José Apezarena

¿Socialistas?, según

Alfonso Guerra y Felipe González (Foto: Marisa Flórez).
Alfonso Guerra y Felipe González (Foto: Marisa Flórez).

Pedro Sánchez se siente satisfecho. Acaba de subir un peldaño más en su aventura por convertirse -en el futuro- en uno de los líderes políticos de Europa.

Es conocida su ambición por llegar un día a ser uno de los dirigentes. Como, por ejemplo, presidente del Parlamento Europeo (ahora lo es Roberta Metsola), o del Consejo Europeo (actualmente, Charles Michel), o, sobre todo, de la Comisión Europea (hoy, Ursula von der Leyen).

Ese pequeño escalón es su nombramiento como presidente de la Internacional Socialista, que ha conseguido, entre otras cosas, porque nadie más se ha presentado candidato a suceder al griego Yorgos Papandreu.

La Internacional Socialista alcanzó notable relevancia en el pasado, con presidentes de la talla del alemán Willy Brandt (1976-1992), el francés Pierre Mauroy (1992-1999) y el portugués Antonio Guterres (1999-2005), todos ellos primeros ministros en sus países.

Después de la presidencia griega, por así decirlo ‘tocaba’ colocar en ese cargo a un español. O sea, Pedro Sánchez.

El peso, el protagonismo, de la Internacional Socialista es hoy muy reducido. Porque esos partidos han perdido presencia en numerosos países, como Francia por ejemplo, e incluso Alemania, cuando no han acabado prácticamente desapareciendo, como es el caso de Italia. Pero, sobre todo, porque el socialismo como tal se halla sumido en una profunda discusión.

Uno de los elementos de duda es lo que podría llamarse el “fracaso económico” de los socialismos.

Ahora que se celebran los cuarenta años de la victoria del PSOE, la realidad es que el Gobierno de Felipe González, seducido por el modelo socialista-keynesiano de Mitterrand, hundió la economía española, que, en el mejor de los casos, ofrecía el resultado de un débil incremento del PIB. Así lo analiza Juan Velarde.

El motivo de que la creación de empleo fuese escasa estuvo en el conjunto de restricciones legales aprobadas, con la idea de proteger a los trabajadores pero que en realidad generaban un desempleo elevado y constante.

 

Esa “sindicalización conservadora” del socialismo español -explica Velarde- provocó, además, que, en el último año completo de la administración de Felipe González, 1995, en España, el PIB por habitante no se incrementó el 2% y estuvo por debajo del de el año anterior.

Hoy, el socialismo se afana por reinventarse, en un intento de seguir siendo atractivo políticamente. Resulta tal el desconcierto interno, que algunos viejos partidos, incluido en su día el PSOE, han llegado a plantear la opción de suprimir el calificativo “socialista”.

Escribe Velarde que el socialismo ya no posee el atractivo, que tuvo tras la II Guerra Mundial, por ser un activo participante a favor de que existiesen en Europa sistemas democrático-liberales complementados con un Estado del Bienestar que igualase rentas y generase pleno empleo, que es lo que se buscó en España en la Transición.

Por si fuera poco, desde el punto de vista intelectual, hoy no aparece por ningún lado alguien que sea capaz de adecuarlo a la realidad.

Según el diccionario de Oxford, el socialismo es la “doctrina política y económica que propugna la propiedad y la administración de los medios de producción por parte de las clases trabajadoras, con el fin de lograr una organización de la sociedad en la cual exista una igualdad política, social y económica de todas las personas”. Estamos, sin duda, ante un horizonte que hoy se encuentra absolutamente desvaído.

Todo lo anterior ha provocado que algunos partidos socialistas estén buscando salidas, por la vía de empuñar banderas nuevas, como el ecologismo, el orgullo gay, el feminismo, la ley trans... Por no hablar, aquí, en España, del revanchismo que se esconde detrás de una ley, llamada de memoria democrática, que olvida la mitad del relato de lo ocurrido en nuestro país.

Si el socialismo español cree que eso último, el retrovisor, es un camino que le permitirá sintonizar con los ciudadanos de hoy, está muy confundido. Ya se comprobó cuando sacó a Franco del Valle de los Caídos, creyendo que eso le garantizaría la victoria electoral, y se encontró con la dura realidad de que no le sirvió para nada. O incluso le perjudicó, por seguir enmarañado en un pasado que hace más de ochenta y noventa años que ocurrió y que está muy lejos para los españoles de hoy.

Sánchez, presidente de la IS. ¿Internacional? Sí. ¿Socialista? Según.

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