Ineficacia

La poca fe que se tenía en la eficacia de la ONU se diluye como un azucarillo.  Es lo mismo Ginebra que Nueva York. Da igual que se tomen resoluciones o que se veten. Lo cierto es que estamos ante uno de los fiascos más grandes del mundo internacional.

Es indiferente que la guerra o el conflicto sea en Ucrania, en Gaza, en Libia o en Nigeria. Habrá reuniones que, incluso, se catalogan como de urgencia, viajes y desplazamientos constantes de altos dignatarios, pero, al fin y a la postre, el resultado será el mismo: nada.

Y siguen primando los intereses particulares de cada nación o de cada región cuando no los económicos de quienes dominan el petróleo u otras fuentes de energía o de negocio.

Desde aquella Sociedad de Naciones con la que soñó, para arreglar el mundo, nuestro Salvador de Madariaga, apenas hemos prosperado y parece que cualquier organización supranacional padece un mal endémico que no conseguimos quitarnos de encima.

 Ni el Consejo de Seguridad con sus miembros permanentes y sus derechos a veto, ni la Asamblea General, ni los discursos altisonantes sirven para lo más mínimo.

Las guerras y lo conflictos locales se multiplican. Las denuncias, las sanciones y las resoluciones también, pero su eficacia es nula. El mundo internacional baila al son que tocan los intereses, no siempre conocidos de lobbies  o de fuerzas que no son tan ocultas porque todos las conocen, pero todos tienen intereses y comparten egoísmos.

Se sostienen dictaduras mientras se organizan reuniones para hablar de libertades. Se asiste al asesinato de hombres y mujeres a causa de la religión que profesan mientras se redactan documentos sobre derechos de la persona. Se montan congresos sobre alimentación y hasta se recomiendan consumos mientras hay niños que mueren de hambre.

Y continúa la burocracia que, en su beneficio, sostienen miles de funcionarios que, a la vista de lo que ocurre en el mundo, no sirven para nada.

 
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