Por la boca… El perdón no arregla nada

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Una cosa es el perdón entre dos personas, el ofensor y el ofendida y otra muy distinta un perdón con carácter general que además tiene su origen y su razón de ser, en actos contra la sociedad.

Uno no acaba de entender que, para ‘homologar’ conductas o para regularizar situaciones, a los que cometieron los actos delictivos, se les exija pedir perdón y ese perdón, sea una de las condiciones para empezar a ‘tratar’ a esos delincuentes o a esos actos delictivos.

Una cosa es el perdón entre dos personas, el ofensor y el ofendido y otra muy distinta un perdón con carácter general que además de contra individuos concretos, tiene su origen y su razón de ser en actos contra la sociedad.

Se reprocha, por ejemplo, a los terroristas de la ETA que no han pedido perdón y que por eso, entre otras razones, es impensable ningún tipo de beneficio penitenciario.

En primer lugar el hecho de pedir perdón, salvo que se dé un sincero arrepentimiento, poco aporta como atenuante a los aberrantes delitos cometidos y, en segundo lugar, tampoco el que un terrorista pida perdón sirve de nada a las víctimas.

El arrepentimiento de un terrorista -y sobre todo si es condición para acceder a beneficios en su situación penal- es más que dudoso, por lo que la petición de perdón se convierte en un trámite burocrático con poco sentido real.

Por eso hay que explicar muy bien por parte de los responsables ese afán de que los delincuentes pidan perdón.

La figura del arrepentimiento espontáneo siempre se ha considerado como atenuante en la comisión y posterior juicio de un delito. Pero hay perdones y arrepentimientos de muy dudosa espontaneidad y por, supuesto, sinceridad.

 
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