El día después del 8-M

Manifestación por el Día de la Mujer, en Las Palmas de Gran Canaria (Foto: Europa Press).
Manifestación por el Día de la Mujer, en Las Palmas de Gran Canaria (Foto: Europa Press).

El Día Internacional de la Mujer ha estado más animado este año por la refriega entre sensibilidades feministas y choques en el gobierno de coalición. Pero en lo esencial se mantiene el ya consagrado patrón celebrativo. De una parte, los medios de comunicación rivalizan en publicar artículos y reportajes que aplauden los éxitos de las mujeres; de otra, en las manifestaciones se clama contra el patriarcado que oprime y discrimina a la mujer en general. Cómo un colectivo tan discriminado puede alcanzar tantos logros es uno de los problemas no resueltos de la conciliación informativa.

La actitud de la prensa es unánime y sin reservas. Los artículos hablan de mujeres que prestan una contribución fundamental al bienestar colectivo, por ejemplo, cada vez más en la sanidad, donde son mayoría. Si todavía su presencia es minoritaria, como en las carreras científicas, se destaca alguna figura femenina para demostrar que también ahí la mujer está tan capacitada y puede hacerlo tan bien como el hombre. Si es un campo artístico donde no han brillado figuras femeninas, aunque sea simplemente por falta de masa crítica de profesionales mujeres, se rescata alguna que “ha sido silenciada”. Esto se adereza con algunas informaciones sobre “brechas” entre hombres y mujeres, para no olvidar que “aún queda mucho camino por recorrer” hasta la igualdad.

Todo esto tiene su parte de verdad. Pero también su dosis de clichés. Si alguien se atreve a decir que los hombres hacen mejor o están más inclinados a ciertas tareas, será descalificado por sus estereotipos sexistas. En cambio, puede decirse que las mujeres son iguales a los hombres y capaces de medirse con ellos en todos los terrenos, y a la vez sostener que en ciertos aspectos son mejores, si resulta conveniente o halagador. El sexismo va por géneros. 

En las manifestaciones del 8 de marzo el clima habitual suele ser una mezcla de orgullo, frustración y llamada a la lucha. Cuanto más avanza la mujer, más lejos parece estar de la ansiada igualdad. Las pancartas de un año sirven para otro. El enemigo “heteropatriarcal” acecha para impedir el avance de las mujeres. La violencia machista no cesa. Los derechos de la mujer están siempre amenazados. Es verdad que en las manifestaciones –incluso en la  más “oficial” con asistencia de ministras– dominan los eslóganes más radicales. Pero da la impresión de que la exageración y el catastrofismo se han convertido en armas habituales del combate feminista.

Por lo general, una manifestación se organiza para protestar por lo que alguien hace o deja de hacer. El destinatario puede ser el empresariado, una institución, el gobierno, el parlamento… que ante la protesta deberá responder y ofrecer soluciones. Pero ¿quién responde por el patriarcado el 9 de marzo? El patriarcado es un enemigo sin rostro y sin portavoz, que no se aviene a dialogar con nadie. Como no da la cara, tampoco puede rendirse, así que la lucha nunca puede darse por concluida. Hasta hay quien piensa que hoy en Europa es un monstruo imaginario, fruto de teorías conspiratorias que tanto abundan.

El gobierno y todo el nuevo establishment pueden ir detrás de la pancarta, reverdeciendo sus laureles de rebeldes contra “el sistema”. Pero uno se pregunta cómo es posible que un gobierno donde el 63% son ministras y un Congreso que cuenta con un 47% de parlamentarias, no ha logrado vencer todavía a ese patriarcado opresor.

Esto no quiere decir que las mujeres no tengan problemas. Pero son problemas que no suelen agitarse en las manifestaciones y que no son muy distintos de los de los hombres. En el Barómetro del CIS de febrero de este año, a la pregunta de ¿cuál es el problema [de España] que a usted, personalmente, le afecta más?, los mencionados en los tres primeros puestos  –por hombres y mujeres– son la crisis económica (42,6%), la sanidad (23,4%) y el paro (15,5%). En la respuesta espontánea, en el puesto 41 aparecen “los problemas relacionados con la mujer”, que inciden en el 0,8%, y en el puesto 21 “la violencia de género”, que afectaría al 1,6% . Lo cual no es óbice para que cuando se pregunta específicamente “¿Cree Ud. que la violencia de género es actualmente un problema preocupante para la sociedad española?” el 92,8% diga que sí. Es decir, es un problema de la sociedad, pero a mí no me afecta. El clima de alarma social alimenta la sensación de inseguridad, pero  la vida personal está al margen de ese problema del colectivo.

Sin embargo,  las pancartas y eslóganes de las manifestaciones feministas del 8-M se centran en los problemas más dramáticos ( agresiones sexuales, violencia de género, aborto…), cuando las preocupaciones más generalizadas tienen que ver con la economía, la sanidad y el paro, que inciden en la vida de la mayor parte de las mujeres como de los hombres. 

Este año el gobierno se ha sacado de la manga la anunciada Ley de Paridad,  para garantizar que al menos el 40% de los puestos en los organismos políticos y en los consejos de administración de las empresas cotizadas en Bolsa estén ocupados por mujeres. Pero la mayor presencia de mujeres en los consejos de Administración de grandes empresas no es algo que afecte personalmente a la vida de la inmensa mayoría de las mujeres que trabajan. Más bien parece un forcejeo entre varones y mujeres en puestos privilegiados, que se disfraza como una cuestión de igualdad de género. Las cuotas pueden ser la pantalla que oculta otras desigualdades, no de género, sino económicas.

 
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