Los jóvenes no deben vivir como garrapatas

Hace unos días fuimos con unos amigos a comer al monte con nuestros hijos. Esa noche recibimos un mensaje de una de las madres advirtiéndonos de que uno de sus críos tenía garrapatas y que lo estaba atendiendo un médico. Inmediatamente revisé a los míos, pero no les encontré nada, afortunadamente. Sin embargo, esta situación me dio pie a una reflexión mucho mayor.

La garrapata es un parásito que tiene el tamaño de una lenteja. Para alimentarse parasita de los mamíferos, incluyendo al ser humano. Ataca aferrándose a la piel de su víctima para chuparle la sangre. Con ella alimenta sus huevos, que deposita en la tierra en un número cercano a los 30 mil. Al terminar el proceso de incubación, la nueva garrapata dejará el huevo que la cobijó e instintivamente trepará a la hierba. Allí, cogida con sus patas traseras y con las otras extendidas, esperará días y noches, con sol y con lluvia, soportando el viento, el calor o el inhóspito frío, por meses al acecho de su damnificado.

Durante ese período de espera su metabolismo será casi nulo y sólo se activará cuando huela humo o anhídrido de carbono. Si huele humo, se dejará caer enterrándose en la tierra para capear de esa forma el peligro detectado. Si percibe anhídrido de carbono, se activará para así engancharse al ser vivo que se le acerque. Entonces, cuando el animal o el ser humano rocen la hierba donde se encuentra la garrapata, ésta se aferrará a la piel del distraído transeúnte para succionarle sangre y mantenerse viva y reanudar su ciclo vital.

Siempre es difícil emitir un juicio generalizador, pero utilizando como imagen el comportamiento de este parásito pienso en cuántos jóvenes viven su juventud desactivados como las garrapatas, esperando una buena oportunidad para aferrarse a ella y sólo entonces comenzar a vivir. Puede ser también que olfateen algo que los pueda sacar del letargo y les pueda poner en peligro su inactividad, y entonces reaccionan únicamente para seguir protegiendo su individualismo. 

Lo lamentable es que muchos jóvenes, no todos afortunadamente, no se alterarán nunca, aunque pasen muchas cosas a su alrededor. Vivirán lo mínimo, preocupándose sólo por sus cosas. Así como las garrapatas, vivirán como inactivos en todo lo demás, esperando que llegue alguna oportunidad que les mueva, que les ilusione. Oportunidad que tal vez nunca les llegará o que su displicencia vital dejará pasar mientras están encerrados mirándose el ombligo, miopes, hipnotizados por las frías pantallas, solo escuchándose a ellos mismos.

Qué triste es ser de este grupo de jóvenes que viven la vida sin vivirla, esperando engañosamente que pase algo para activarse y comenzar a vivir de verdad. ¿Qué queremos y no queremos para nuestras vidas?

Los jóvenes necesitan esperanza. La vida es una enorme oportunidad para agradecer, cambiar, aprender, crecer y sobre todo para amar. Vida con sentido, con propósito y con misión trascendente. 

Pese a todo lo que diga la gente yo confío en la juventud actual. Y mi dosis de confianza es grande y decidida. Confío en su ilusión y entusiasmo. En su simpleza, en su generosa y honesta imaginación, en su transparencia, empeño, perseverancia. En su capacidad para transformar las situaciones difíciles en retos y en su fuerza creativa. Confío en su compromiso por mejorar este mundo.

Yo y todos hemos hecho el mismo camino, claro, en momentos históricos distintos. Pero todos aquellos aspectos importantes del camino de la vida siguen siendo los mismos: la fe, la esperanza, la humildad, la alegría desbordante, la generosidad sin límite, la hermosa vocación de servicio a los demás, especialmente a los más necesitados o el buen humor. Seguimos asombrándonos con una sonrisa o conmoviéndonos con el dolor. Somos aquello en lo que creemos, sin lugar dudas. Somos aquello en lo que confiamos.

 

Mi experiencia me dice que cuando conquistas tus miedos, conquistas tu vida. ¡No a vivir en un estado de pausa o de modo garrapata! Coged la vida por los cuernos y haced con ella lo que cada uno quiera, no lo que cada uno pueda de manera residual. La clave está en la actitud. Porque la vida, como los árboles, se nos presenta llena de nudos y torceduras y debemos estar preparados para enfrentarlas. Tal vez, ésta sea una de las mayores debilidades de los jóvenes de estos vertiginosos tiempos: el que, engañosamente, les hemos ofrecido una vida sin nudos ni torceduras. Pero la realidad no es así. 

La vida es maravillosamente bella y cargada de significados que les dan soporte y fundamento a nuestras existencias, a nuestros esfuerzos incansables por construir nuestras hojas de ruta, nuestras brújulas interiores, para amar, para agradecer y para hacer el bien.

Yo confío en la juventud, digan lo que digan. 

Roberto Cabezas Ríos

Director de Fundación Empresa Universidad de Navarra

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