Javier Fumero

La heroína discreta merece un monumento

Se llama Laurence Le Vert y es juez de profesión. Apenas hay fotos suyas, nunca ha buscado el calor de las cámaras de televisión o la popularidad. Pero ha estado 25 años dedicada a la lucha antiterrorista en Francia y ha sido clave en la desaparición de ETA.

¿Se acuerdan de ETA? Es increíble la capacidad que tenemos los hombres de olvidar, de restañar heridas, de amortizar sucesos que, en su momento, nos afectaron de la peor manera. Porque hubo un tiempo en el que este país vivía con el miedo pegado al cuerpo.

Miedo a las bombas lapa, al disparo en la nuca, al secuestro en zulos, a las ollas cargadas de metralla, a los lanzagranadas frente a los acuartelamientos, al Tytadine, el amonal, la pentrita, la cloratita y el cordón detonante, a las troqueladoras de matrícula, a los 9 milímetros Parabellum.

Aquello dejó una huella imborrable en la vida de muchas personas. Unos tuvieron que exiliar. Ya saben: dejar el hogar, arrancar de la tierra que amas con toda la familia, y buscar acomodo lejos de la patria para proteger a los tuyos. Terrible. Otros se quedaron, mirando a los ojos a la bestia. Y un puñado de ellos pagó con la propia vida, o la de algún ser querido, la osadía.

Hoy, España es un país sin cadáveres de ETA en las cunetas. Sin fotografías de cuerpos mutilados, niños llorosos, madres y esposas desconsoladas,  ni coches calcinados en las portadas de los periódicos. Sin funerales, ni banderas a media asta por luto oficial.

La culpa de ello la tienen un buen puñado de héroes, algunos bastante anónimos, entre los que se encuentra la juez Le Vert. Se acaba de jubilar como es ella: “silenciosa, meticulosa, espartana, cabezota, perseverante, discreta, reservada…”. Así la describía hace unos meses Fernando Lázaro, uno de los periodistas que mejor la conocen.

-- “Sin ella, esto habría sido imposible. Su carácter y su decisión han sido esenciales. Sabía de ETA más que muchos de los que hemos estado toda la vida persiguiendo comandos”.

Así se expresa un veterano mando de la Guardia Civil –citado recientemente por el propio Lázaro en un reportaje sobre esta mujer- que recuerda sus hazañas: en reuniones de colaboración, cuando los agentes presentaban fotografías antiguas de etarras buscados, la propia Le Vert acudía a su despacho y facilitaba imágenes más recientes a los agentes españoles.

-- “No hacía falta que le dieran muchos datos, ubicaba rápidamente a cada miembro de ETA, a cada comando, cada sumario... Lo tenía en la cabeza. Algunos apuntaban similitudes con el histórico fiscal Eduardo Fungairiño, otro de los pilares contra ETA”, explicaba Lázaro en ese trabajo.

 

Era muy celosa de su trabajo, honesta e íntegra. Tanto que se atrevió a destapar uno de los escándalos más sonados de la guerra sucia de las fuerzas de seguridad españolas contra ETA: el caso Faisán. Todavía recuerdo la llamada a la redacción de El Confidencial Digital de una fuente informativa de primer nivel contando el enfado de la magistrada por un chivatazo policial que había desbaratado una operación que ella coordinaba. Tal fue su indignación que el secretario de Estado de Interior de aquel entonces, Antonio Camacho, tuvo que viajar a París para intentar calmar los ánimos. En balde.

Desgraciadamente, no fue la última vez que España desató las iras de esta celosa vigilante: tiempo después, el diario El País informó del hallazgo de tres zulos antes de que llegaran los gendarmes al lugar. En fin.

La semana pasada, la Fundación de Víctimas del Terrorismo le otorgó el premio Derechos Humanos Adolfo Suárez 2016. Está muy bien, pero algún día habrá que homenajear en España como es debido a esta mujer. Le debemos mucho.

Más en twitter: @javierfumero

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