Rajoy destapa la caja de los truenos en el PP y, además, como el alcalde de ‘Bienvenido Mr. Marshall’, nos debe una explicación

Dicen en Génova que una de las manías de Rajoy es dejar que los problemas maduren y se resuelvan por sí solos a base de tiempo. Si no es así, lo parece. El ‘problema Ruíz Gallardón’ lo debería haber resuelto hace muchos meses. La frase –tan tonta- de ‘ahora no toca’, tiene un límite en el tiempo, y un político debe saber medir los plazos porque ese problema le puede estallar en las manos antes de tiempo.

Hasta que lleguen las explicaciones que Mariano Rajoy debe, según dice, a los españoles, todo son especulaciones, filtraciones más o menos interesadas y, además, apuntando a la línea de flotación del Partido Popular. En 48 horas se pasó de la euforia del fichaje de Manuel Pizarro a los quebraderos de cabeza que le han proporcionado Aguirre y Ruíz Gallardón al Presidente de su partido.

Con independencia del ‘qué ha ocurrido’, lo que realmente le puede pasar factura electoral a Rajoy es el ‘cómo se ha hecho’. La factura sólo se va a poder cuantificar después del 9 de marzo y, hasta entonces, opiniones como las de Manuel Fraga, por citar a un peso pesado, están de sobra.

 Ahora las tareas más acuciantes de Rajoy pasan por minimizar los efectos de haber destapado la caja de los truenos, pacificar el partido, reafirmar su liderazgo y mantener la confianza de los electores no militantes.

No lo tiene fácil -menos en plena precampaña-, y además con el Partido Socialista intentando sacar tajada de cada uno de sus movimientos. Lo que ha pasado, ha pasado, y tener dos líderes del partido en Madrid ostentando los dos cargos más importantes, que no han pestañeado a la hora de querer renunciar a la presidencia de la Comunidad y a la alcaldía de la capital, va a ser un lastre demasiado pesado para toda una campaña.

Para algunos el liderazgo de Rajoy ha salido reforzado y para otros ha evidenciado algo más que debilidad al no ser capaz de cortar antes lo que todos veían que se aproximaba. Mientras haya expectativas de tocar poder, el liderazgo se respetará; si Mariano Rajoy pierde las elecciones muchos recordarán el episodio Aguirre-Gallardón.

Conseguir el voto de los indecisos puede ser la empresa más asequible, sobre todo si se saben explotar los errores del Gobierno socialista de los últimos cuatro años. Es ahí donde, posiblemente, pueda ayudar más Manuel Pizarro, quien en sus primeras comparecencias ha demostrado saber lo que quiere y ha mantenido una postura más que acertada y enormemente eficaz de cara a la captación de votos.

Y, a partir de ahí, el esfuerzo será olvidar y hacer olvidar. Lo que ocurre es que ni el Partido Socialista, ni los nacionalistas, ni Izquierda Unida están por la labor. Y es lógico.

Pero no son tan lógicos son los razonamientos y los argumentos. Una vez más, la izquierda saca el doberman a pasear y el fantasma de la extrema derecha y la pretendida vuelta al pasado. Pobres argumentos.

 

El nacionalismo gallego no tiene pudor alguno en aludir a una pretendida ‘raza’ galaica que no se sabe muy bien de dónde la han extraído, a no ser que quieran traicionar sus propios postulados.

Blanco sigue con el soniquete de los escalofríos que siente cada vez que piensa que pueden gobernar Rajoy, Zaplana y Acebes. Como diría alguno de sus amigos del nacionalismo catalán, ‘debería hacérselo mirar por un doctor’. Claro que de alguien que ya en el instituto se situaba ante una cámara fotográfica con el puñito en alto, se puede esperar no sólo escalofríos sino verdaderas convulsiones.

Y si los acontecimientos en el Partido Popular se han sucedido a velocidad de vértigo, qué decir de la velocidad con la que ha desaparecido de la escena la más que comprometida situación de un presidente de Gobierno que admite sin tapujos haber mentido a los españoles en materia tan grave y delicada como el terrorismo, eso sí, empujado por ‘instancias internacionales’(¿). Todo ha sido tan rápido que ni siquiera ha habido tiempo de detenerse a mirar los fantasmas de tantos políticos que tuvieron que abandonar el poder de manera fulminante por haber mentido incluso en asuntos menos graves.

Es la misma persona que habla de talante: ‘la convivencia sólo se puede gobernar bien con talante’, y que recomienda a los suyos mesura, mientras él -al referirse a sus adversarios políticos- emplea palabras como ‘impúdicas, desvergonzadas o mentirosas’

Hasta Duran i Lleida ha afirmado sin cortarse un pelo: ‘la palabra de Zapatero, no tiene ningún valor’. Pero a lo mejor, el candidato del Partido Socialista busca ese valor en la alianza de civilizaciones que, aparte de un fracaso, ha sido un despilfarro de dos millones y medio de euros para dar de comer a los guardaespaldas del líder turco y que cogieran fuerzas para pegarse con los escoltas españoles. Una alianza un poco rara.

Pero todo es raro cuando un presidente de Gobierno dice que va a plantear a los españoles superar a Francia en renta ‘per cápita’. Vale, de acuerdo señor presidente, pero ¿qué tengo que hacer?

Y a río revuelto, Gaspar Llamazares ya no se conforma con disolver la Iglesia Católica, ahora quiere ser ministro. Eso sí que hará que José Blanco vuelva a sentir escalofríos.

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