Carmena y los calificativos

La alcaldesa de Madrid es muy dada a adjetivar. Si hace un tiempo –siempre según Carmena- la sentencia que absolvía a Rita Maestre era ‘muy bonita’, ahora ha llegado a la conclusión de que Madrid es una ciudad preciosa y muy limpia.

La verdad es que Madrid es una ciudad preciosa a pesar de Manuela Carmena, pero es una ciudad muy sucia gracias a Manuela Carmena. La capital es una villa maravillosa y lo es desde hace siglos incluso cuando llenan de vallas la Gran Vía o cuando sus calles se convierten en una carrera de obstáculos a base de socavones. Pero es una ciudad sucia, muy sucia.

Hay cosas a las que Carmena puede añadir la salsa de las rectificaciones, de las declaraciones sacadas de contexto o no bien entendidas por los periodistas, lo que no dijo y lo que sí dijo porque, al fin y al cabo, son asuntos más o menos etéreos que se quedan flotando como los planes económicos el Ayuntamiento, los índices de contaminación, las matrículas pares, la persecución del coche privado, la velocidad de la M-30, los desahucios, las ingeniosidades de ciertos concejales, las desnudeces de otros y hasta los bollitos del desayuno.

El problema de Manuela Carmena con la suciedad de Madrid es que no es nada ni opinable, ni etéreo, ni es cuestión de puntos de vista, ni de ideologías, ni de disfraces para la cabalgata. El problema de Carmena se sustancia en la vista de los madrileños, en el ‘pesquis’, que diría un castizo, y el ‘pesquis’ y la vista de cualquiera que se pasee por Madrid, le hará advertir, sin asomo de duda, la suciedad acumulada, los residuos amontonados y las basuras tiradas.

Dice la alcaldesa que no nos creamos lo que nos dicen. Aquí la fe no cuenta, aquí solo cuenta lo que está a la vista.

Y lo malo es que tampoco nos creemos lo que nos dice Carmena. Y es que su sentido de la belleza, de lo bonito y de lo precioso, deja mucho que desear.

 
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