Pido silencio, por favor

Ruido en la calle.
Ruido en la calle.

España es el país más ruidoso de Europa y el segundo país más ruidoso del mundo después de Japón, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) El 70% de los españoles vivimos sometidos a impactos acústicos superiores a 70 decibelios, indicador calificado como contaminación acústica, y fuente de peligrosos y negativos efectos para la salud, la tensión nerviosa, la concentración, la calidad de vida o los trastornos auditivos, entre otras amenazadoras consecuencias.

Esta noticia me ha hecho reflexionar. Cierro los ojos, como hacía cuando era niño y jugaba a escaparme de todo el mundo, y comienzo a pensar. Pienso que ya no existe silencio en nuestra sociedad, en las calles, en las oficinas, en las casas y tampoco en nuestro interior, lo más preocupante. Por todos los sitios hay mensajes por contestar, mensajes que llegan por todas partes y mensajes que nosotros emitimos y segregamos como saliva o sudor, como una auténtica baba babélica de nuestros urgentes tiempos. Pero el único mensaje que nadie quiere recibir es el del silencio. Y yo pido silencio, como escribió el poeta chileno Pablo Neruda en su libro Estravagario. Acopiamos todos los días, en nuestros quehaceres profesionales, en nuestra vida social, personal, excedentes de información, ruido textual que terminará por hacer desplomarse nuestros cada vez más frágiles y vulnerables discos duros. Qué miedo al vacío tenemos, tengo, a las horas inertes cuando ésas son las horas verdaderamente vivas, donde puede germinar alguna sorpresa, lo imprevisto, lo repentino que tanta falta nos hace en nuestras vidas tan previsibles, pautadas e hiperactivas.

Recuerdo a mi abuelo, hombre discreto, prudente y sobre todo hombre de gran silencio, y pienso que las grandes sorpresas no se anuncian con bombos y platillos, llegan con delicadeza como pisadas de palomas, cuando menos lo esperamos. Pregunto en voz alta, ¿hace cuánto que no te paras a escuchar el canto suave y elegante de los pájaros en las esquinas de las mañanas locas de todos tus días, cuando se te va la vida corriendo para llegar a la hora a la reunión con tu jefe ya nervioso? ¿O hay alguien que se detenga a escuchar el canto armónico de los grillos que nos declaran, sin cansarse y a gritos, su amor no correspondido todas las templadas noches de nuestras agitadas jornadas? Con tanto ruido alrededor corremos el riesgo de no escucharnos a nosotros mismos, o entre nosotros, o lo que nuestra familia, nuestros amigos, nuestros compañeros de viaje profesional nos quieran decir.

Es impresionante el poder del silencio, muchas veces denostado y estigmatizado socialmente, casi como un peligroso enemigo. Pienso que el valor y el poder que lleva consigo, los misterios que esconde, la música interior que hace resonar, el camino que nos transporta a nuestra presencia-presente, a conectarnos con nosotros mismos y a abrir nuestros sentidos, nuestra visión y sobre todo nuestro corazón. El silencio, de alguna manera, existe para recordarnos quienes somos realmente, y apoyarnos en la compleja exploración de respuestas a lo que el exterior no nos ofrece.

¿Hoy en cuántos sitios del mundo, como en esta habitación de hotel donde escribo estas líneas, no entra el ruido, ni la furia, donde se pueden escuchar los delicados y mínimos sonidos que nos regala el mundo? Porque en nuestra sociedad se habla y se habla, pero muchas veces no se dice nada. Las palabras que repetimos profusamente en nuestras diarias batallas profesionales, sociales y familiares incluso han sido gastadas y ya no brillan como antes. ¿Por qué ya no guardamos silencio y huimos de él? Como la fábula de la cigarra y la hormiga, no guardaremos el suficiente alimento para los días duros de invierno, porque el silencio será junto al tiempo el bien más escaso, el oro del futuro cercano. ¿Estaremos siendo testigos o protagonistas de la muerte del silencio?

Hoy me quedé un rato observando el trabajo de la señora de la limpieza. Admirando su prudencia, su delicadeza y su invisible silencio. Una mujer baja, con el pelo algo gris, rizado y muy peinado. Me preguntaba cuánto silencio ha acumulado esta mujer durante años, y ese silencio le ha regalado una luz propia que ilumina. No fui capaz de decirle nada porque me pareció que cualquier palabra mía sería inútil, absurda, torpe y rompería ese momento tan especial. Ella simplemente limpia silente y mira tímidamente con discreción, con recato, con respeto y humildad, en una escena que me conmueve en un lugar invisible al mundo que afuera bulle y grita con desesperación.

Pienso que el silencio a todos nos acoge, tiene esa capacidad para abrazarnos, para envolvernos y contenernos cada vez que lo necesitamos. Nos ayuda a distanciarnos del pensamiento superficial que nos agobia y que siempre avanza atropellado y precipitado, y nos permite conectar con nuestra mejor versión y sobre todo a sincronizarnos con empatía, con compasión y con afecto con las personas que nos rodean.

Roberto Cabezas Ríos, director de Desarrollo de la Facultad de Farmacia y Nutrición de la Universidad de Navarra

 
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