José Apezarena

Pedro Sánchez ha entregado a Podemos la cabeza del rey Juan Carlos

Pedro Sánchez y Juan Carlos I, en una imagen de archivo.
Pedro Sánchez y Juan Carlos I, en una imagen de archivo.

La salida de don Juan Carlos de España, en esa especie de auto exilio que acaba de iniciar, no tenía por qué haberse producido. No existe motivo. No solamente no está condenado, es que ni siquiera se halla imputado. Desde mi punto de vista el episodio ha causado una humillación innecesaria.

Evidentemente, se ha tratado de una decisión planteada por La Zarzuela, a la que al final ha tenido que acceder el rey emérito. El comentario a sus íntimos, publicado en ECD, "Me tengo que ir fuera un tiempo", resulta muy revelador.

Lo de "un tiempo" expresa la auténtica realidad de esa decisión: no estamos ante un adiós, ante una ausencia definitiva. No es un exilio.

En efecto, don Juan Carlos sigue teniendo su casa en La Zarzuela, que sigue siendo su domicilio. No ha habido mudanza. No la ha desmontado, no ha retirado sus pertenencias personales. Todo sigue allí, preparado y a su servicio.

De hecho, comentó a sus amigos que piensa volver a España en cualquier momento, con toda normalidad. Y entonces encontrará su casa en orden y disponible.

Y con el "me tengo que ir", dejaba claro que se trata de una decisión forzada. Forzada por La Zarzuela, por su hijo, a la que él ha dado el visto bueno. ¡Qué remedio!

Aparte de posibles razones de conveniencia, que quizá existan, la realidad es que Felipe VI se ha visto en la tesitura de tomar alguna medida con su padre, aun a sabiendas de que hacer algo contra él, cuando no existe ninguna iniciativa judicial, puede interpretarse como una condena anticipada por su parte, sin acusación, sin juicio, sin defensa y sin sentencia.

Ocurre que don Felipe ha visto cómo desde el mismísimo Gobierno le lanzaban mensajes imperativos para que "hiciera algo" con su padre.

Las declaraciones previas de Pedro Sánchez, bastante sibilinas, comentando que el Gobierno vería con buenos ojos "cualquier decisión" que tomara la Casa Real, en realidad estaban diciendo a La Zarzuela que "tenía que tomar decisiones".

 

Sin esas presiones, posiblemente don Juan Carlos seguiría en España, manteniendo la misma discreta vida que hasta ahora.

Sin embargo, vista la complicada coyuntura, Felipe VI ha optado por pactar con su padre el abandono temporal de España. Lo cual, por cierto, también le puede venir bien a él, por el efecto de distensión que puede provocar.

El trasfondo de las presiones de Pedro Sánchez a La Zarzuela es que, a su vez, se siente coaccionado por el socio de Gobierno. Un líder de Podemos descontento con algunos movimientos de La Moncloa, y al que, además, va a tener que marginar cuando necesite aprobar los recortes económicos exigidas por Europa a cambio de sus ayudas post-Covid. Y con el que se siente también en falta por haber empezado a negociar con Ciudadanos los próximos Presupuestos.

Así que Pedro Sánchez ha visto necesario conceder "algo" a Pablo Iglesias y sus gentes, darles alguna contrapartida que les pueda entretener. Les ha facilitado una baza bastante apetitosa: el cerco a la monarquía. Y lo están aprovechando a fondo.

Sánchez precisaba tener callados a sus socios, y les ha entregado la cabeza de don Juan Carlos.

No hace demasiado, me preguntaba si el presidente del Gobierno era capaz de montar una campaña contra el rey y saqué la conclusión de que sí. De que lo es. A ser posible, sin que se note. Lo estamos viendo.

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