El ‘descarte’ de más de 600.000 escolares con dislexia que serán profesionales ‘todoterreno’

Ni vagos, ni tontos. Simplemente tienen dislexia y son más de 600.000 escolares españoles entre 6 y 14 años que avanzan, como pueden, al margen de las políticas inclusivas de Educación. Dejados de la mano del sistema, salvo tímidos avances en Cataluña, Madrid y Murcia, cerca del 40% derivarán hacia el abandono de las aulas teniendo la capacidad de sobra para superar la secundaria, llegar a la Universidad y ser líderes de la cultura del esfuerzo dentro del mercado laboral. Ahora mismo, su futuro depende de padres con coraje y medios económicos para costear complementos docentes, logopedas y psicólogos. Y de profesores decididos a enseñarles tratándoles en su idioma, “que son 15 de cada 100”. 600.000 niños que sufren las etiquetas, que trabajan el triple, que se acercan al abismo de la exclusión social, más todos los que no están diagnosticados. Una realidad latente descartada por la Administración. Una minoría en auge de la población infantil que está condenada a sobrevivir por pensar-leer-mirar diferente

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El ‘descarte’ de más de 600.000 escolares con dislexia que serán profesionales ‘todoterreno’

La vuelta al cole es un calvario para todos ellos. Otra clase, otros profesores, incluso otro colegio. Sudan. A veces, incluso, incorporan tics de puro nerviosismo. Más de 600.000 alumnos de entre 6 y 14 años acaban de aterrizar en las aulas con mucha incertidumbre y más de una tentación de tirar la mochila y dejar de correr en esta carrera de obstáculos.

Unos son zurdos. Otros, albinos. A ellos les ha tocado tener dislexia, un trastorno específico del aprendizaje de la lectura de base neurobiológica, que afecta de manera persistente a la decodificación fonológica (exactitud lectora) y/o al reconocimiento de palabras (fluidez y velocidad lectora) interfiriendo en el rendimiento académico con un retraso lector de, al menos, 2 años. Suele ir acompañado de problemas en la escritura. Un trastorno que con ayuda se supera. Un trastorno que, bien tratado, incluso puede ser el mejor currículo oculto para triunfar en el mundo laboral, porque entre los que llegan hasta el final de la secundaria, logran acceder a la Universidad, y completan un grado, hay verdaderos oros en capacidad de trabajo, en creatividad deslumbrante, en cultura del esfuerzo. Pero aterrizar en ese futuro feliz está muy lejos todavía de estas aulas escolares que en España descartan, por la vía de los hechos, a quienes tienen dificultades, aunque sean los primeros en querer superarlas para siempre.

La dislexia está causada por un impedimento cerebral relacionado con la capacidad de visualización de las palabras, no con la inteligencia. Las personas que la padecen invierten las palabras y las letras de manera total o parcial, leen con dificultad oraciones o palabras sencillas, escriben la misma palabra de distintas maneras, se encuentran con un muro que les impide ver las faltas de ortografía, y distinguen con esfuerzo la izquierda de la derecha. Y todo eso, aunque duele en la infancia, se corrige poco a poco. Muy poco a poco. Y con muchos sudores de frente.

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Casas para crecerse, colegios para aprender en igualdad

Raquel Serrano tiene 47 años y es gestora cultural. Estudió Comunicación y Publicidad y reside en Madrid. Tiene dislexia, y su hija de 12 años, también. A ella le tocó de niña escuchar eso de “es que se distrae con una mosca”, “es que es lista, pero muy vaga”, “es que…”. Cuenta: “Yo me esforzaba bastante, pero mi vida ha sido un 5 raspado. Pensé entonces que igual era verdad, que no servía para estudiar”. En ese momento de las biografías donde se forja la personalidad “y donde tu misma te clasificas con respecto al resto”, andaba perdida. Ni siquiera sus padres sabían cómo afrontar esa dificultad. Aun así, le pusieron un profesor de apoyo “y él fue el primero que me dijo, como de pasada, que lo que yo tenía se llamaba dislexia”. Gracias al dibujo técnico descubrió otra manera de estudiar, y aquello le abrió las puertas para seguir con la secundaria entre las ciencias más puras, entrar en la Universidad, y salir con un título más que especial debajo del brazo.

Claro, con este entrenamiento personal, cuando apareció la dislexia en la vida de su hija, “me involucré de lleno para hacerle un planteamiento positivo. Sinceramente, para mí ha sido un elemento diferenciador que me ha aportado muchas cosas interesantes”. En ese trayecto le ha tocado ir más de una vez al colegio a plantear a los profesores, “con el máximo respeto por su trabajo”, el reto de adecuar su forma de enseñar para que su hija no se quede fuera de la clase. Aunque entiende que ella es la excepción, cree que hay cuestiones sencillas que podrían hacerle el vía crucis más llevadero, “pero de cada cien profesores, se implican quince, la verdad”.

En casa, Raquel ayuda a su hija a tener confianza en sí misma y una autoestima fuerte. Del colegio espera “que le enseñen, y que los docentes no echen por tierra lo que construimos en familia. Yo la llevo al aula fuerte y con ganas de aprender. Los profesores solo tienen que enseñarle en la medida de sus necesidades, porque además estos niños responder muy bien a los estímulos positivos. Tienen la necesidad de hacerlo bien”.

¿Qué puede hacer un profesor para integrar al alumno con dislexia? Por ejemplo: exámenes orales para los que no están tan encerrados en sí mismos que son particularmente tímidos; ofrecer la posibilidad de utilizar el ordenador para hacer trabajos escritos con procesadores que corrigen el texto sin necesidad de invadirlo todo de típex; dejarles más tiempo para las pruebas y ejercicios, “porque el niño con dislexia escribe más lento y tarda más en pensar”; consultarles si quieren leer en voz alta o salir a la pizarra delante de toda la clase; componer los textos (presentaciones, exámenes, etc.) con tipografías de palo seco, sin serifa, como la arial, la verdana o la helvética; dar más importancia al contenido que al modo de expresarlos en las evaluaciones… En el fondo son medidas que no exigen un gran presupuesto, ni un extra añadido a la ardua labor del docente, pero abre un mar de posibilidades a niños que, a veces, descarrilan por no molestar.

 

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En casa del herrero, cuchara de cienciaLuz Rello tiene dislexia, 35 años y está muy contenta de volver a Madrid para trabajar en el IE University como profesora e investigadora. Habla con pasión. De pequeña parecía “tonta y despistada”, pero en realidad solo tenía dislexia, cosa que descubrió gracias a una tutora que también era psicóloga. “Me maté a estudiar. Y en 4º de la ESO empecé a sacar buenas notas. Me fascinó la lingüística y cursé la carrera. Después hice un máster en inteligencia artificial y lingüística en Inglaterra. Soy doctora en Informática desde 2010. Mi supervisor de la tesis se dio cuenta de que tenía dislexia y me animó a aplicar mis estudios a esta realidad”.

De esa investigación vivida por dentro y por fuera surgió una herramienta tecnológica que ya ha revolucionado el cribado de la dislexia con un enfoque de “misión social”. Hablamos de Dytective, una plataforma con recursos validados científicamente que incluye un test rápido para medir el riesgo de tener dislexia, y 42.000 juegos personalizados que ayudan a mejorar la lectura y la escritura de manera divertida.

Hasta ahora, 237.363 personas han detectado su problema de manera gratuita gracias a este recurso tecnológico, y 253 niños sin medios económicos han sido becados para participar en la ronda de tratamiento. La Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid ha puesto en manos de 107 colegios públicos esta herramienta y, “por primera vez en el mundo hispánico, se ha hecho un cribado masivo de dislexia”. De los primeros resultados testados en centros escolares de la capital se deduce que un 6% de los estudiantes de toda la etapa primaria tienen riesgo de dislexia. Según Rello, “la prevalencia llega hasta el 8% en los primeros cursos”, aunque las cifras mundiales oficiales siempre han hablado de un 10%.

El sueño de Luz es conseguir otras administraciones públicas ofrezcan Dytective en los colegios de su entorno, “pero no lo ponen fácil, aunque les demos todo hecho. La dislexia no es una prioridad para los responsables de Educación, a pesar de que los datos de incidencia son muy significativos”.

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Nombres propios con final felizMaría Sanz-Pastor tiene seis hijos de entre 22 y 10 años y los seis, con dislexia. El mayor está a punto de terminar Telecomunicaciones, y los siguientes estudian Medicina y Agrónomos. Son universitarios y saben idiomas: inglés, francés, e incluso alguno, alemán. El resto de la prole está en edad escolar. Llegar hasta aquí no ha sido nada fácil. La ruta de los diagnósticos, las clases de apoyo, el logopeda, el psicólogo para el que lo ha necesitado, los chutes de autoestima, las horas de terapia multiplicadas por seis, el triple de tiempo echando un cable con los deberes del colegio… Más el precio de cada diagnóstico, y de cada logopeda, y de cada terapeuta, y de cada clase de apoyo. Un dineral.

Su marido descubrió que era disléxico en el diagnóstico del tercero de sus hijos. “Ahora es consejero delegado de una empresa, pero en su etapa escolar le costaron los estudios, decía que iba lento, que le costaba mucho, pero se esforzó. Es metódico, ordenado, disciplinado, paciente y humilde, y eso son ventajas añadidas al logro de haber superado la dislexia sin saber que la tenía”.

María no es nada sobreprotectora. Prefiere educar a sus hijos potenciando sus capacidades y sin meterles más presión de la que ya les generan el colegio o el ambiente. Para ella, unos padres de un niño con dislexia “deben creerle por encima de todo, ser su abogado. Con tiempo, paciencia y, de momento, recursos económicos, el final feliz está en nuestras manos”. Uno de sus hijos sufrió alopecia con 5 años al descubrir que se le abría un abismo bajo sus pies al aprender el abecedario. Por eso, su empeño se centra en ser consciente de las limitaciones, poner los medios, “pero relativizar un poco las cosas. No quiero que la dislexia condicione en absoluto el futuro de mis hijos. ¡Todo sea que tienen dislexia!”.

Con la experiencia acumulativa bajo el mismo techo, María y un grupo de madres resucitaron hace seis años Madrid con la dislexia y la han convertido en una plataforma informativa, consultiva y reivindicativa, porque “aunque miremos al futuro con optimismo, hay muchas injusticias que fácilmente se pueden solventar, sobre todo en los colegios de España”.

Por ejemplo, reclaman igualdad en el acceso a reválidas y a la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) para los estudiantes con dislexia, “porque en cada comunidad hay criterios diferentes. Apostamos por el modelo que han implantado ya en Cataluña y en Murcia”. Lo que piden los padres son los mismos derechos que ya poseen las personas con necesidades educativas especiales, como la adaptación del modelo de examen al braile para los ciegos o el intérprete de la lengua de signos para los sordos. Sería suficiente con dar más tiempo, que un vocal leyera en voz alta las preguntas, que los enunciados estuvieran escritos en la tipografía más adecuada, a doble espacio, con subrayados que eviten el salto de línea, y ofrecer una sede específica para realizar la prueba sin que los ruidos distorsionen la comprensión de la pregunta.

Piden también becas para costear los recursos obligatorios por los que debe andar un niño con dislexia que quiere abandonar el túnel a través de la Seguridad Social. Y apoyo educativo “para que nadie se caiga del sistema”, y un marco de derechos ajustado a la realidad creciente.

En marzo de 2009 el Senado pidió disponer de “un estudio de ámbito estatal que analizara la situación del alumnado con dislexia para estudiar propuestas de intervención en el ámbito escolar y socio-comunitario”. En 2012, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte hizo público este estudio. Diez años después de la demanda de la Cámara Alta y siete después de poner en negro sobre blanco el mapa de la dislexia en España, todo avanza muy tímidamente. Aunque en el propio análisis del ministerio se dice que “todas las administraciones declaran haber diseñado planes, puesto en marcha programas y/o firmado convenios, con la finalidad de mejorar la atención de este alumnado. Reuniendo las actuaciones enunciadas por todas las administraciones educativas, se han contabilizado un total de 36 planes, 146 programas y 71 convenios”, lo cierto es que tanto padres como asociaciones están cansados de dar casi en solitario una batalla que repercute directamente sobre los hombres de los gobiernos.

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Nombres propios con final feliz

Octubre es el mes de la dislexia. La asociación Madrid por la dislexia promueve diferentes actos entre el 3 y el 5. Muchas personas conocidas aprovecharán la oportunidad para contar su historia, porque, realmente, hay historias con rostro que destripan de un plumazo las etiquetas de niños, pero, a la vez, ponen de manifiesto de que calvario infantil estamos hablando y, a la vez, cómo brilla la resurrección. Algunas de ellas las ha recogido Luz Rello en Superar la dislexia, como las de Gabino Diego, Dolores Redondo, Pau Donés, David Calle, Iñaki López, Javier Mariscal, Pablo Carbonell o Ruth Lorenzo. Y hay más personalidades españolas con posible dislexia, como Pablo Picasso, y otras muchas que han dado la cara para desestigmatizar esta realidad, como Boris Izaguirre, Chenoa, Dani Mateo, Gran Wyoming, Juan José Campanella o Paz Padilla.

En el listado de famosos mundiales con dislexia hay de todo. Hay genios, como Leonado Da Vinci, Albert Einstein, Thomas Edison, Isaac Newton o Galileo Galilei que, muy probablemente, lo fueron. Hay miembros de familias reales, como Carl XVI Gustaf, rey de Suecia, así como otros miembros de la Casa Real sueca, incluida la princesa heredera; el príncipe Louis de Luxemburgo, el Príncipe Harry y la Princesa Beatriz de York. Hay presidentes de Estados Unidos, como Andrew Jackson, Dwight D. Eisenhower, George Washington, John F. Kennedy, y Thomas Jefferson. Hay iconos del prestigio profesional, como David Rockefeller o Steve Jobs, y es posible que también Bill Gates.

El listado es extenso.

Hay referentes del mundo cultural, como Rodin, Andy Warhol, John Lennon, Agatha Christie, Cher, Steven Spielberg o Tommy Hilfiger. Hay actores como Harrison Ford, Jim Carrey, Orlando Bloom, Salma Hayek, Sylvester Stallone, Tom Cruise, Uma Thurman, Marlon Brando, Whoopi Goldberg o Will Smith. Hay figuras deportivas como Carl Lewis, Lewis Hamilton, Magic Johnson, Muhammad Ali, Zinedine Zidane y muchos otros futbolistas.

Teniendo en cuenta que solo están diagnosticados el 4% de los disléxicos, es probable que el índice de nombres propios se amplíe considerablemente en estos tiempos de transparencia y naturalidad. Es posible también que cada vez sean más las personas conocidas que cuenten con sencillez que padecen dislexia y se conviertan en otro empujón más para los niños que creen que no se puede.

La dislexia no es una epidemia, ni una pandemia. No es una enfermedad. No es un problema buscado. No es un motivo de vergüenza. No es una excusa, ni un pasaje directo a la ley del mínimo esfuerzo. Ni mucho menos. Pero tampoco es un tobogán hacia el margen del sistema educativo, ni una cruz sobre la frente de los niños, ni un agujero en el bolsillo de las familias. Sí puede ser un trampolín hacia las cumbres del trabajo profesional. Perder un talento así -Jobs, Spielberg, Newton, Lennon, Rockefeller…- por dejadez administrativa y descarte político sería un delito contra el progreso de nuestra sociedad.

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