Padres, profesores y alumnos

Padres y profesores hemos de creer más aún en el gran valor de la educación. No seremos famosos pero somos muy importantes y el sentido común y la experiencia nos hacen ver que para educar bien hemos de “poner toda la carne en el asador” y adaptarnos a las realidades cambiantes de hijos y alumnos. Eso también es exigible a los poderes públicos. Así, viene dada la necesidad de poder tener una verdadera libertad de enseñanza. Y va a ser el secreto del éxito la sincera implicación de padres, profesores y alumnos en el desarrollo del proyecto educativo de cada colegio.

Convendremos en que los principales responsables de la educación de los hijos son los padres. Hemos de reconocer, pues, su derecho a elegir la educación de sus hijos. El caso es que, ningún gobernante central o autonómico puede imponer a las familias una escuela concreta: Ni pública, ni privada; ni diferenciada, ni mixta; ni laicista, ni fundamentada en valores religiosos.

Sobre el derecho a la educación, veamos su doble perspectiva: De un lado es un derecho a recibirla y de otra parte es un derecho a poder elegir en libertad, que va unido directamente al poder crear y dirigir centros de enseñanza alternativos a los creados por el Estado. Es así que, como decíamos, los padres hemos de poder escoger escuelas diferentes a las establecidas por los poderes públicos, según nuestras convicciones y proyectos vitales.

No olvidemos la función subsidiaria que, en relación a la iniciativa de los padres y de la sociedad, tienen el Estado y las Comunidades Autónomas: La libertad de elección no sólo se ha de tolerar sino que se ha de garantizar. Para ello es preciso una oferta escolar plural, cuanto más plural mejor, donde la enseñanza pública y la privada puedan ser perfectamente compatibles, ambas con la mayor excelencia.

Por lo que respecta al profesorado, algo más se ha de hacer para mejorar su prestigio social. El punto de salida es reconocer los tremendos condicionantes en su tarea educativa. Sindicatos, gobernantes, los mass media, las familias y los propios educadores tenemos mucho que hacer al respecto, superando discursos partidistas. Es indispensable que los profesores sean bien elegidos, reconocidos en su especialísima labor y por ello que estén bien pagados. Hemos de pasar, estamos pasando ya, de un rol casi burocrático al de plena profesionalidad, con la originalidad que cada uno llevamos dentro.

Pero, además, es justo admitir que muchos nuevos profesores de Primaria y de Secundaria están llegando a las aulas sin la preparación suficiente para poder realizar su tarea con un mínimo de éxito. Atenderlos en su formación continuada es asignatura pendiente para todos, reforzando también su autoridad y la de los equipos directivos.

Por otra parte, también es posible mejorar las relaciones entre alumnos y profesores. Es posible recuperar el respeto, la disciplina y el esfuerzo, sin disminuir la exigencia académica. Pero para recuperar la autoridad del profesor hemos de ejercerla también los padres en casa.

Es aquí donde interesará incidir en una exigente educación de calidad, que pasará por una atención a la formación en virtudes y valores, primero en la familia y después, de acuerdo con ésta, en la escuela. Padres, educadores, instituciones, medios de comunicación y la sociedad entera, hemos de facilitar un ambiente en el que ya los más pequeños puedan iniciarse y crecer en valores éticos, estéticos y morales. Hemos de intentar ser conscientes y responsables, tomar criterio, evitando cierta apatía y relativismo ambientales.

Padres y profesores hemos de intentar despertar a nuestros hijos y alumnos de su inconsciencia y superficialidad, de sus prejuicios y perezas, e invitarlos a buscar la verdad. Hemos de aprender a preguntarles, para poder llevarlos a un profundo examen de sus motivaciones, convicciones y acciones. Y para ello es necesario que, con trabajo duro, hasta el cansancio, seamos capaces de luchar por poner en práctica aquello que les decimos.

 

También es verdad que los papeles de padres y profesores no se han de confundir ni mezclar. Por eso es más importante aún la especial atención a los fines educativos que se buscan, tanto en casa como en el colegio. Deberíamos poder ofrecer escuelas de padres en todos los centros de educación obligatoria, pues son un beneficio para todos, por lo que decíamos antes de la necesaria unidad de criterio.

Especialmente en estos tiempos difíciles hemos de perder miedo al esfuerzo. Es preciso huir de los autoritarismos, tanto como de quien sólo pide derechos y olvida sus obligaciones. En este avance, parece que pasamos ya de la escuela de sólo los conocimientos a la escuela de las competencias; de la escuela de la programación cerrada, a la escuela de los proyectos en equipo, en la que los estudiantes son ayudados a ser autónomos, a tener criterio y a estar motivados en su creatividad particularísima. Nosotros somos los estrategas, comprometidos con el saber y con los alumnos.

Además, como estamos en un mercado laboral cada vez más globalizado y un factor básico para la solidez de nuestra economía es aumentar la competitividad con respecto a otros países, tendremos que dar más flexibilidad al sistema-modelo educativo, que será la piedra de toque para nuestro mejor desarrollo social y como personas.

Pero, para ello, es condición indispensable aprender a superar los intereses ideológicos y de control que los gobernantes vienen teniendo, desde siempre, en el campo de la educación. ¡Así sí será posible llegar a un pacto con sentido de Estado! Entonces, desde las escuelas de Educación Infantil a las Universidades, superando individualismos egoístas y masificaciones de pensamiento único, los centros educativos volverán a encontrar su rol peculiar como comunidad educadora. Y para ese salto de calidad educativo que todos buscamos va a ser clave recordar siempre el orden de padres, profesores y alumnos. Lo que nos llevará a ser más ecuánimes en el compromiso y la exigencia. ¡Pues, venga, que podamos disfrutar en ello!

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