Amor humano

Mi amigo “Nacho” es genial, ya saben que es un personaje real pero con nombre imaginario. Hace unas semanas, al regresar a medianoche de una reunión extra en su trabajo, hubo de superar dos difíciles pruebas antes de irse a descansar.

Me explicó que, después de dejar su automóvil en el parking, que lo tiene a unos 300 metros, y subir hasta su casa, un piso céntrico de una gran ciudad, le inquietó sobremanera ver que olvidó en el coche la llave de entrada a su domicilio. (Ya siendo tan tarde no quería despertar a su esposa y a sus dos hijos de 1 y 3 años). ¡Qué fastidio y qué pereza tener que volver al aparcamiento por ese despiste! ¡Pero lo hizo!

Cuando regresó a casa, abrió silenciosamente la puerta… Todo en silencio, todos durmiendo... Pero le desconcertó una bolsa de basura apoyada a la entrada, con una nota bien visible que le recordaba algo en lo que él insistía siempre: Los pañales desechables y sucios de los niños era preciso sacarlos de casa lo antes posible. Entonces, esgrimiendo la épica de un intrépido padre de familia, volvió a bajar a la calle para depositar la “olorosa” bolsa en el contenedor de la esquina.

Me perdonarán la sencilla anécdota, pero es que muestra las pequeñas heroicidades cotidianas de tantas personas que no son noticia. ¡Cuántos amigos y colegas tenemos, y vecinos a quienes saludamos a diario, que no son famosos pero sí muy importantes!

Concretándolo en algo básico, viene a cuento esto para hablar de lo que representa la unidad y la entrega de los esposos. Pensando en un fin común, como es la felicidad y la madurez a todos los niveles de su relación: Afectividad, sexualidad, procreación, el cuidado de los hijos…

A ver si nos enteramos que la familia es una comunidad de amor y de solidaridad, que ha de poder garantizar el compromiso y la duración del amor. Por ello, no es el vínculo jurídico un mero formalismo.

El caso es que en la familia se puede y se debe encontrar una realización integral, una felicidad insustituible, que pasa por encima de toda actividad profesional, intelectual o social, por estupenda que sea.

Hemos de reconocer que amar es adherirse a la realidad, ver lo bueno que puede haber en ella, es superar el relativismo y el materialismo que nos atenazan a menudo.

Sepamos, pues, que la estructura de la familia no se apoya en un plano sentimental, ni siquiera es algo sólo socio-cultural. La familia no es una variable cambiante del orden social, tiene su raíz en una exigencia estructural del mismo ser del hombre. Con lo cual, es un gran error dirigir el bienestar social sólo a los individuos y no a las familias.

 

Pongamos más en valor el carácter natural de la familia, su intrínseca anterioridad al Estado; veamos en ella el lugar donde la fraternidad y la paz tienen su inicial encuentro.

Es por eso tan necesario buscar el bien mayor, concentrar en él la voluntad de todos los miembros de la familia; ensanchar horizontes, elevar el nivel en las relaciones humanas, superar circunstancias adversas y actitudes mezquinas.

Se dice fácilmente pero, como todo lo que vale cuesta esfuerzo, nos tendremos que entrenar en la épica de servir a los demás. Para ello, no olvidemos contar también con el viento a favor de una cierta madurez espiritual, con la cual entenderemos mejor la dignidad de los demás y del propio cuerpo, y el gran significado que éste tiene en las relaciones personales.

Por otra parte, si tenemos claro que la principal virtud es el aprecio a los demás, y a uno mismo, la unión entre los miembros de una familia no será una insana dependencia. No haremos las cosas por cumplimiento o por temor, pues la familia, imagen de eternidad, no puede tener miedo al qué dirán o al futuro: Seremos un modelo vivo, de vida atrayente, con luchas, que las habrán.

Y, como mi amigo Nacho, superando dificultades incluso a altas horas de la madrugada, viviremos con buen humor aquello de: “Lo fecundo es insistir y persistir”. O sea, poner alma al mundo. ¿No les parece?

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