La complejidad de los fenómenos religiosos en China

La dificultad de entender de veras qué sucede en China alcanza también a la capacidad de los creyentes de sortear el ateísmo militante del partido comunista. En la historia reciente del continente amarillo aparece cierta evolución, que enlazaría con la milenaria sumisión al emperador y sus representantes locales, reflejada también en los ritos colectivos y externos celebrados en millares de templos, no pocos simplemente domésticos.

Se ha escrito que la civilización más antigua del mundo se construyó sin convicciones religiosas propias: el budismo, llegado de la India y del Tíbet antes de Cristo, se entrelazó con los rituales de dos tradiciones locales: taoísmo y confucianismo. No presentaban especiales diferencias desde el punto de vista intelectual, ni se conocen textos propiamente teológicos. Primaban ceremonias y comportamiento externos. El emperador era el “Hijo del Cielo”, presente en rituales detallados que subrayaban su naturaleza semidivina.

Hoy, budismo y taoísmo siguen siendo religiones oficialmente permitidas, junto con otras tres venidas de fuera: islam, catolicismo, protestantismo (en sus diversas confesiones). El islam se expandió desde Oriente medio a través de las rutas comerciales terrestres y las migraciones humanas; la difusión del cristianismo se debe a los misioneros llegados de Europa y América. En parte, explica que los líderes comunistas chinos consideren que esas creencias representan una influencia extranjera desestabilizadora. Aunque, en realidad, también el comunismo nació en Europa, con su no escasa entraña mesiánica, traducida pronto en China como culto a Mao Zedong. Marxismo y maoísmo se daban la mano y enlazaban con tres milenios de adorar al emperador.

Desde la perspectiva de Mao, las religiones eran un veneno para el pueblo, dispensado por agentes al servicio de potencias extranjeras. La continua persecución a los misioneros, más o menos solapada, se agudizó lógicamente durante terror de la revolución cultural, lanzada en 1966. Su biblia era el libro rojo de Mao. El radicalismo terminó con su muerte en 1976. Deng Xiaoping suavizó las prohibiciones, y comenzó un tiempo de cierta tolerancia, que se cerraría tras la represión derivada de los sucesos de la plaza de Tiananmen en 1989.

A partir de entonces se suceden las noticias que reflejan el recrudecimiento del control sobre la iglesia católica a través de la asociación patriótica, la intensa represión de las demás confesiones cristianas, la continuidad de la violencia contra el budismo tibetano, hasta el auténtico genocidio de los musulmanes uigures y la implacable campaña contra los seguidores de Falun Gog, un movimiento que surgió al comienzo de los noventa como una síntesis de meditación y disciplina de artes marciales, y no obtuvo estatuto de religión, a pesar de los escritos de su fundador, Li-Hongzhi.

Ya en el siglo XXI, el presidente Xi Jinping lanzó el gran objetivo de la chinización de lo religioso, que implicaría prescindir de elementos foráneos, como las cruces o las imágenes de Cristo. Éste es el complejo contexto de los acuerdos firmados en 2018 con la Iglesia católica, que dan lugar a interpretaciones variadas, también por la no publicación del texto. Sus críticos consideran que Pekín reconoce a la Iglesia como institución legal, pero a cambio del control y dirección de las comunidades católicas a través del partido comunista. Para el Vaticano, a juicio del cardenal Pietro Parolin, inculturación y chinización pueden ser conceptos complementarios, que "abren caminos para el diálogo a nivel religioso y cultural".

De hecho, las continuas noticias de la persecución coexisten con las del florecimiento de la práctica religiosa: crecimiento de conversiones  y bautismos –especialmente en personas de nivel intelectual y profesional que buscan el sentido de la vida que no ofrece el partido-, vida sacramental y ordenaciones sacerdotales. Como informaba la agencia Fides el día 6, en los primeros días de mayo, en varias provincias de China continental, desde Hainan hasta Mongolia Interior, las liturgias y momentos de oración comunitaria de carácter mariano se han entrelazado con las solemnes celebraciones de ordenación de nuevos sacerdotes y diáconos. 

Preparan de este modo la Jornada Mundial de Oración por la Iglesia en China, que se celebra el 24 de mayo, en la fiesta de María Auxiliadora, especialmente venerada en el santuario de Sheshan (diócesis de Shanghái). Hasta la pandemia, acudían miles de peregrinos de toda China -a pesar de las múltiples trabas burocráticas de las autoridades del partido-, fruto de la gran devoción mariana extendida incluso entre no bautizados. Fue instituida por el Papa Benedicto XVI, en la Carta a los católicos chinos firmada en Pentecostés de 2007, un texto lleno de esperanza, en el que proclamaba la libertad y aseguraba que la Iglesia no tiene misión de cambiar ni reemplazar al Estado, a la vez que imploraba la solidaridad de los fieles de todo el mundo.

 
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