Zapatero:despista, que algo queda. De la Iglesia a la banca

Decía Santa Teresa que en tiempos de crisis no convenía hacer mudanza. Dice Rodríguez Zapatero que en tiempos de crisis lo mejor es distraer al personal, y en eso es un maestro. El barullo, la confusión, el jaleo y el río revuelto es lo suyo.

La semana que ha pasado es un buen ejemplo. La expectación que, en los medios, ha despertado la visita del cardenal Bertone, sería absolutamente desproporcionada sino se hubiera magnificado desde instancias interesadas. Conviene dar una imagen dialogante, cortés, diplomática. Se utiliza a la Corona (¿qué pintaba el Rey comiendo en el Palacio de Viana y no en La Zarzuela?), se da una imagen de una Iglesia en el Vaticano y otra en Añastro. Rouco parecía fuera de juego, el nuncio maneja los hilos con Exteriores, la Vicepresidenta se viste de obispo y oro (como Ortega Cano) y así hasta el infinito.

Luego, la realidad y los resultados son muy otros. Por parte del Gobierno todo va a seguir adelante. La Ley para la Ciudadanía se pondrá en marcha definitivamente, los supuestos del aborto estarán ahí, llegará la eutanasia, y en eso que Zerolo llama derechos, ni un paso atrás.

Por supuesto que habrá que extrañarse de que el Secretario de Estado del Vaticano, en su conferencia en la sede de la Conferencia Episcopal -Rouco incluido-, haya afirmado, como no podía ser menos,  punto por punto la doctrina de la Iglesia en todas esas materias. Y quienes se extrañan lo harán porque ‘Bertone se alinea con los obispos españoles’ (¿)  Pero del despiste algo quedará.

Y tras la entrevista con los banqueros, ya se encargan Sebastián y Blanco de despistar y cada uno con su saquito, el de uno de cal y el del otro de arena, siembran confusión y ni siquiera ‘riman’ (Blanco dixit) en la misma dirección. Y eso llena páginas y minutos en los medios.

Después Botín, como el Cardenal Bertone, dejará las cosas en su sitio y los créditos en su lugar descanso, pero el despiste ya está danzando por ahí.

Y así, no es fácil ocuparse de las empresas que cierran, de las familias completas que se van al paro, de quienes entregan las llaves de pisos y coches en las ventanillas de los bancos o de quienes no pueden pagar la cuenta del supermercado.

Todo menos ir al Parlamento. Le obsesiona a Leire Pajín la cara del Presidente y, en su verbo retórico y circunspecto, afirma que ‘la da’ constantemente. El problema es que un gobernante no tiene que ‘dar la cara’. Lo que tiene que hacer es gobernar, tomar decisiones y explicar esas decisiones en el Parlamento. Dar la cara en la televisión, en ruedas de prensa improvisadas, en coloquios y desayunos más o menos oportunos, ni es dar la cara, ni es gobernar.

Ignoro si las continuas disensiones entre miembros del Gobierno están en la ‘agenda setting’ del Presidente, pero si no lo están deberían estarlo.

 

Blanco –que actúa como miembro del Gobierno además de cómo teólogo católico- dice una cosa sobre la virtud de la paciencia. Miguel Sebastián –que, que se sepa,  no es ni teólogo ni católico- dice otra sobre la paciencia con los banqueros. Pajín dice que lo uno y lo otro es lo mismo, y Solbes, en Londres –le llaman ‘el paciente inglés’- nos balbucea ¿hacía falta? que el no se altera por nada.

Dónde se ha agotado la paciencia es en la Asamblea de Madrid en la que ya no vuelan los dossieres. Ahora lo que vuela son los puñales y lo malo es que, cual boomerangs, en una de estas se revuelven contra los escaños que los tiraron.

No tiembla -¿debería de temblar?- Esperanza Aguirre. Le tira a degüello la oposición y en el Partido Popular todo son preguntas e incertidumbres ante la paciencia de Rajoy que, si no es el ‘paciente inglés’, lo parece.

Y mientras se colocan de tapadillo las banderas en el Parlamento de Vitoria, en Galicia y en Cataluña nos colocan unas facturas de mareo. Aunque Touriño juegue al ‘pasa palabra’ con los periodistas y Carod siga con sus delirios internacionales, los gastos del gallego en suelo y sillas, y del catalán en viajes a Israel son poco justificables. Ni los muebles en Galicia son tan caros, ni las coronas de espinas en Jerusalén tienen precios desorbitados.

Y con esos gastos, Botín se arma cada vez más de razón.

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