Hacia la necesaria regeneración democrática en un contexto global

Había perdido la pista del profesor Francesc de Carreras, hasta que vi una reciente tribuna suya en el digital TheObjective. Con su proverbial clarividencia, lamenta la evolución de la política española, porque le duele que la progresiva erosión del sistema esté a punto de provocar una auténtica corrosión de la democracia, y la sociedad no sea consciente (https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2023-08-31/hacia-corrosion-democracia/).

En el artículo se refiere sobre todo a los que considera hitos fundamentales de la historia reciente. Probablemente, cada uno tiene los propios. Mi impresión es que, tras un siglo que enlazaba decadencia, dictaduras y guerras, llegó el espléndido período de la Transición. Aguantó bien a pesar de que muy pronto sufrió embates peligrosos, que abrirían el camino del futuro deterioro: el egocentrismo de los barones de la UCD, la anunciada y en lo judicial conseguida muerte de Montesquieu, y el combate a muerte del “váyase, señor González”. Ya en el siglo XXI, las sombras superan a las luces, cuando el pararrayos de Bruselas no es suficiente para zanjar o aminorar errores.

Francesc de Carreras apunta también la influencia negativa de algunas perspectivas exteriores: la economía mundial atraviesa momentos difíciles, agravados tras la pandemia; la Unión Europea –ya dividida por la respuesta a las migraciones- se ha debilitado aún más por la guerra de Ucrania y la consiguiente crisis energética; por si fuera poco, “la inteligencia estratégica en política internacional ha desaparecido del planeta y las convulsiones abarcan todos los continentes”.

Pero hay que mirar hacia adelante. El campo atrás se penaliza en grandes deportes, como el baloncesto, con tanta afición en España. La dirección de juego cuenta con un recurso único: el “tiempo muerto” que, en el momento oportuno, puede detener una racha y dar la vuelta a un partido, tras un minuto de reflexión y descanso. Aunque no sirve siempre, como se acaba de comprobar en Yakarta.

Puede ayudar mucho, al pensar en la actual coyuntura, un brillante análisis de un increíble centenario como Edgar Morin, que cumplió 102 años el pasado julio. Lo escribió por esos días tras los disturbios populares en Francia, en el contexto de una crisis mundial compleja y del retroceso de las democracias: contiene pautas de valor universal, que resumiré brevemente (cfr. Le Monde, 28-7-2023).

Las migraciones han crecido notablemente tras la segunda guerra mundial, con los consiguientes problemas de integración, que distan de estar resueltos en los países occidentales. De hecho, una parte no desdeñable de la población sigue siendo tratada como si estuviera compuesta por subciudadanos.  Esa realidad agrava la conciencia de la crisis de civilización que afloró en el mayo del 68. Morin la dibuja con rasgos fuertes: la solidaridad -en la familia, el pueblo, el barrio, etc.- se ha debilitado o disipado. El desarrollo del individualismo, que fue positivo en términos de autonomía personal, ha dado lugar al egoísmo y la soledad. El anonimato de las grandes ciudades creció en detrimento de las relaciones humanas y del cuidado de los demás. La desindustrialización de la economía y la industrialización de la agricultura se han convertido en dos males unidos que agravan la crisis de un Estado burocratizado, esclerotizado y parasitado en su cúspide por los grupos de presión.

De acuerdo con su sistema filosófico, la crisis de civilización se ha amplificado hasta convertirse en una crisis de pensamiento. Vivimos cada vez más bajo el dominio de criterios disyuntivos y unilaterales, incapaz de relacionar los conocimientos para comprender las realidades complejas de nuestra vida y nuestra época. Al mismo tiempo, observa que el pensamiento político carece hoy de visión del mundo y de la humanidad, de un conocimiento de la economía y de la historia, como Tocqueville, Marx o Maurras, de forma diversa y antagónica. 

Ahora que el socialismo y el comunismo han perdido su contenido, el vacío es grave para quienes aspiran a un futuro diferente: el beneficio controla los Estados y las sociedades, y favorece a menudo las dictaduras; las democracias están a la defensiva, y crecen los peligros de una sociedad de vigilancia y sumisión mediante el control digital de cada individuo, de sus escritos, actos y gestos. China sería el gran prototipo. A esta policrisis se añade la amenaza de una tercera y nueva guerra mundial, a partir del conflicto aparentemente local entre Rusia y Ucrania.

Para llegar a soluciones globales, Morin ve prioritarias dos tareas en Francia: hacer todo lo posible para lograr una paz negociada entre Rusia y Ucrania y para evitar que la república se hunda, gradual o brutalmente, en una sociedad sumisa. Poco podemos hacer desde España respecto de esos objetivos. Mucho, en cambio, para la necesaria regeneración de nuestro debilitado sistema democrático.

 
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