Fortalecer la UE ante la imprevisibilidad americana y las amenazas de Rusia

Las razones son diversas, algunas no especialmente ajenas al mero egoísmo. Pero, sin entrar en valoraciones éticas, parece claro que las ventajas son netamente superiores a los inconvenientes, sobre todo, en personas no afectadas por el virus de soberanismo reductivo. No es ocioso recordar cómo la famosa Escuela de Salamanca configuró en el siglo XVI el ius communicationis, todo un decisivo principio rector del derecho internacional futuro.

Vale la pena quizá tenerlo en cuenta cuando se aproxima el vigésimo quinto aniversario de la firma por los entonces Doce del Tratado de Maastricht: el 7 de febrero de 1992 abrieron la Unión a 340 millones de ciudadanos. Mucho se ha avanzado desde entonces, tanto en la configuración del propio ordenamiento jurídico y de sus organismos rectores, como en la admisión de nuevos Estados.

Pero hoy deseo referirme, no a los enemigos de dentro, sino a los de fuera: el horizonte se oscurece por momentos –como en una tormenta de verano- ante declaraciones de Donald Trump y Vladimir Putin, este paradójicamente apenas cumplidos los primeros veinticinco años de la desaparición de la URSS.

Escribo estas líneas antes de la asamblea en que los electores de Estados Unidos conferirán al primero la presidencia del país en los próximos cuatro años. A diferencia de lo sucedido en elecciones precedentes –al menos, desde que tengo uso de razón-, esta vez se cuestiona el automatismo de la decisión, y no faltan presiones para intentar apartar a Trump del camino a la Casa Blanca. Se mantienen con especial virulencia las críticas de la campaña y de la ley electoral.

Por fortuna, no soy norteamericano, y no he tenido que decidir entre dos opciones a cual peor. Pero, al final, quien cuestiona los resultados no es el imprevisible electo, sino sus oponentes: como si la izquierda de allá, quizá por la expansión del virus de lo políticamente impuesto, y a diferencia de la europea, no supiera reconocer las derrotas. Como escribió no sin ironía el editorialista de Le Monde, el día 15, ante los previsibles colaboradores inmediatos de Trump en el gobierno del Estado más poderoso del mundo: “Abróchense los cinturones”.

Es difícil añadir algo sobre el proteccionismo prometido por el nuevo presidente. Probablemente afectará negativamente a su propio pueblo, pero más aún a corto plazo a la globalización y, por tanto, a la presencia de Europa en el mundo actual. Puede tener, sin embargo, un efecto no deseado: si la Casa Blanca confirma su renuncia a ser más el gran gendarme internacional, tal vez pierda protagonismo la OTAN, que deberá ser sustituida en parte por una especie de nuevo ejército comandado también desde Bruselas, pero por la Comisión...

De momento, Alemania ha reaccionado enérgicamente, dispuesta a ampliar el gasto militar en cifras gigantescas para esta época. Y los demás Estados de la Unión habrán de responder en consonancia: sin afanes de intervencionismo bélico, pero con fuerzas disuasorias, frente a la actual estolidez comunitaria respecto de Siria. Lo importante es afrontar con nuevos medios la inestabilidad provocada en el mundo por el fundamentalismo islamista, el único absoluto superviviente tras la caída del nazismo y del comunismo. Como los otros autoritarismos del siglo XX, se infiltra en la vida diaria de las democracias occidentales, aparte de la amenaza continua del terrorismo.

Donald Trump puede adoptar decisiones imprevisibles. Como decía Michael Barnett a La Vanguardia el día 8, “ojalá Trump fuera tan predecible como Reagan”. En cambio, Vladimir Putin no es nada sorprendente: sigue adelante en una línea claramente antieuropea, sea o no el instigador de los ataques cibernéticos contra Estados Unidos y contra Europa. Invoca, incluso, razones sobre cierta decadencia ética, en línea con las tesis de la Jerarquía ortodoxa, que poco parece recordar tantos silencios históricos ante políticas ateas del Kremlin.

No puedo ni debo juzgar la conciencia de nadie. Pero el cinismo de Putin en tantos conflictos, de Siria a Crimea y Ucrania, impide rechazar la hipótesis de la instrumentalización del patriarcado de Moscú para reconstruir la identidad de la nación, con un distanciamiento ineludible de Europa. La indiscutible popularidad interior de Putin se apoya demasiado en esos sentimientos demasiado nacionalistas y, por tanto, amenazadores. Más aún cuando Bruselas acaba de prorrogar las sanciones económicas a Moscú, al menos seis meses más. Mientras, Trump parece aproximarse a Putin.

 

Vivamos la Navidad con alegre sosiego. Pero, al desear paz en el año que comienza, resulta inevitable pensar en los excesivos riesgos que pesan hoy sobre el mundo y, más en concreto, sobre Europa. Invitan a trabajar más por su fortalecimiento.

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