El negacionismo ruso, paradigma de la completa desinformación

HANDOUT - 25 June 2022, Russia, Saint Petersburg: Russian President Vladimir Putin is pictured ahead of his meeting with Belarusian President Alexander Lukashenko. Photo: -/Kremlin/dpa

El fenómeno es conocido, al menos desde El Príncipe de Maquiavelo, pero entonces no incluía la absoluta renuncia a los criterios éticos, aun subordinados a las exigencias de la praxis. El everest de la seudo-comunicación política se conquistó por Hitler y Stalin. Pero, desde entonces, el camino hacia las más altas cumbres está jalonado por infinidad de seguidores. A mi juicio, Vladimir Putin ha alcanzado una cota muy alta con la invasión de Ucrania.

Unos años antes, se hizo con Crimea sin especial contradicción. Eran tiempos difíciles para Ucrania y, en general, para las grandes potencias occidentales. El presidente ruso –he corregido, pues escribí soviético sin darme cuenta- presentó ahora la invasión militar a territorios de Ucrania como unas maniobras especiales: no se esperaba la resistencia de Kiev, que configuraría el comienzo de una nueva y gran guerra del siglo XXI.

Desde el primer momento, la desinformación fue palmaria: si la definición clásica de la verdad era adecuación del juicio con la realidad, los sucesivos mensajes de Putin fueron una concatenación de mentiras, hasta el punto de que el filósofo Gérard Bensussan podía afirmar a mediados de mes en Le Monde que “el caso ruso es un óptimo objeto de observación del negacionismo”, porque refleja un conjunto de operaciones semánticas para ocultar lo real y sustituirlo por falsificaciones.

La grave diferencia entre la desinformación totalitaria y la democrática es que la primera incluye la violencia –moral, jurídica, física- contra quienes tratan de contrarrestar las mentiras. No es casual que, a pesar de sus limitaciones, el triple premio nobel de la paz de este año se haya concedido a quienes tienen en común un compromiso con la defensa de los derechos humanos y su oposición a la actual visión del Kremlin. En 2021, se había atribuido a Dmitri Muratov, director del diario Novaïa Gazeta, que ha debido exiliarse, para seguir informando digitalmente desde las fronteras con Rusia. Curiosamente, mientras en occidente muchas familias se preocupan por los posibles efectos negativos en sus hijos de Internet y las redes sociales, éstas son también las primeras víctimas del totalitarismo: constituyen la gran fuente insobornable de la difusión de verdades palmarias, más allá de la falsa propaganda oficial, también canalizada a través de esas tecnologías.

Para el equipo de mistificación ruso, la intervención militar en modo alguna era imperialista: no iba contra el respeto de la soberanía de un estado, sino una operación contra el desorden y la inseguridad que amenazaban a ciudadanos pacíficos. Como tantas veces –recuérdese El pasado de una ilusión de François Furet-, el fascismo constituía el gran comodín: Ucrania estaba gobernada por nazis, que oprimían a las minorías rusófonas del país.

Quizá inspirándose en discursos típicos en los países americanos del sur, se completó el cuadro con la presentación de Estados Unidos como la gran potencia agresora: en este caso, agazapada tras la OTAN y sus vasallos regionales, para ocultar su gran objetivo de la destrucción de la gran patria rusa. Los seudo-referendums de las regiones del este ucraniano vendrían a ser el intento de confirmación popular-política de una grosera invención histórica y actual.

Comprendo que organizaciones judías se opongan al uso de términos negacionistas, como si fuesen exclusivos de la Shoah. Tienen bastante razón. Pero sin olvidar la magnitud de los genocidios del siglo XX padecidos por armenios o tutsi, o las grandes deportaciones de la era soviética, y casi el de los uigures del XXI: al cabo, el comunismo compartió, con el nacionalsocialismo la cumbre de las grandes falsedades de los últimos tiempos.

Goebbels enseñó a magnificar y repetir la mentira, para transformarla en verdad. Conocía y se aprovechaba de la debilidad de quienes confían en las personas y piensan que no es necesario atosigarles repitiendo lo sabido. Putin hoy, además, se permite agrandar las debilidades éticas de occidente, como si fueran enemigas de la santa Rusia. Intenta también así conseguir el apoyo de quienes lamentan las manifestaciones menos éticas de la modernidad. Se explica así, en parte, la posición ambigua de líderes como Trump, Le Pen o Salvini. No es, ni mucho menos, el camino de la democracia, porque la convivencia democrática acaba desalojando las manipulaciones: aquí verdad y libertad caminan juntas, o perecen.

 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato