Verdades y mentiras en Rusia

El presidente de Rusia, Vladimir Putin.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin.

         El comunismo destruyó la verdad en Rusia y creó un clima de predominio de la desconfianza entre los ciudadanos, porque hasta padres e hijos podían delatarse mutuamente. Han pasado más de treinta años desde la caída de la Unión Soviética, pero parece que Vladimir Putin sigue aplicando la vieja praxis que aprendió en la KGB. Lo venía haciendo mucho antes de lanzar a sus tropas en una “operación especial” que oculta la invasión de Ucrania. Y, lógicamente, en situación de guerra, resulta inevitable utilizar la gran arma de la mentira. Al cabo, como escribió Isabelle Mandraud, la mentira en Rusia es un arma de destrucción masiva.

         Por supuesto, tampoco es veraz la información que llega de Kiev, pues Zelensky no puede renunciar a la guerra psicológica, ni a la configuración de una imagen que supere la reticencia que comienza a apuntarse en los países occidentales, ni al distanciamiento de los del tercer mundo. De hecho, la manipulación rusa está casi convenciendo al Sur global de que Putin es el gran baluarte contra imperialismo y neocolonialismo, mientras Rusia y China prosiguen su expansión en África para controlar tantas materias primas indispensables.

         Putin emplea la técnica goebeliana: la repetición acaba haciendo verosímiles las mentiras, cuanto más graves mejor. Una artista rusa exiliada citada por Mandraud sintetiza la situación en su canal de You Tube: "Hay tantas mentiras que los rusos empiezan a creérselas. Porque se dicen: 'Bueno, no puede ser todo mentira'. Pero sí, todo es mentira. Cada maldita palabra lo es”. Desde el 24 de febrero de 2022, el día en que los blindados cruzaron la frontera hacia Kiev, Putin afirmó a la nación rusa: "No es nuestro plan ocupar territorio ucraniano. No tenemos intención de imponer nada a nadie por la fuerza”. Tal vez confiaba en que no habría oposición, como con Crimea en 2014.

         No será fácil conocer las causas de tantas muertes violentas, desde el asesinato en Moscú de la periodista Anna Politkóvskaya, en 2006, al accidente aéreo que segó la vida del jefe del Grupo Wagner y de su séquito en agosto del 2023, sin contar los extraños envenenamientos de empresarios o políticos de oposición: uno de los últimos, Alexeï Navalny, que malvive en Siberia. Un gran manejo de herramientas informáticas permite desnudar o vestir la realidad –la interna y la exterior-, al servicio de los dirigentes, con más facilidad aún que en los tiempos de la URSS. El último samizdat de Alexander Solzhenitsin fue un llamamiento a no vivir en la mentira, poco antes de ser expulsado del país.

         Una mínima sensibilidad jurídica debe sentir cómo Putin lidera la corrupción de la administración de justicia, convertida en un simulacro para dar cobertura informativa a la represión de la libertad. No es necesario recordar la parodia de los procesos contra Alexeï Navalny, que Le Monde resumió irónicamente en un editorial: la justicia acumula contra él años de prisión que superan con creces la esperanza de vida del régimen de Vladimir Putin. El Kremlin lleva al culmen la mistificación de la justicia típica de todo totalitarismo, especialmente del nazi y del comunista. Pero la historia muestra que las parodias no engañan y la libertad acaba superando la represión que no cesa.

         En ese contexto surge una gran verdad, no menos penosa: el invierno demográfico. Las graves denuncias del declive ético de occidente, en el ámbito de la familia o la natalidad, se vuelven contra Putin: no ha conseguido enderezar el endémico y grave descenso de la población, agudizado desde 1991: en julio pasado, el número de nacimientos retrocedía a los niveles de 1945.

         Como era previsible, el fracaso de la política demográfica lleva a encubrir o manipular al máximo los datos reales, tratados casi como un secreto de Estado. Pero la agencia oficial de estadística, Rosstat, tuvo que estimar la población al 1 de enero en 146 millones de habitantes, menos que en 1999, aunque incluya a la población de Crimea.

         La realidad puede ser peor, porque no hay cifras oficiales de bajas en la guerra de Ucrania desde septiembre de 2022. Las estimaciones varían entre 40.000 (a partir de obituarios disponibles en fuentes abiertas) y 120.000, según los servicios de inteligencia estadounidense. Además, Rusia ha registrado una mortalidad en torno al millón de personas a causa de la pandemia del covid-19.

         En cualquier caso, la dura verdad del declive demográfico va a influir negativamente en la evolución de la guerra de Ucrania y, en general, en la crisis económica de Rusia. 

 
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