De plebiscito a cambalache

O lo que también cabe: sí y no. La lectura de los resultados ha servido como coartada a casi todos para, arrimando el ascua a su sardina, leer un texto que no se corresponde realmente con el que han escrito los ciudadanos catalanes en las urnas. Este tipo de lectura interesada lo están haciendo todos sin distinción, pero los efectos de tal lectura son bien diferentes cuando corresponden a quien, como Artur Mas, se trata del responsable directo de unas Elecciones amañadas, cuya eficacia posterior solo llegaría a tener algún sentido si triunfaba una sola de las formaciones que concurrían (Junts pel si) por mayoría absoluta. Como tal triunfo no se ha producido, ni siquiera se ha producido una aproximación, no cabe otra salida que seguir el camino y procedimiento parlamentario y dejar las reivindicaciones secesionistas para otra ocasión.

Se resiste Artur Mas, que es el artífice y principal protagonista del desaguisado. Tenía la mosca detrás de la oreja cuando en las vísperas calculaba la mayoría absoluta sumando a sus escaños los de la CUP, que es un grupo independentista desde sus inicios, no como Mas que es tal por oportunismo y conveniencia. Pero el líder de la CUP le ha aguado el vino con su drástica declaración: “La declaración unilateral de independencia iba ligada a ganar el plebiscito. No hemos ganado el plebiscito, no hay declaración unilateral de independencia. Ya está”. Lo último de lo dicho por el líder de la CUP es lo más juicioso. “Ya está”. Pero no parece que nadie esté dispuesto a aceptarlo, porque el resultado definitivo parece casi un empate técnico, y no acompaña a que nadie eche las campanas al vuelo.

Eso sí, los resultados permiten emitir juicios y opiniones, tanto como componer elucubraciones. Había quienes querían la independencia y nada de lo demás les importaba: Junts Pel Si. Había quienes únicamente no la querían: PP y Ciudadanos. Y había quienes ofrecían alternativas diversas: Podemos con el ambiguo y socorrido Derecho a Decidir, y UDC y PSC con reformas legales de gran calado. ¿Y ahora qué? ¿No nos conviene a todos un poco de sosiego? ¿No es mejor que, imitando el gesto de las gallinas cuando beben, elevemos la mirada a las alturas entre trago y trago? Lo que iba a ser un plebiscito, siempre fácil de leer, se ha convertido en un cambalache malicioso e interesado. A sabiendas de que toda trasposición de los resultados al ámbito nacional constituye un ejercicio nada riguroso en esta ocasión, algunos líderes del ámbito nacional se han investido como futuros ocupantes de la Moncloa. Habrá que considerarlos, como poco, atrevidos.

Sin embargo, permitidme profundizar en la razón por la que considero que el plebiscito se ha convertido en cambalache. Es una razón única, aunque tiene dos vertientes. Como plebiscito, Mas solo ha obtenido 62 de los 68 diputados que necesitaba, y ha logrado además 163.000 votos menos que los no independentistas. Estas cifras siempre dejando en el limbo de las interpretaciones casi cuarenta mil votos nulos o blancos, y casi 1.200.000 catalanes que no acudieron a votar. En resumen, que Junts Pel Si y Artur Mas se sienten legitimados para continuar cuando han obtenido 1.620.973 votos de 5.314.913 posibles (censo electoral catalán), es decir, poco más de un treinta por ciento de los votos posibles. Esta es una de las vertientes que bien se puede llamar razón aritmética. La razón ética deriva precisamente de esta, porque cuando Mas usa los números a su antojo debe tener en cuenta que la cantidad de votos que avalan su posición es tan endeble que ni siquiera llega a la tercera parte de los catalanes que han podido ir a votar.

De modo que se ha convertido en cambalache lo que quiso ser un plebiscito camuflado. El artífice ha sido el “trilero” Mas, eso sí, auxiliado por una cohorte de catalanes “notables” que dicen pertenecer a entidades representativas de la sociedad civil catalana. Ni Mas ni menos.

 
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