José Apezarena

Diputados pesebristas

Miembros del hemiciclo en una sesión de control, en el Congreso de los Diputados.
Sesión de control en el Congreso de los Diputados.

El espectáculo que está ofreciendo en Estados Unidos el Partido Republicano, con el bloqueo sistemático en la elección de presidente de la Cámara de Representantes, resultaría inimaginable aquí, en España, en las dos cámaras legislativas, donde impera una obediencia lanar.

Allí, una veintena de senadores se niegan a otorgar el voto al candidato del partido, Kevin McCarthy, representante de California.

¿Alguien podría pensar que algo así pudiera ocurrir en el Congreso de los Diputados? ¿O en el Senado? De ninguna manera. Aquí no se mueve nadie de la posición que dicta, en cada caso, la dirección. Digo en cada caso, porque las posiciones varían en función del interés electoral, o del designio personal del líder, cuando solo busca su propio beneficio, es decir, seguir él aupado en el poder.

Me viene, por cierto, a la memoria un recuerdo del paso por la mili, cuando, estando en formación, el capitán gritaba: “No os mováis, aunque estéis mal”. Quería decir que, si alguno pensaba que se encontraba mal alineado, no intentara corregirlo, sino que permaneciera quieto, porque era más aparatoso cualquier movimiento que una ubicación defectuosa.

Lo dicho. Aquí no se mueve nadie. Las feministas ‘clásicas’ del PSOE han tragado con la ley trans como auténtica campeonas, y se han sometido a la disciplina sin decir esta boca es mía. Únicamente ha habido un voto en contra, el de Carmen Calvo, a la que, si no por otras cosas, sí alabo por mostrarse consecuente con sus principios. Al menos una.

Y ¿qué decir de la supresión del delito de sedición y del afeitado al de malversación? Muchos bufidos en privado, alguna que otra amenaza en público por parte de cualificados varones, y al final todo el mundo ha claudicado y el voto socialista en el Congreso ha sido unánime. Se han achantado.

Bien proclamó Alfonso Guerra (o al menos se la atribuye) eso de que “quien se mueve no sale en la foto”. Porque hay unas elecciones demasiado cerca, van a confeccionarse las listas de candidatos, y nadie quiere quedarse fuera. Ni siquiera a costa de tragarse las convicciones y los principios. No hay que recordar la tan conocida frase atribuida a Groucho Marx: “Estos son mi principios, y, si no le gustan, tengo otros”.

Miremos, por ejemplo, a los diputados socialistas de Castilla-La Mancha y a los de Extremadura, donde los respectivos líderes habían proclamado su discrepancia con la reforma de la malversación. ¿Alguno tomó la palabra, en el Pleno del Congreso, para anunciar esa posición? Ninguno. ¿Alguno votó en contra? Por supuesto que no.

Aunque eso de la dictadura de los partidos se da por todas partes. Ya se contó en estas páginas que Feijóo ha comunicado al Comité Ejecutivo que el PP no derogará la ley del aborto, y se adelantó en primicia que excluirá de las próximas listas a los diputados que le exigen que lo derogue. Pues eso.

 

Lo expresa muy bien un refrán viejo y castizo: “De los escarmentado nacen los avisados”. No quieren escarmientos.

Es lo que siempre se ha llamado pesebrismo, con perdón de los humildes pesebres, ahora que acabamos de pasar la Navidad.

Y, a ese propósito, me parece oportuno recordar la figura del recién fallecido Nicolás Redondo Urbieta, el líder de UGT que le montó una imponente huelga general al socialista Felipe González, que, por coherencia, renunció al escaño en el Congreso de los Diputados, y que finalmente, con enorme discreción, se acogió a una vida retirada y modesta.

Desde luego, él no fue un sindicalista como tantos de los actuales, los de las tarjetas black, el dinero para asar vacas y los langostinos.

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