De lo que no hablamos

El marco se completa en torno a los manteles de un soberbio restaurante con la compañía de sus mujeres y dando cuenta de exquisitas carnes y vinos de la tierra. Tras el almuerzo, comienza la tertulia, que se prolonga en casa del anfitrión hasta bien entrada la tarde de un delicioso día de comienzos de julio. Un veterano Golden Retriever, Colombo, sestea mientras los demás no dejamos de charlar.

Conversamos sobre todo lo divino y lo humano. Nos preocupan, por ejemplo, los efectos que la revolución tecnológica provocará pronto en el empleo, y las reales posibilidades que los afectados dispondrán de acomodarse a nuevos trabajos. También nos inquieta la caída demográfica y sus consecuencias presagiables en el ámbito educativo, vaciando progresivamente las aulas, en especial en aquellas iniciativas no públicas que deben necesariamente velar por su sostenibilidad. Los retos de las Administraciones igualmente nos ocuparon algún tiempo, discutiendo acerca de su futuro en los términos fuera de escala que a todos nos parece que tenemos en España y el riesgo de no contar con suficientes recursos para su mantenimiento.

Los retos de la investigación y los avances en el mundo digital, así como lo que nos depararán en la vida cotidiana, dieron de si lo que tarda en humear lentamente un buen habano en un precioso jardín rodeado de cuidada vegetación. En especial, debatimos acerca de esos modernos estudios médicos que auguran el final de la muerte, lo que nos condujo a divagar sobre cuestiones más profundas, ligadas a las dolorosas pérdidas de seres queridos que todos habíamos sufrido, algunos recientemente, y a la futilidad de tantas cosas que nos preocupan y que son intranscendentes desde una mirada larga y con perspectiva sabia. El garrotín, la sensacional rumba catalana de Lérida, agotó nuestras horas en una formidable terraza al costado de la Seu Vella, divisando a lo lejos el atardecer del Pirineo y de cerca los primeros rayos de la luna en el Segre.

De lo que no hablamos fue de política ni de políticos. Ni tan siquiera lo intentamos. Y no lo hicimos por ninguna razón especial, sino porque sencillamente encontramos asuntos mucho más importantes en que detenernos. Tampoco abordamos los problemas generados por ellos, en particular los inventados artificialmente para tener entretenido al personal, en lugar de ocuparse de los dilemas que sí merecen la pena y que no acostumbran a ser objeto de su atención, ni tan siquiera en quienes habían llegado al escenario público como campeones en dar vuelta a las cosas como un calcetín.

Si seguimos hablando de lo que no toca, en seguida pasarán por delante los desafíos que sí interesan, y para entonces poco habrá que hacer.


Javier Junceda
Jurista

 
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