ONU, Iglesia y JMJ

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La primera Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) post-pandemia es la que se está celebrando estos días en Lisboa, del 1 al 6 de agosto. Una normalidad que llega a todo.


Es un acontecimiento muy relevante, mundial, que congrega a cientos de miles de jóvenes, para el que muchos llevan preparándose meses. Es una iniciativa de la Iglesia que, sin duda, se puede calificar como consolidada y de éxito: tal vez por eso mismo hay quienes no le dan un tratamiento informativo razonable, quienes parecen reservar el espacio de “noticias” de la Iglesia a las que siembran zozobra, inquietud y, especialmente, si son un escándalo.


Me parece muy interesante recordar la historia de las JMJ, su sentido, su tratamiento informativo, puesto que una celebración tan multitudinaria no sólo interesa a la Iglesia, sino que es una referencia cultural de primerísima magnitud.


Quienes simplifican la Iglesia a unos ritos, una liturgia, unas celebraciones “cerradas”, no captan la importancia de iniciativas como la JMJ, que buscan aportar a la cultura – sobre todo a los jóvenes – vida espiritual, cristiana.


Animo a informarse sobre esta JMJ, sin prejuicios, para captar el ambiente de alegría, que echa por tierra el calificativo de “aburrido” todo cuanto se refiere al catolicismo casi como identidad. No es cierto: la fe y la moral católicas están impregnadas de alegría, y basta ahondar un poco, además de verlo reflejado en Lisboa. Atrae a los jóvenes por su fuerza, su autenticidad.


Además del ambiente, escuchar o ver lo que ahí diga el Papa o los mensajes que se transmiten serán vitaminas para nuestro tiempo y resortes que se ofrecen para una vida llena y feliz. Casi nada.


La JMJ es una iniciativa que puso en marcha con periodicidad bianual o trianual Juan Pablo II, hoy San Juan Pablo II, en 1986 (Roma). Tiene mucho que ver con la proclamación, por parte de la ONU, del Año Internacional de la Juventud, en 1985. La cifra no ha dejado de aumentar en las JMJ, con muchos jóvenes que “repiten” y otros muchos que acuden atraídos por lo que ven y escuchan en los medios de comunicación, en su diócesis, en la parroquia o en boca de algunos conocidos y amigos.


De todas las JMJ la más numerosa fue la de Manila (1995) con cinco millones de asistentes. España fue el primer país en acoger dos JMJ, Santiago de Compostela (1989) y Madrid (2011): para pensar, pues ciertos calendarios son significativos.


El Papa Juan Pablo II fue calificado como el “Papa de los jóvenes”, por esta y otras iniciativas. El pontífice conectaba muy bien con los jóvenes, por su estilo directo, jovial, optimista, con una vida personal acostumbrada a superar dificultades, como cada joven conviene que asuma, pues en la vida nada se consigue fácil.

 


Quiero destacar ese detalle: la ONU declara el Año Internacional de la Juventud, y el Papa quiso que la Iglesia aportara su doctrina, su mensaje, a los jóvenes. Eso mismo sucedió con las familias: la ONU declaró en 1994 el Año Internacional de la Familia, y Juan Pablo II comenzó los Encuentros Mundiales de las Familias, el mismo año 1994, en Roma, con el mismo fin de que la Iglesia no se quedara al margen de ese apoyo y esfuerzo.


Entonces y ahora, hay quienes pretender relegar la Iglesia a lo privado, que los católicos no trasladen su fe a calles y celebraciones, con el falso argumento de no violentar a los no-católicos: asombroso, pero siguen pensando así algunos, en España y en nuestra cultura actual.


Hay jóvenes que optan por festivales musicales veraniegos, y también hay jóvenes que optan por un encuentro espiritual y festivo, católico, en Lisboa. Muchos o pocos, al menos sirve para hablar de los jóvenes con propiedad, variedad y comprensión.


Los jóvenes acuden, sobre todo, para profundizar en la fe católica y prepararse para difundirla en su ámbito, sin complejos: el logo de la JMJ sugiere a los jóvenes no conformarse y ser protagonistas. También son “noticia”, parte importante de la vida mundial en agosto 2023. Jóvenes y fe son noticia.

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