Respeto, también en los carnavales

            La sátira y la diversión que caracterizan los carnavales tienen unos límites. Diversión  y respeto han de ir de la mano, no son incompatibles. También en la celebración de los carnavales, que se ha celebrado en estos días, como todos los años en vísperas del comienzo de la Cuaresma, que dio comienzo ayer.

No quiero ahondar en el origen de los carnavales ni en una confrontación de valores, sin poner el acento en que nuestra sociedad tiene que seguir aprendiendo a dialogar y conciliar modos de pensar y creencias. Los carnavales no deben ser excusa para ridiculizar creencias religiosas, que en la práctica supone poner en berlina las creencias cristianas, con o sin intencionalidad expresa al elegir un disfraz, pronunciar unas palabras o llevar a cabo unos gestos.

            Muchas veces el modo mejor de expresar lo que pensamos es relatar un hecho reciente, que es lo que voy a hacer en estas líneas, para entretenimiento de los lectores y – espero – expresar mi opinión, que no es aislada, sino tal vez mayoritaria.

            El pasado sábado, en Castellón, un amigo médico escuchó desde su casa a unos jóvenes que cantaban “Beeeetiiis, Beeeetiis”. Al día siguiente se jugaba el partido Villarreal-Betis. Se asomó por la ventana y vio que eran 5 jóvenes que claramente habían bebido bastante alcohol, uno de ellos vestido de Papa y haciendo gestos de impartir la bendición a los viandantes, a la vez que profería frases irrespetuosas.

            El amigo mencionado observó que pasaban diversos peatones, y parecían mostrarse en desacuerdo con esa vestimenta jocosa, pero nadie le decía nada al mencionado joven. Decidió bajar  a la calle y hablar con él, para hacerle razonar la falta de respeto que suponía. Su esposa intentó disuadirle, porque tenía un fuerte resfriado y veía que podía generarse violencia física al entablar conversación con unos jóvenes ebrios. Al comprobar que su marido bajaba a la calle, ella se acercó al teléfono, por si tenía que avisar a la Policía según se desarrollasen los acontecimientos.

            Era algo arriesgada esa decisión de intentar convencer a unos jóvenes bastante ebrios. Sin embargo, al mencionarle  al disfrazado que era irrespetuoso con  más de 1.100 millones de católicos, el joven contestó: “¡Vaya, más que seguidores del Betis!”, y destacó que no quería ofender a nadie. Ante esta respuesta, mi amigo le preguntó  porqué no elegía un disfraz de otro líder religioso, por ejemplo musulmán, y le contestó: “Eso es muy arriesgado, al menos por ahora”. El joven le dijo que ni siquiera sabe cómo se llama el Papa, a lo que otro de los jóvenes  - más enterado o más sobrio- contestó: “Francisco”.

            Para saber  si molestaba el disfraz, los jóvenes preguntaron a una pareja que pasaba en ese momento, y ambos contestaron que sí les parecía un disfraz irrespetuoso y molesto. Ante esta contestación, el joven vestido de Papa le dijo a mi amigo que, siendo así, no tenía inconveniente en quitarse el disfraz, pero que le facilitara algo de ropa, porque debajo no llega otra cosa que ropa interior.

 Los jóvenes acabaron invitando a mi amigo a tomarse una cerveza con ellos, y pidiendo disculpas por esa ofensa religiosa. Con frecuencia se ofende por ignorancia, pero también por pasividad de los ofendidos, que se quejan pero no dialogan ni defienden con valentía sus  derechos ciudadanos, que incluyen el derecho a la libre práctica de la religión. Ignorancia y complejos explican muchas cosas que suceden en nuestros días.

 
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