Representantes de proximidad ante las crisis de la partitocracia

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Imagen de archivo del presidente de Francia, Emmanuel Macron.
Imagen de archivo del presidente de Francia, Emmanuel Macron.

         Crece en Francia la tendencia hacia la reforma de las leyes electorales con soluciones de representación proporcional, no mayoritaria a doble vuelta como en la actualidad. No hay indicios, sin embargo, de que algo vaya a cambiar bajo el mandato de Emmanuel Macron, a pesar de sus promesas en campaña. Porque, al final, como en los deportes de equipo, las victorias dependen de los jugadores, no de las reglas ni los arbitrajes (salvo notorias excepciones, que confirman la regla).

         Cada sistema tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Visto desde fuera, el presidencialismo francés nació de la mano del general De Gaulle, para superar la crisis de gobernabilidad de la IV República. Resolvía una vez más el agotamiento del excesivo racionalismo en la vida pública, gracias a una solución en cierto modo bonapartista, que reflejaba cierta nostalgia monárquica.

         El perdedor suele plantear, desde la oposición, reformas de las reglas del juego, siempre fundamentadas en criterios idealizados, a la búsqueda de la configuración de una voluntad general más representativa de la realidad. Así, en 2007, François Hollande, entonces secretario general de los socialistas, lamentaba que ni la Asamblea Nacional ni el Senado fueran espejo de la diversidad francesa. No llegó a concretar, salvo error por mi parte, modos prácticos de comicios con dosis de proporcionalidad para ambas Cámaras. Ciertamente no era fácil, y por eso Nicolas Sarkozy ganó la partida con iniciativas abrumadoras, incluida la del equipo de trece sabios para estudiar la reforma de las instituciones. También aquí se cumplirían los malos presagios que acompañan a la creación política de comisiones para resolver problemas reales.

         Las propuestas de este tipo de reformas se autojustifican en la consolidación de la democracia frente a posibles o evidentes amenazas. Trasladan al sistema la crisis de los partidos, cuando la solución está quizá en la cultura democrática de las propias formaciones políticas, especialmente al entrar en quiebra la rutina de la alternancia propia del bipartidismo, que oculta la profunda desconfianza de los ciudadanos. Habrá que seguir más de cerca la evolución postelectoral de Portugal, para comprobar si un buen estilo de los líderes facilita el gobierno de un partido –insuficientemente mayoritario-, sin necesidad de coaliciones indeseables.

         Habrá que seguir también la experiencia de otro país vecino, Italia. De momento parece que la llamada ley Rosatellum bis está dando frutos de gobernabilidad, al menos mientras la actual presidente del consejo siga gozando de la confianza. La reforma incorporó rasgos del sistema alemán, intermedio entre la uninominalidad británica –un diputado por distrito - y la proporcionalidad basada en la ley de Hondt.

         Por ahora, las ventajas parecen superiores a los inconvenientes. Pero dista de estar resuelto el problema del déficit democrático real, que se manifiesta en altas dosis de rupturas entre política y sociedad. Y no deja de ser significativo que la tendencia al incremento de la abstención coincida también con el declive –no sólo por razones tecnológicas- de los medios de comunicación. Tal vez porque esos alejamientos denoten otra nostalgia ciudadana: personas más o menos próximas que representen de veras sus necesidades y puedan contribuir a resolver sus problemas.

         Historia y leyenda se dan la mano para subrayar la importancia de la lealtad de los dirigentes. Por una de mis abuelas supe la razón de que una calle de Segovia se llamase de Muerte y Vida. Venía del tiempo de los comuneros y de la acusación de traición contra un prócer local: se libró por poco, camino de la cárcel, porque las turbas intentaron ahorcarlo.

         Tal vez, la memoria de esos radicales apasionamientos de los burgueses castellanos ayude a encontrar soluciones para el deterioro de la democracia representativa: desconfianza en la política, polarización ideológica, profunda división social, crisis del “frente republicano” tipo francés o del “cordón sanitario” de otros países.

         Aparte del habitual recurso al referéndum ciudadano, según la experiencia de Suiza, los dos sistemas principales presentan ventajas e inconvenientes. Permiten diversidad de coaliciones, antes y después de los comicios. Aunque el sistema mayoritario podría proteger más los intereses ciudadanos:  en vez de un genérico defensor del pueblo –otro organismo más, asimilado a una alejada burocracia- un “representante de proximidad”: mi diputado, mi concejal..., al que poder acudir y exigir en persona y sin apenas dificultades.

 
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