Por la boca… Truhaneando

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez.

Una vez más, Sánchez, mintiendo en las explicaciones sobre el balance de su gestión, los cambios en el Gobierno y su juicio sobre la presidencia europea, no es que haya hecho el ridículo, sino que ha hecho el ridículo de la forma más ruidosa. O sea, truhaneando.

Truhanear, es un verbo muy usado por Quevedo que ya se sabe que, en gran parte de su obra, no se dedicó a los personajes más ejemplares de su tiempo.

Según el DRAE, Truhanear es estafar con engaño y Sánchez en eso del truhaneo se lleva la palma.

Lo antepenúltimo fue lo del balance del año, lo penúltimo la comparecencia para explicar a los ciudadanos y a las ciudadanas, los cambios en el Gobierno, debidos a la marcha a Europa de Calviño y lo último, aunque nunca se sabe, la comparecencia  en foros europeos para despedir la presidencia española.

Una vez más, Sánchez, mintiendo en las explicaciones y justificaciones de los tres asuntos, no es que haya hecho el ridículo, sino que ha hecho el ridículo de la forma más ruidosa. O sea, truhaneando.

Si hay una realidad -sin los tapujos técnicos que se suelen aducir en esas materias- es que los españoles son cada vez más pobres, los sueldos dan para menos, los precios suben de forma incontenible y los impuestos asfixian a la clase media.

Afirmar, a estas alturas, que sin Montero (la de la cosa fiscal ascendida) no hubieran sido posibles los logros económicos y el refuerzo del estado del bienestar, es truhanear.

Presumir y ensalzar los logros de su gestión y afirmar que España está más cohesionada y los españoles más satisfechos y que España es mejor que la España de hace cinco años, no es que sea mentir (que en Sánchez es cosa habitual y que ya no extraña) es practicar la astracanada que, como género teatral es de lo más respetable, pero que como aditivo para un político es vomitivo. Es truhanear.

Presumir de los cambios y reajustes en el Gobierno, cuando todo el mundo sabe que Cuerpo era una opción solamente deseada por Calviño, y denostada abiertamente por el ala comunista del Gobierno y una solución a la que Sánchez se ha tenido que agarrar, ante las sucesivas negativas que sus ofertas han ido recibiendo, es caer en la desfachatez. Es truhanear.

 

Ir a Europa  a decir que tras su presidencia “Europa sale más fuerte, más justa y más cohesionada” y que gracias a él “hemos llegado a acuerdos históricos” es sentar plaza de histrión. Es truhanear.

Los detalles darían para un tratado de la mentira y de la tergiversación, porque desde las alabanzas a Calviño, pasando por los ditirambos a Montero o las justificaciones a la situación de Escrivá, hasta los intentos de retomar su pretendida imagen de estadista europeo, todo en esas justificaciones, balances y “autohagiografía”, es un cúmulo impresentable para cualquier político  aunque sea de menos de mediana talla.

Sánchez ha emprendido una carrera en la que ya es ocioso detenerse en el menudeo, porque simplemente recurriendo a brochazos de análisis grueso de las tres o cuatro mentiras habituales, es más que suficiente para catalogar su catadura como político. 

Un político que truhanea.

La carcajada: Dice Sánchez en alguna de sus comparecencias: “Hay gente que insulta y gente que somos insultados. Gente que asedia y gente que somos asediados”.

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