Guerra contra el automóvil

El movimiento Flower Power no pasó por el Ayuntamiento de Madrid

El Ayuntamiento de Madrid le tiene declarada la guerra al automovil

Volkswagen T1: acampada
Volkswagen T1: acampada

No se puede dudar del espíritu profundamente pacifista del Ayuntamiento de Madrid. Pero en lo que al automóvil se refiere, a estas alturas del recorrido tampoco nadie duda que tiene declarada la guerra al automóvil.

Al Consistorio madrileño no debe gustarle uno de los más significativos iconos del movimiento Flower Power, el mítico Volkswagen T1. La entrañable furgoneta representaba una de las principales consignas del movimiento hippie, la libertad.

Entre los fenómenos sociológicos más destacados de la década de los 60 figura el movimiento hippie y su filosofía Flower Power.

En 1967 la actual alcaldesa del Ayuntamiento de Madrid, Manuela Carmena, pasaba los 20 años de edad, mientras su concejala de Medio Ambiente y Movilidad, Inés Sabanés, era todavía una adolescente.

Conocieron en mayor o menor medida el movimiento hippie, pero seguramente no les debió gustar mucho uno de sus principales iconos, la entrañable furgoneta Volkswagen T1.

El Volkswagen T1 proporcionaba a los hippies libertad de movimiento con un bajo coste e, incluso, económica vivienda, convirtiéndose en todo un símbolo de una época.

Furgoneta Volkswagen T1

Pero los tiempos cambian, cambian las tendencias. También las necesidades y los requerimientos de una sociedad en constante evolución, o involución en algunos aspectos. Para varias generaciones, el automóvil ha representado una meta.

Cumplir los 18 años de edad significaba que se abría la puerta de acceso a  la obtención del preciado carné de conducir, y acto seguido poder hacer realidad ese sueño de comprarse un coche.   

Sueño que se demoraba más o menos en el tiempo en función de la economía de cada uno. Hoy por diversos motivos los jóvenes de 18 años tienen otras prioridades, sueñan con otras cosas, como por ejemplo adquirir el último modelo de iPhone.

Para ellos, además, el automóvil ha dejado de tener esa especie de magia, de atracción, que ha tenido para generaciones anteriores. Sin embargo aunque esta tendencia sea real, no se puede caer en el dogma de hacerla extensiva a todo un colectivo.

 

Jóvenes aficionados al automóvil los sigue habiendo, y muchos.

El automóvil, símbolo de libertad

Desde que se inventó el automóvil se le ha relacionado en mayor o en menor medida con la libertad. Libertad para trasladarse de un lugar a otro en cualquier momento.

Ese ir donde quieras y cuando quieras, pudiéndote quedar en ese lugar pintoresco el tiempo que quieras. Pero desde que llegó al Ayuntamiento de Madrid Manuela Carmena, el Consistorio madrileño emprendió una feroz cruzada contra el automóvil en la que mucho tiene que ver la concejala de Medio Ambiente y Movilidad, Inés Sabanés.

Una persecución totalmente infundada,  que no tendría mayores consecuencias si no supusiera un ataque directo contra el ciudadano.

Porque dentro de los vehículos va un conductor que la mayor parte de las veces suele ser su propietario. Conductor que tiene sus derechos como ciudadano que es, y además ya paga bastantes impuestos relacionados con su vehículo. Es un buen contribuyente.

Modelo Citroen familiar

Esta guerra contra el automóvil y, por extensión, contra el automovilista tiene varios frentes. Una ciudad del tamaño de Madrid tiene que buscar nuevas alternativas de movilidad, es evidente; pero no puede hacerse imponiendo si o si otras formas de trasporte en detrimento de los coches.

No es de recibo que el último en llegar acapare todo tipo de facilidades, que incluso rayan en la demagogia,  mientras los que ya estaban (y pagan) sufren cada vez más cortapisas a la hora de circular.

Se mire por donde se mire, el vehículo particular tiene todavía un importante peso tanto en los desplazamientos urbanos como en los mixtos. Hay muchas personas que trabajan en Madrid sin ser residentes, desplazándose a diario desde poblaciones periféricas hasta la capital en su automóvil.

Si hay que evolucionar a otras formas de movilidad habría que hacerlo de forma progresiva y sin demagogia. Tendría que haber un periodo de transición más o menos dilatado, a ser posible consensuado por todos las agentes implicados. 

Una transformación de este calado requiere su tiempo. Quizá, automovilísticamente hablando, el Consistorio madrileño debería aparcar por una temporada el verbo prohibir (se le da muy bien) y tratar de olvidar la animadversión que tiene hacia el automóvil. Animadversión que padecen los automovilistas, sufridos contribuyentes.

Detalle calle de Madrid con carril bici

Absurdas obras de remodelación

Otro tipo de frente abierto es el del medio ambiente. La preocupación por el medio ambiente y la calidad del aire que se respira figura en la hoja de ruta del Ayuntamiento de Madrid. Bienvenida sea.

Entre las medidas de mayor calado figura la prohibición de circular por el centro de la ciudad a los vehículos que más contaminan. No hay que hacer un máster en la Sorbona para deducir que los vehículos que más contaminan son los más viejos, y sus propietarios suelen ser los ciudadanos más desfavorecidos en lo que a nivel de renta se refiere.

Por mucho que quiera  cambiar de coche el dueño de un vetusto diésel con más de 15 años de antigüedad, es una tarea arduo complicada si  no le da el sueldo. Pero todo sea en beneficio de la calidad medioambiental que todos deseamos.

Cuidar la calidad del aire que se respira tiene que ser prioritario, se trata de la salud.

Lo expuesto no tendría mayor repercusión si los más desfavorecidos económicamente no sufrieran, además, las consecuencias de las muchas veces absurdas obras de remodelación que se han acometido o se están acometiendo en todos los distritos de Madrid. Ninguno se salva.

Todos los alcaldes que han regido en los últimos lustros el Consistorio madrileño y, por supuesto la actual alcaldesa, Manuela Carmena, tienen una especie de síndrome de Carlos III.

Les fascina la idea de quitar el título de mejor alcalde de Madrid a Carlos III. Las citadas obras de remodelación incluyen la incoherente ampliación de aceras por las que apenas transitan peatones, lo que conlleva la desaparición de espacios para el aparcamiento.

Por añadidura, en muchas intersecciones los giros a la derecha o a la izquierda se complican innecesariamente. El caso es quitar huecos para aparcar y limitar al máximo el espacio para el tráfico rodado.

Mejor no pensar en las dificultades de acceso para los vehículos de emergencia, fundamentalmente de los bomberos. Este proceder puede comprobarse en primera persona en distritos como el de Usera o el de Carabanchel Bajo, por poner unos ejemplos.

Detalle calle de Madrid colapsada por tráfico

El residente en distritos como los citados ha comprobado como de la noche a la mañana aparcar su vehículo se ha transformado en una labor casi imposible. Con anterioridad ya resultaba difícil.

Tampoco se le dan alternativas en forma de garajes cercanos para estacionar su automóvil. Pero también pudiera ocurrir que no disponga de 90 o 100 euros para pagar el alquiler de una plaza de aparcamiento.

Este sufrido contribuyente, que asume con responsabilidad las limitaciones a la circulación impuestas a su vetusto vehículo, comprueba asimismo con estupor cómo se han esfumado los espacios para aparcar.

Tampoco puede estacionar en la vía pública en las proximidades de su domicilio. Creía que el Consistorio madrileño tenía una especial sensibilidad hacia los más desfavorecidos económicamente, incluidos los propietarios de automóviles.

Debió ser un sueño de verano.

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