La huella de España en el urbanismo americano

Una historia de Villalar.
Una historia de Villalar.

Afirma Desdevises du Dezert que ningún pueblo del mundo se ha enfrentado a una empresa como la que tuvo que asumir España con el Descubrimiento. Cabe añadir que no solamente consistió en el hecho del hallazgo. Otras naciones han encontrado territorios desconocidos con una repercusión meramente mercantil sin apego al elemento humano.

Lo que caracterizó a España y realmente aquilata su hazaña fue la voluntad de civilizar, poblar, y gobernar unos vastos territorios con diferentes etnias y conferirles una estabilidad política y social que permitiera una convivencia constructiva.

Civilizar que en palabras de Norbert Elías implica transmitir el desarrollo técnico, la amplitud de conocimientos científicos, la concepción del mundo, los modales, y otras muchas cosas más que conforman su identidad y orgullo nacional.

En un aspecto muy concreto como es el urbanismo que tratamos en este estudio encontramos la auténtica voluntad de España hacia estas extensas tierras. Porque se trató de engastar la civilización europea con toda su profundidad temporal, su armónica diversidad y desarrollo científico en un mundo muy distinto y distante al conocido.

No se buscó conquistar mediante una operación de guerra, territorios, poblaciones o posiciones. Los 200 hombres que acompañaron a Cortés a México no pueden considerarse una fuerza de invasión según los cánones renacentistas de la época. Nada se parece a las fuerzas enviadas por Carlos I a los estados italianos en donde el tercio, como unidad militar, lo integraban 15 compañías de 200 soldados cada una sumando un total de 3000 efectivos.

Y no es lo mismo que se dictase una legislación opuesta a la esclavitud de los indios, ni que implorase la reina Isabel que fueran tratados con dulzura, ni que se reconociese la condición de personas, sujetos de dignidad, por ser portadores de alma y de protección por ello, criterio demandado por la Iglesia católica y secundado por los reyes de España.

En las normas para la fundación de las ciudades se recogen estampas muy bellas del derecho municipal que promovieron el entendimiento y el consenso entre españoles e indios sobre una igualdad de trato y de respeto, como ejemplos : La obligación legal de evitar daños a los nativos y sus poblados en el levantamiento de ciudades o villas; la prohibición de que el ganado de los pobladores hagan daño a las heredades, sementaras y otras cosas de los naturales o bien la nulidad de la concesión de tierras en perjuicio del nativo y que de producirse el agravio se devuelvan a quien en Derecho corresponda.

Estampas también en donde los españoles cincelaron de un modo claro y rotundo la vocación civilizadora. Garcia Gallo observa que la ciudad helénica, la diseñada por Aquino, imbuida de un espíritu castellano, es el modelo seguido en las ciudades coloniales.

Desde el primer momento la fundación de ciudades fue una obligación para todo aquel que emprendiera descubrir en estas tierras desconocidas.

Las instrucciones dadas por los Reyes Católicos a Colón en 1493 le confieren la potestad de nombrar regidores y administradores en las nuevas poblaciones. Propósito que aparece de modo constante en todas las comunicaciones reales con destino a América y a otros puntos del mundo.

La reina Isabel ordena a fray Nicolas de Ovando, primer gobernador de La Española en 1501: «facer algunas poblaciones» en la isla para que los cristianos que allí hubiera no vivieran «derramados».

También el rey Fernando ordena a Ovando la necesidad de fundar ciudades en La Española debiendo quedar situadas en lugares apropiados.

Con esta voluntad real se comprende la inmediata fundación de las principales ciudades que hoy en día todavía se alzan, abriéndose paso a través de los siglos: Santo Domingo en 1496; S. Juan de Puerto Rico en 1508; La Habana en 1515; Villa Rica de la Veracruz en 1519; Panamá o Castilla de Oro en 1519, México en 1524, Guatemala en 1527, Quito en 1534, Florida en 1536, Santiago de Nueva Extremadura en 1541, Serena en 1544, Imperial y Concepción de Maria Purísima del Nuevo Extremo en 1550, Santa Maria la Blanca de Valdivia y Santa Magdalena de Villarrica en 1552, Santa Maria de Gaete, reconstruida posteriormente bajo el nombre de Osorno en 1558, S. Agustín en 1565…

En 1580 se habían construido 225 villas y ciudades en donde vivían sobre 150.000 personas. En 1630 el número había crecido a 331 construcciones urbanas.

La ciudad, de origen grecorromano, nacida en el mediterráneo y considerada como un espacio civilizado encierra un significado amplio y profundo. No solamente se trataba de dar cobijo y hogar bajo un orden arquitectónico y un orden de servicios a las personas sino facilitar a los vecinos un poder de autogobierno a través de un concejo municipal. Los ciudadanos se convertían en agentes activos de su política.

Se concibe la urbe como el ideal de la comunidad en donde se vive con complacencia y en paz ayudándose mutuamente y compartiendo la abundancia.

El diseño de estas ciudades no se encontraba en manos de la improvisación. Se publicó distinta normativa: Una fueron los usos y costumbres de los franciscanos influídos por esquemas medievales, típicamente para aldeas y que reproducían el diseño de la castra romana. Otra, con mayor entidad, la Instrucción a Pedrerías Dávila en 1513, la Ordenanza Real del emperador Carlos de 1523 y la de Felipe II en 1573, llamada «Ordenanzas de descubrimientos, nueva población y pacificación de las Indias».

En todo este conjunto de normas se recogen los ideales renacentistas de la individualidad, el progreso científico y técnico, el espíritu crítico, la libertad de opinión y la tolerancia. Criterios asumidos por los arquitectos europeos que las redactaron. Nuestros ejemplos más notorios en el Nuevo Mundo fueron el franciscano Francesc Eiximenis y su discípulo Sánchez de Arévalo que en 1454 publicó «Suma de la Política» en donde explica sus ideas sobre el diseño de ciudades.

Para Andrzej Wyrobisz es patente la influencia del arquitecto Marco Vitruvio Polión, publicitado por el renacentista fray Giovanni Sulpicio de Veroli en 1486. A quien sumamos la de otros como León Battista, Alberti y Pietro Cataneo. Las remisiones a Agustín de Hipona y su «Ciudad de Dios» son abundantes y minuciosas, así como a Tomás de Aquino en su obra «De regimine principium».

Aporta la Ordenanza de 1573 un elemento que marca su distinción con las ciudades del medievo europeo netamente defensivas: los muros fortificados desaparecen. La ciudad renacentista española se diseña para crecer y extenderse acogiendo a más población. Se dice que estaban alineadas con «cuerda y regla» y con «compas abierto».

La Ordenanza de Felipe II dividió las ciudades en dos grupos, según se construyera en el interior o en el litoral. Esta división es tradicional en los libros clásicos de arquitectura.

Las ciudades de interior debían levantarse con preferencia sobre ríos navegables y con acceso por el lado Norte. Todavía se aceptaba la sugerencia de Eiximenis quien ponderó la alineación de la ciudad respecto al sol, a los demás astros y a la aptitud del sitio para ser habitado, sea mediante la observación de los ancianos y de los jóvenes sanos; sea también mediante el examen de los animales.

Otro motivo de análisis eran los vientos calientes del oriente y los gélidos y bravos del norte que purificarían la pestilencia e impurezas. Los vientos determinaban la ubicación de hospitales, carnicerías, desagües y prostíbulos.

Las ciudades debían levantarse próximas a manantiales de agua potable, a bosques y tierras de cultivo. El agua para abastecer a la ciudad debía ser clara y ligera, sin sabor ni olor, se prohibía extraerla de pozos estancados con limo o minerales. Las gentes que las bebieran debían tener los dientes y encías sanas. La ciudad debía de instalar un sistema de recolección de aguas en las calles para evitar la putrefacción de la basura.

Recomendaban no alzar las ciudades cerca de los valles para evitar inundaciones, sin mucha humedad para evitar enfermedades, y preferentemente cerca del mar.

Se evitarían ubicaciones con exceso de tempestades y relámpagos y alejadas todo lo posible de pantanos para evitar «lombrices, mosquitos y enfermedades […]».

La entrada y salida de la ciudad debía diseñarse sobre el eje Norte- Sur en las construcciones de interior.

En las ciudades marítimas el mar no debía encontrarse ni al Sur ni a Occidente. La razón de esta medida era proteger la salud de las gentes. En verano, el lado sur por la mañana se calienta pronto, al medio día se encontraba ardiente y por la noche llegaba a ser asfixiante. Esto mismo se produce si la ciudad se encontrase dirigida a Occidente.

Se buscarían lugares adecuados para la navegación, en donde las naves pudieran abastecerse de agua y alimentos, así como para la estiba y desestiba de mercancías.

El elemento principal de la ciudad era la plaza mayor en donde se ubicaban los edificios religiosos y civiles principales: Palacio Real, Casa del Cabildo o Ayuntamiento, Catedral, Audiencia junto a espacios necesarios para la vida ordinaria de la ciudadanía: comercio y esparcimiento. Cuando la ciudad se levantaba en frente del mar la plaza mayor debe ir contigua a la línea de la costa.

La plaza se encontraba rodeada por calles siguiendo el modelo reticular. La limpieza constante de las calles reflejaría la moral de sus habitantes.

La proporción ideal de las plazas sería de 2:3 – típica del renacentista Alberti-, la altura de los edificios debía ser un tercio de su ancho.

Aunque Vitruvio defendía que la plaza mayor no fuese cuadrada sino rectangular con razón de sus lados 1:5, la Ordenanza de Felipe II ordena que fuesen cuadradas, plazas típicamente griegas. La existencia de estas plazas en el planeamiento urbano fue uno de los puntos mas originales de las ciudades construidas en todo el continente americano.

De la plaza central debían partir doce calles: cuatro principales y dos en cada uno de los vértices. Esta disposición rompía con la concepción medieval de las ciudades que sostenía que las vías principales pasaran por el centro de la plaza. Aquel diseño aparece a mediados del s. XVI, idea de Pietro Cataneo.

En las ciudades marítimas, la ubicación de la residencia real o del gobernador, ayuntamiento, la aduana y el arsenal debían construirse cerca de la iglesia y del puerto con la finalidad de ayudarse mutuamente en caso de agresiones. La catedral, a ser posible, sobre un promontorio para cumplir lo establecido en el Concilio de Trento de que estuviese al alcance de la vista desde todos los lados.

Se obligaba a construir casas con soportales en las cuatro vías principales, influencia de los tratados de Vitruvio.

Expuestos brevemente algunas características del régimen urbanístico español en América debe resaltarse que la Ordenanza de 1573 perduró también en América del Norte hasta el fin de la dominación española en el continente. Ciudades que se levantaron en California por los franciscanos o en Nuevo México o en Texas conservan los vestigios renacentistas de la cultura municipal española.

En definitiva, la voluntad, el ánimo de España hacia América también se encuentra en la forma en cómo se diseñaron y construyeron sus ciudades y en el mensaje que transmite una organización dirigida a promover un humanismo que fue germen de vida y progreso efectivo.

La generosidad se descubre en pequeños detalles que encierran amores apasionados, el urbanismo colonial fue un detalle más de entre tantos otros.

México DF, por último, es un digno ejemplo de esta filosofía renacentista llevada por los españoles y que fue plasmada en el terreno por el geómetra Alonso Garcia Bravo en 1524. Es la ciudad que condensa todos los ideales y aspiraciones de Vitruvio: ser una construcción firme, útil y bella, en donde la simetría y proporción fueron imperativos constructivos.

Un bello legado en el que México encuentra su orgullo como nación.

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato