Combate a dos en Andalucía

Están en su derecho porque el sistema democrático se lo permite. En este caso se han puesto de acuerdo fuerzas tan variopintas como PP, Podemos, Ciudadanos e IU. La primera vez estaba cantada, porque vivimos tiempos de expectación, con dos partidos emergentes que andan haciéndose un hueco usando los codos, quizás copiando esa moda de los futbolistas que disputan los balones altos haciéndose previamente brechas en las cejas de los contrarios a los que golpean con el codo. Y del mismo modo, del PP no cabía esperar ningún tipo de misericordia, como no cabía esperarlo de la despechada IU, por tal condición y por ser un apoyo insuficiente. Total, que Susana Díaz no para de presentar ofertas a sus posibles colaboradores que nunca llegan a satisfacerles, aunque se acerquen, e incluso sobrepasen holgadamente las primeras exigencias expresadas por ellos.

Chaves y Griñán ya han anunciado que no acudirán a los próximos comicios, a pesar de que aún no pese sobre ellos ninguna condena. La lucha contra la corrupción no es ya algo que rehúya nadie, ni siquiera quienes la sufren en sus propias filas. (Es curioso que la corrupción ya no puede ser considerada como una desviación exclusiva de la acción de los políticos o la Política, sino de todos los ámbitos de la vida pública que lindan con lo económico). Por tanto, quedan muy pocas razones para impedir una investidura que resulta ya tan necesaria como urgente. Porque Andalucía no puede seguir con un gobierno provisional, disminuido e inestable. Y de eso no es responsable ya Susana Díaz ni el PSOE andaluz.

A los líderes de Podemos y de Ciudadanos les mueve una ansiedad enfermiza, propia de novatos que aún no admiten que la lucha por el poder, en Democracia, exige ciertas dosis de comedimiento en las formas y principios éticos en el fondo. El mesianismo que impregna las palabras y las actitudes de ambos les convierte en poco apropiados para gobernar, aunque puedan llegar a ser perfectos dictadores, En la lección que puede estar escribiendo ahora mismo la Cámara andaluza no hay demasiadas enseñanzas positivas, pero se pueden sacar algunas conclusiones. La primera de todas es que la Democracia no exige exclusivamente el ejercicio de votar en libertad y, posteriormente, la conformación de gobiernos de acuerdo con la proporcionalidad del número de votos recibidos. No, porque el sistema democrático también impera en el espacio que media entre un proceso electoral y el siguiente, de tal modo que una mayoría absoluta no tiene por qué ser sinónimo de dictadura, ni una mayoría simple tiene por qué derivar en un gobierno débil.

A los líderes políticos se les ha de valorar también después de producidas las votaciones. Líderes votados de forma absoluta pueden ser unos malísimos gobernantes, por ejemplo José María Aznar. Igualmente líderes votados con mayorías simples pueden ser buenos gobernantes, por ejemplo José Antonio Ardanza o Patxi López. Por eso, del proceso de investidura de Susana Díaz no cabe sacar conclusiones edificantes, porque quienes están llamados más apremiantemente a facilitarla están haciendo gala de una intransigencia excesiva que no tiene otro fundamento que apuntalarse, cada cual en su espacio, por medio de una lucha más propia de gallos de pelea que de personas humanas. Bien poco importan en este caso los líderes andaluces de las respectivas formaciones emergentes, porque lo que se está dirimiendo es una pelea entre dos gallos, Pablo Iglesias Turrión y Albert Rivera, a los que el destino y el futuro de los andaluces les importa un bledo. O mejor, dos bledos, un bledo a cada uno.

 
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