La Otra Cara del Covid-19

“Me gustaría ser Hulk, pero solo soy un médico que hace todo lo que puede”

Álvaro atiende en persona a pacientes en el Hospital de Andorra y por teléfono, en el Servicio de Emergencias Sanitarias de Cataluña, en Barcelona. Con dos hijos y una custodia completa, en sus ratos libres es también voluntario de la Cruz Roja. No es un héroe, aunque lo parezca, como los miles de sanitarios que se dejan la piel contra el coronavirus, algunos de ellos, españoles que ejercen fuera porque fuera les ofrecían un horizonte laboral más digno

Álvaro, médico que atiende a pacientes en el Hospital de Andorra
Álvaro, médico que atiende a pacientes en el Hospital de Andorra

Álvaro es jerezano y vive en Andorra. Es uno de esos 17.000 médicos que, según la Organización Médica Colegial, han dejado el Sistema Nacional de Salud porque en otros países encontraron mejores condiciones laborales para darse por completo a su vocación profesional. Solo el año pasado se expidieron 2.540 certificados de idoneidad para facultativos que hacían las maletas. Y hay más de 8.000 enfermeras y enfermeros que ejercen más allá de nuestras fronteras.

Andorra la Vella. Suena el despertador. Álvaro despierta a sus dos hijos mellizos de 12 años y poco. Chico y chica. Desayuno. Aseo. Es el segundo año en el que ejerce de padre soltero porque tiene la custodia completa después de un divorcio. En días normales los llevaría al colegio, pero ahora están confinados en casa gracias a la ayuda de una asistenta. Mientras ellos leen, pintan y hacen clases on-line hasta de Educación Física, él está en primera línea de la pandemia a varias bandas.

A primerísima hora, el doctor deja su casa y sale corriendo hacia el Hospital de Nostra Senyora de Meritxell. Hoy toca jornada de 24 horas de guardia en la puerta de Urgencias: a veces le toca vista rápida; otras, pecera para casos más graves; y otras, traslados en helicóptero a Toulouse o Barcelona. Y en su servicio, el jefe ha dado positivo por coronavirus y varios colegas están en sus domicilios con síntomas. Como una compañera con su historia tremenda que suena ya a pan nuestro de cada día: “El otro día le dio un infarto a un profesor de esquí en plena pista. Mi compañera le hizo el boca a boca, la reanimación cardiopulmonar, lo intubó, y lo sacaron de allí con vida para llevarle al hospital. Poco después, murió. Era coronavirus positivo y ella ahora está contagiada, “pero en ningún momento se ha arrepentido. Anna es una campeona. Está en su casa, recuperada de una neumonía importante, el miedo a transmitir el virus a su hija pequeña y la pena de ser baja en el servicio en estos momentos de alta tensión”.

Así, doce guardias de un día entero cada mes.

Mañana cogerá el autobús para desplazarse hasta Barcelona. Su tarea en Urgencias atendiendo pacientes andorranos en persona la compagina respondiendo llamadas de alarma que suenan en el Centro de Coordinación del Servicio de Emergencias Sanitarias de Cataluña. Allí le toca escuchar, ponerse en la piel de quien esté al otro lado, calibrar cómo tranquilizar, cómo ayudar, si hace falta una ambulancia, o si lo que se necesita es una dosis de paz que rebaje la ansiedad de quien se ahoga por el contexto y ha decidido desahogarse por dentro en este nuevo teléfono de la esperanza.

Unos días en Andorra y otros en Barcelona. En ambos sitios, con el coronavirus soplando con crueldad en su cogote. Quizás por eso habla a toda velocidad a estas horas de la noche, entre bostezo y bostezo.

-Perdón -me dice-.

-No se preocupe, lo entiendo perfectamente.

Historias reales

Hoy, en las urgencias del hospital ha llegado una mujer sudamericana pálida. Unos 30 años. Está embarazada por primera vez y aparece con disnea. Álvaro y sus compañeros se visten con todas las barreras posibles ante posible coronavirus. Miran con lupa y detectan una embolia pulmonar. No hay virus, pero hay riesgo. Necesita una gammagrafía especial y, por tanto, traslado urgente al Hospital de Sant Pau de Barcelona. Sandra, a enfermera no suelta la mano de una mujer llena de ansiedad en ningún momento del vuelo. Aterrizan en un servicio de urgencias hasta la bandera a las 23.00. Aceptan a la paciente, “porque entienden la situación”. El enfermero que les atiende “después de muchas horas luchando contra el coronavirus en su puesto de trabajo” también le da la mano. Le habla serenamente. Le explica. La máquina detecta que se reduce la frecuencia cardiaca porque la paciente está tranquila entre gente tan buena. Ha calado el feed back de calidad que trasciende las circunstancias. “Todos los pacientes son nuestros pacientes, tengan coronavirus o lo que tengan”.

 

Ayer, en el Servicio Catalán de Emergencias Médicas, “unas 150 llamadas” en su terminal. Otra joven de unos 30, madre de uno de cinco años y otro de uno.  Preocupada. El hijo mayor tiene síntomas de coronavirus y su marido, transportista, está en ruta camino de Alemania… “¿Qué hago? ¡No puedo ir al hospital y dejar al pequeño solo!”. Lágrimas al aparato. “Buscamos a alguien que la conociera para que la ayudara en esos momentos de incertidumbre. Aquí, aunque sea por teléfono, estamos intentando dar todo el apoyo del mundo. Detrás de cada caso de coronavirus hay un paciente y una historia. Eso no lo podemos obviar”.

“Detrás de cada caso de coronavirus hay un paciente y una historia. Eso no lo podemos obviar”

Lo que antes eran llamadas de 2-3 minutos de “me duele la barriga” ahora son 24 horas de coronavirus con respuestas largas donde “explicas, apoyas y transmites tranquilidad”. Ayer, en su set de tele consulta, esto: un hombre mayor solo sufre un infarto en casa. Su mujer está en la UCI entre respirador y tratamiento luchando contra el virus. El hombre ha fallecido. “Si la mujer logra salir de intensivos, imagínese la situación al volver a su casa”. Y esto: “Un ruso de paso que se ha quedado atrapado en Barcelona llama hablando en inglés muerto de miedo. Su novia tiene síntomas leves, pero está desconcertado con la situación y no sabe a dónde acudir. Rápidamente te pones en la piel de un extranjero que vino de turismo y se encontró con una especie de apocalipsis. Rápidamente te pones en los zapatos de gente a la que el coronavirus les ha pillado sin ningún tipo de apoyo. Le transmití que estábamos aquí, cerca de él. En todas las llamadas que atiendo estos días percibo lo importante que son la familia y los amigos, especialmente en un contexto como este”.

En medio de tanta tragedia on-line y off-line, ayer volvió a llamar una señora a la que Álvaro ha atendido en sus últimas tres guardias: “Es una mujer mayor que está preocupada por su familia, pero también por nosotros. Me pregunta si estoy comiendo bien y si estoy durmiendo lo necesario. Me anima a cuidarme mucho. Es la tercera vez que coincidimos al teléfono, pero quizás haya llamado más veces. La gente se da cuenta de que somos humanos y se ponen también en nuestra situación”.

Curtido en zonas hostiles

Cada historia es una mueca en el alma de este médico y ya lleva unas cuentas. Algunas han cicatrizado, pero perviven en la memoria, porque Álvaro ha sido mucho tiempo médico de emergencia en zonas de pólvora, sangre y servicios sanitarios tercermundistas. Sierra Leona y su batalla descarnada contra el ébola. Mosul y la guerra de Irak. El ISIS y su pandemia. Pakistán y sus inundaciones.

Bostezo.

“Hace tiempo que aprendí que los médicos no somos héroes y menos, en las zonas hostiles que saturan el planeta. Los profesionales sanitarios somos solo una gota de agua en medio de un tsunami. Para mí los héroes son, realmente, los sanitarios que murieron dando la vida contra el ébola, un virus con un porcentaje de letalidad superior al 90%. Y los profesionales sanitarios de Irak, con familias que estaban sufriendo bombardeos mientras ellos seguían curando al pie del cañón, tratando incluso a personas del ISIS… A mí me gustaría ser Hulk para tener toda la fuerza del mundo, no cansarme y ayudar constantemente ante este panorama, pero solo soy un médico que hace todo lo que puede”.

“Los profesionales sanitarios somos solo una gota de agua en medio de un tsunami, pero no es bueno que trabajemos como héroes sin los recursos apropiados”

Álvaro saca la cámara del primer plano y enfoca a los ciudadanos que sufren en primera persona la metralla de esta pandemia: “Es imposible sentirte un héroe cuando ves la talla de los propios pacientes: personas con problemas familiares serios que te miran, te sonríen y luchan para curarse pronto”. Entonces se le viene a la cabeza una madre de Irak que llega a lo que ellos llaman hospital abrazada a su hijo con una pierna destrozada por una mina: “A los dos días se iba con el niño con la pierna amputada y no hacía más que darnos las gracias. Uf”.

Lo que sí tiene claro Álvaro es que “no es bueno que los profesionales sanitarios trabajemos como héroes: lo ideal es tener la formación y los recursos apropiados. Aunque sabemos que es imposible planificarlo y preverlo todo cuando nos sacude una epidemia como esta, espero que los políticos valoren más al sistema sanitario. Con respeto por sus profesionales y con medios. Y espero también que todos aprendamos de esto a tratar a los sanitarios con más afecto y a utilizar los recursos sanitarios de que disponemos, que son maravillosos, con más cabeza”. 

La experiencia de aquella Medicina en campos de guerra real la aprovecha “para el planteamiento psicológico frente al coronavirus. Aunque sea una situación diferente, el esfuerzo mental está siendo muy duro. En la puerta de Urgencias nos miramos y nos vemos cansados, pero es un cansancio más psicológico que físico: la amenaza, dos guantes, dos batas, el gorro, las gafas, la aceleración. “Tenemos constantemente el coronavirus en la cabeza, pero no dejan de venir pacientes con apendicitis, infartos o embolias. La presión que nos autoimponemos para no bajar la guardia nos tiene agotados. Por eso nos gustaría ser como el conejito de Duracell y contar con mucha energía para seguir adelante evitando cualquier error que pueda acarrear una guardia de 24 horas. Querríamos estar tan finos y tan amables con los pacientes durante toda la jornada, pero no es fácil”.

            ¿Estado de ánimo?

-Muy fuerte. Me siento un privilegiado pudiendo desarrollar mi trabajo. Sentir que estás haciendo algo por el prójimo es lo mejor que nos puede pasar a todos. Profesionalmente, está siendo una experiencia interesante desde mis dos puntos de vista. Toco pacientes, me meto en sus corazones y en el sufrimiento de sus familiares. Y en la tele consulta, aunque es más frío, me llevo toda esa experiencia para tenerla muy cerca. Tengo la suerte de poder llegar a casa y estar con mis hijos. Los veo, los quiero y los tapo. Además, sé que mi trabajo seguirá vivo cuando pase todo esto, y en este clima de incertidumbre laboral eso también es un alivio.  Mis compañeros están igual: con ganas de luchar, también porque aunque no nos sobran, contamos con los recursos apropiados para plantar cara al coronavirus.

El nuevo poder de la plancha

Cuando Álvaro abre la puerta de su casa nota que todo se destensa. “He descubierto hasta el poder de relajación de la plancha…”. Cocina para sus hijos, “porque me he propuesto seriamente no caer en la tentación de los menús rápidos y basura, aunque el contexto lo pida a gritos”. Lee. Hace algo de estiramientos para mantenerse en forma. Y repasa a marchas forzadas lo que hasta ahora era temario casi exclusivo de anestesistas e intensivitas: la ventilación mecánica. “Los hijos me ayudan a mantener la cordura. Si estuviera a solas me dejaría llevar, seguramente. Comería mal y dormiría peor. Y a saber cómo tendría la casa… Con ellos cerca es más fácil cambiar el donut por una pieza de fruta. Con ellos es más fácil no perder el norte. Me cuidan: “Oye, cállate, que papá tiene que dormir”. Se están portando admirablemente. Espero que les sirva esta experiencia para ser mejores personas todavía cuando sean mayores”.

“Los hijos me ayudan a mantener la cordura. Si estuviera a solas me dejaría llevar, seguramente. Comería mal y dormiría peor. Y a saber cómo tendría la casa…”

Por si fuera poco vaciamiento, Álvaro es también voluntario de la Cruz Roja desde que aterrizó en Andorra y en sus ratos libres echa toda la mano que puede. Ha participado ya en la logística de un traslado de personas mayores de una residencia a un hotel. Y sigue el caso de una mujer parapléjica sola cuyo marido –“sus manos y sus pies”- está en UCI por coronavirus.

En Andorra también están confinados, pero aún no se ha decretado el estado de alarma. Aislados y en situación de emergencia, eso sí. De momento: unos 200 positivos, tres muertes de pacientes pluripatológicos y tres altas. Aunque la UCI se prepara para estar al límite, todavía hay margen de camas libres. Según Álvaro, “no hay visos de ningún tipo de desabastecimientos. Impera el sentido común. Tanto el Gobierno como la oposición tienen las ideas muy claras y han tomado medidas muy bien explicadas a toda la población. No hay pánico. Como padre, estoy tranquilo. Me preocupa mucho España, pero es momento de apretar los dientes y esperar que todo esto pase cuanto antes”.

Bostezo.

            -¿Les llega el eco de nuestros aplausos a las 20.00?

            Aquí también sale todo el mundo a los balcones para aplaudirnos a las 20.00. La gente se está volcando. Hay una panadería, por ejemplo, que todos los días a las 15.00 nos trae al hospital varias cajas de dulces y bocadillos. Una frutería nos acerca fruta fresca. Y alguna vez nos llegan pizzas por las noches. Los ciudadanos ven que estamos en primera fila y que hacemos todo lo posible con más pacientes, menos recursos y más presión. Agradecemos mucho esos aplausos: es bueno sentirse querido y entendido. No olvidemos que las profesiones sanitarias padecen un índice agudo de agresiones verbales y físicas por parte de usuarios de la sanidad…. Ahora notamos el cariño de una manera especial. Que no se nos olvide. Valoremos entre todos lo que tenemos y cuidémoslo siempre, no solo cuando truena.  

Bostezo.

Colgamos. En Andorra, un médico se pone el pijama con la conciencia de hacer solo lo que debe. Los niños están dormidos. Los tapa con manta y seguridad. Apaga la luz desde la cama. Mañana, más. Aquí, miles de sanitarios se acaban de desenfundar sus trajes ¿de protección? como pueden, un baño, el miedo perenne de no contagiar a los suyos, cama, off y a batallar otra pelea: la del insomnio inoportuno que ronda las noches de quienes tienen más derecho que nadie a dormir en paz.

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