirigiendo un periódico, y además no quiero pasarme doce horas al día en una redacción de reunión en reunión. No va con mi personalidad. No quiero entrevistarme con jefes de empresa. Quiero escribir. Lo que sí me gusta es que el director me pregunte cómo veo el periódico, qué sección se podría crear, y aportar algo al proyecto. Con eso disfruto mucho.

Hábleme de las plumas de…

            Arcadi Espada

            Me gusta mucho. Es el personaje que mejor representa el predominio de la idea sobre el estilo. En ese sentido es muy catalán, muy Pla. Otra cosa es que se sienta obligado a ser el que lleva la contraria a todo el mundo, pero eso es una decisión suya. Representa a la inteligencia sobre los juegos florales del estilo.

            Almudena Grandes

            No la leo. No tengo opinión sobre ella.

            Ignacio Camacho

            Me encanta. Es un periodista con una autoridad moral gigantesca que le reconocemos todos. Cuando él habla, todo el mundo se calla. Siendo un columnista, conserva la forma de trabajar del periodista. Es un tipo que llama, pregunta, va, se entera. No es de voy a citar a Heródoto a ver si así impresiono a los bobos… Tiene contactos, fuentes, y las utiliza. Todo eso es una lección.

            Jorge Bustos

            Me gusta mucho. Lo veo muy vinculado al siglo XIX y a la tradición columnística de España. Desde que es jefe de Opinión de El Mundo se nota que tiene más información y más solvencia. Si me pidiera un consejo, le diría que se fuera de Twitter y desterrara ese personaje polémico que disfruta pegándose con todo el mundo.

Apuesta por el éxito de tener “una familia convencional”. Es semi aficionado al toreo. Escribió las vergüenzas de ZP… ¿A usted le llaman facha, o no se atreven?

Me imagino que sí, pero no a la cara, porque sería de mala educación… En el sectarismo y la bipolaridad que existe en España, me imagino que estoy claramente encuadrado con lo peor del fascismo renacido. Sin embargo, he conseguido tener buenas relaciones personales con la gente de la profesión, más allá de dónde estemos cada uno. Me he esforzado para que así sea. Yo no quiero jugar el papel del personaje televisivo que se pelea a gritos por dinero. La confraternización con el compañero de profesión la he puesto siempre por encima de todo. No creo que ellos me llamen facha, o igual, también, pero con aprecio…

Su pasión por el boxeo ha resucitado.

El boxeo me gusta de verdad, no es una pose literaria. Empecé a boxear con 17-18 años con los amigos del barrio que conocí en el gimnasio Metropolitano, cerca de Reina Victoria. Lo dejé por las cosas de la vida. Cuando estaba a punto de cumplir los 40 me di cuenta que me había perdido quince años de boxeo y volví. No estaba en forma, pero después de pasarlo mal, ahora mismo estoy otra vez como podría haber estado de no haberlo abandonado. Lo necesito muchísimo.

¿Dónde está el ego de Gistau?

En el boxeo, claramente. No se puede imaginar lo frustrado que me voy del gimnasio los días en que me sale mal un guanteo… Cuando me va bien, me llevo a mi mujer a cenar y descorcho champán. ¡Es lo que más me afecta!

¿Qué-Quién es su Goliat?

Jero García, mi entrenador y otro de mis grandes amigos. Le admiro mucho. Es mi respuesta sin dudar a esa pregunta que utiliza en ocasiones Pérez Reverte: “¿A quién querrías tener de compañero de remo en un naufragio?”.

A los 48 y sobre el ring, ¿cree que va ganando?

Sí, porque se avanzas en mañas, ves venir al rival, entiendes mejor lo que te pasa ahí arriba, todo va más despacio y lo entiendes mejor. En la vida sin metáforas, ahora, cuando voy a boxear, me pregunto: ¿Cuántos miércoles me quedan? ¿Y el día que me diga “se acabó el boxeo” cómo me afectará?

Lo del boxeo es más fuerte de lo que me imaginaba.

Tan fuerte que mi memento mori, mi ansiedad con la edad, me ha llegado por el boxeo. Desde el día en que me planteé cuántas veces más podría guantear sobre el ring. Lo compartimos los compañeros boxeadores de la misma edad. Eso no me pasa con la escritura, porque ahí la edad aporta cosas buenas.

REBOBINANDO

He pagado los cafés. Me he despedido de David. Y me he ido al metro con el hámster pedaleando fuerte por dentro. Después he tardado casi seis horas en transcribir toda esta conversación. Play. Stop. Volumen. Play. Pause. ¡Qué interesante! ¿El qué? La persona, el discurso, las ideas, las sugerencias, las imágenes, la naturalidad, la autenticidad, la sencillez, la gente de cuarzo que se muestra de cristal y se fuma un puro como una olla.

Vagón. Gente que juega a las bolas. Gente que lee. Gente que mira al “salida de emergencia”. Anoto en mi bloc: “Pirotecnia del estilo”, “el reportero es una rata callejera”, “el mamoneo social es perjudicial para escribir”, “un impulso natural para decepcionar cuanto antes”, “el aire de las contradicciones internas”, “la cerveza, más tarde y siempre después de trabajar”, “¡A mí me gusta mucho mi profesión!”, “una impostura literaria no me impediría ir a trabajar a cualquier programa de televisión si me hiciera falta para pagar el colegio de mis hijos”, “con la edad, cada vez me atraen menos los jueguecitos”, “escribir no es lo mismo que hacer frases”, “siempre he sido muy borde en el celo por resguardar mi espacio”, “¡Tenemos nuestra década!”, “es difícil haber pasado años haciendo periodismo político y no ser descreído”, “me he librado de tener que intentar ser Balzac”…

En observaciones: “Soraya”, “no umbralito”, “memento mori: boxeo”, “café en vaso de cristal”.

La cita que más gracia le hace al hámster es la de “no es de voy a citar a Heródoto a ver si así impresiono a los bobos”. Pues he buscado una máxima de Heródoto para echar el cierre a esta conversación con sus más de 7.250 palabras, por menear el pestillo. Me he quedado con esta: “De todas las miserias del hombre, la más amarga es ésta: saber tanto y no tener dominio de nada”.

Gistau. Pico. Y pala. Por fuera y por dentro. Qué ojo tuvo Umbral detrás de aquellas gafas.David Gistau 5

Video del día

La izquierda atosiga a los fumadores.
prohibirá fumar en las terrazas y al aire libre
Portada
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato