Presión mundial sobre Israel e Irán: una guerra de totalitarismos

Imagen de recurso del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu.
Imagen de recurso del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu.

Las ciencias de la información incluyen algunas lecciones no fáciles, como la comunicación en tiempos de crisis, o el modo de tratar el terrorismo en los medios. Porque los atentados, con independencia de su magnitud, no tienen un objeto en sí, sino el de conseguir la máxima audiencia posible para las reivindicaciones de quienes utilizan la extrema violencia como medio. De ahí mis dudas antes de escribir estas líneas, por el riesgo no infrecuente de contribuir con la crítica a la difusión del terrorismo, dentro de una profunda convicción de que el fin no justifica los medios, sin perjuicio del llamado voluntario indirecto.

Pero me inquieta la reacción internacional, ante la que puede ser una nueva guerra entre civilizaciones... totalitarias.

Me ha dolido el sarcasmo ante un análisis de Sylvie Kauffmann que recuerda principios de humanidad en los conflictos bélicos, que se ordenaban en las facultades de derecho hace tantos años con referencia a las “convenciones de Ginebra”. Aunque no se disponga de un gran gendarme capaz de exigir el cumplimiento de la norma, existen unas leyes internacionales dirigidas a atemperar humanitariamente en lo posible la barbarie de la guerra.

Sin duda, desde los tiempos de la escuela de Salamanca que fundamenta el ius gentium, se ha avanzado mucho doctrinalmente. La tragedia es que ha crecido –no a la par precisamente- el totalitarismo de los poderosos. Occidente no puede aceptarlo. Porque, lejos de las cínicas críticas contra la concepción europea de los derechos humanos, son el mejor camino para asegurar las libertades derivadas de la radical dignidad de la persona.

Pero es tal la fuerza de la propaganda, que ciega a las que deberían contarse entre las mejores cabezas del mundo. Me refiero en concreto a la miopía de los campus de Estados Unidos. Hace poco, en un estudio sociológico sobre libertad de expresión, Harvard estaba sorprendentemente a la cola. Pero debe de ser así, ante la reacción de cientos de alumnos, incapaces de distinguir hoy entre Hamas y Palestina: el gobierno de la franja de Gaza es fruto de un golpe de estado totalitario. Ni antes ni después del 9 de octubre merece Hamas un aplauso democrático. Más bien lo contrario, por importante que sea el contencioso con Israel, no exento de evidentes injusticias.

Tampoco merecía confianza Binyamin Netanyahu, antes de la actual crisis, porque estaba empeñado en una batalla típicamente totalitaria contra la independencia del poder judicial, más enérgica aún que en España o en Polonia (aunque ésta puede cambiar si se confirman los resultados electorales del domingo). Necesitaba la coalición con los radicales, en este caso de la derecha, para asegurar su poder. Pero, animal político como es, Netanyahu se ha apresurado a constituir un gobierno de salvación nacional, que difumine su totalitarismo en aras de la eficacia contra Hamas.

Ante la guerra de Ucrania, se ha podido repetir con razón que occidente debe estar del lado de Kiev, porque se trata de la defensa de la soberanía de un estado frente a la prepotencia de un invasor que venía dando demasiadas muestras de ser autocrático. Ahora el último invadido es Israel, que tampoco muestra signos democráticos defendibles, ni en la esfera interna –como denotan recientes y masivas manifestaciones en Tel Aviv-, ni en sus relaciones con los palestinos.

Irán niega su apoyo a Hamas. Pero resulta ostensible: Gaza no está en condiciones de disponer de una panoplia bélica como la aplicada estos días. Y qué vamos a añadir del régimen islamista de la antigua Persia si el Premio Nobel de la Paz recae en una defensora de los derechos de la mujer que malvive en la cárcel desde hace tiempo.

Me adhiero, por eso, a la tribuna colectiva firmada en Le Monde el día 15 por personalidades iraníes y europeas: es hora de que la Unión Europea incluya a la Guardia Revolucionaria iraní, que contribuye a financiar a Hamás y Hezbolá, en la lista de organizaciones terroristas. Y no es en modo alguno antisemitismo recordar a Tel Aviv que su respuesta bélica –muy probablemente desproporcionada- no merece amparo internacional mientras siga sin cumplir resoluciones de la ONU. Al menos el de quienes apoyan firmemente el sistema democrático como medio de gobernar con justicia y asegurar la paz entre las naciones.

 
Comentarios