Familias frente a la crisis

La habitual imprevisibilidad humana tiene en la familia una concreción aumentada a una altísima potencia. Los planificadores sociales de todos los colores siempre han tenido y tendrán tremendas dificultades para aherrojar la familia, para someterla a los dictados de la posmodernidad, o del consumismo, o de un relativismo galopante.

La familia es un elemento dinamizador que supera cualquier lógica, por ello es tan necesaria para salir de cualquier crisis, para progresar de verdad, para superar el nihilismo creciente, ese que desprecia a casi todo, que todo lo mira con desgana, que nos lleva al fracaso personal y colectivo.

Los gobernantes, si se quieren ocupar sinceramente del bien de la sociedad, entenderán que la familia es, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad. Es insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos y sociales, esenciales para el desarrollo y bienestar de todos los ciudadanos.

Pero además, la familia nos arraiga en una dimensión territorial y cultural, muy importantes para el desarrollo individual y colectivo. Pensemos también que las personas hemos de poder sentirnos fruto del amor; eso constituye, sin duda, una base firme de nuestro ser.

Sabemos que existen funciones sociales, también con objetivos muy prácticos,  que no pueden ser desempeñadas por otras instituciones distintas a la familia. Esto permite descubrir que la familia natural es un grupo primario que se constituye por la residencia común, la cooperación y la reproducción. No es posible que una sociedad moderna produzca los bienes, referencias y claves que requiere para operar, sin el concurso de la familia como referente principal.

En todo caso, la familia no es una construcción sociológica casual, fruto de situaciones particulares históricas y económicas. ¡No! El hecho-familia existe en cuanto tal, aunque difiera según las culturas, del mismo modo que el hombre difiere según esas mismas culturas, pero sigue siendo hombre.  

Insisto hoy en estas ideas al observar numerosas situaciones de grave dificultad económica y de relación, provocadas por una crisis que todos sabemos que no es sólo monetaria. Todo el mundo sabe que en la familia se puede y se debe encontrar una realización integral, una felicidad insustituible, que pasa por encima de toda actividad profesional, intelectual o social, por estupenda que sea. Pero también es verdad que cada persona ha de poder tomar sus propias decisiones, y cuando una persona o una familia entera se queda parada la única solución es tener trabajo.

A ver si nos enteramos que para casi 5 millones de conciudadanos nuestros es un sin vivir el verse desempleados. Y, para otros muchos, es un problemón tanta inestabilidad laboral, o la escasez de recursos para asegurar la alimentación y la higiene, o la falta de viviendas que sean económicamente asequibles.

Incluso pienso que, además de referirnos a la familia de parentesco, sería preciso sensibilizarnos sobre el poder ser familia con toda la humanidad, especialmente con tantos que lo están pasando fatal y tal vez estén solos. ¡Y nosotros ensoberbecidos con nuestros “juguetitos” políticos o de vedettismo a ultranza!

 

Esto nos puede recordar que el matrimonio es más que una relación emocional, es también una sociedad económica y una red de seguridad social. Pero, ojo, no nos engañemos, a menudo hemos dejado de lado la vertebración de la sociedad a través de la familia, apostando sólo por el individuo, dejando de lado valores como la renuncia, el sacrificio, la responsabilidad.

Por eso, es hora de hablar de la familia, o lo que es lo mismo, hablar de libertad, autoridad, respeto, amor,  crecimiento, entrega a los demás. Sí, en la familia encontramos la primera libertad, que está conectada íntimamente con el servicio a los demás. Una libertad que es sacrificio y renuncia; que siempre cuidará con finura del gran valor del respeto y  la justicia. En la familia, encontramos fortaleza ante la adversidad, ambiente de alegre vencimiento, de mejora real y para todos, comprensión, cierta unánime esperanza, una referencia vital.   También en ella, por su propia naturaleza, se produce el desarrollo personal en un marco de responsabilidad y solidaridad, pues las relaciones familiares son  –luchamos todos porque sean- esencialmente, relaciones de amor. Por eso la familia es fuente de humanización y crecimiento personal, el mejor lugar donde las desigualdades pueden ser superadas, es principio afectivo de la especie humana, cuna de buena convivencia, incluso a contracorriente.

Sí, estoy convencido, frente a la crisis, cuidar la familia y disfrutar de ella va a ser un sano estímulo, un elemento dinamizador y necesario para todos.

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