¿La Navidad se puede vivir de forma tridimensional?

Árbol de Navidad y un Belén.
Árbol de Navidad y un Belén.

Estos días lo más repetido entre todas las personas es Feliz Navidad. Yo me pregunto: ¿Qué deberíamos hacer para que ese deseo sea una realidad? ¿Cómo podemos vivir una buena Navidad? Estas preguntas me han llevado a pensar en que dado que el hombre es un ser relacional el mejor modo de vivir bien la Navidad sería mejorar en las tres formas que tenemos de relacionarnos y, por ende, de crecer.  Sin duda, con quien primero nos relacionamos es con la familia, en la que nacemos y la que nos cuida, y después con nuestros amigos y conocidos. La tercera forma relacional de una persona, consciente de su trascendencia, debería ser su relación con Dios, fundamento de las otras dos.

Esta certeza antropológica y existencial de las relaciones humanas nos indica cuál es el núcleo central de nuestra vida, para que vivamos, en plenitud, ese deseo profundo que expresamos cuando decimos Feliz Navidad. Para lograrlo, deberíamos cuidar la felicidad de nuestra familia, amigos y conocidos, y aprender del acontecimiento que se celebra el día de Navidad, el nacimiento de un Dios que se hace Niño para salvar a los hombres. 

El nacimiento del Niño-Dios en el portal de Belén nos enseña que la mejor forma de relacionarnos con los demás es “hacernos como niños”. La importancia de hacerse como niños se recoge en Mateo 18, 1-5: “De cierto os digo qué si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos”

Parece lógico que un buen principio básico para conseguir la felicidad plena en las tres formas de relacionarnos sería volver a “hacernos como niños” o sacar de nuestro interior el niño que todos llevamos dentro. Este modo de proceder nos llevará a recuperar la inocencia, la sencillez, la ilusión, la capacidad de asombro, la humildad, la ternura, el deseo de olvidar las diferencias y centrarnos en lo que une, (…). Un niño se siente invencible al vivir abandonado en los brazos de sus padres, sabe que ellos le van a ayudar a superarse, no le importa depender de ellos, ni pedir ayuda, tampoco tiene vergüenza para demostrar su cariño y su ternura.  La sencillez de los niños nos interpela a levantarnos, si caemos, una y otra vez, sin temor al ridículo o al qué dirán. Un niño no se cansa de llamar de pedir perdón, solo se acuerdan de las cosas buenas, (…). Todas estas cualidades de los niños, bien vividas, ayudan a hacer más felices a todos los miembros de nuestra familia, amigos y conocidos, y es una buena forma de vivir la Navidad. Así, nos convertimos en mensajeros de paz, tan ansiada por muchos corazones de este mundo.

Mejorar y crecer en la relación del hombre con el Niño-Dios nos ayudará a mirar el mundo como lo ve Él, con ternura, con paz, con humildad, con compasión, (…) y seremos capaces de hacer de él un mundo mejor. El portal de Belén es una buena cátedra para aprender a querer a los demás, con generosidad, con alegría, (…), a pesar de las dificultades materiales. El sabernos en las manos de Dios nos da paz, nos da esperanza, (…) y nos ayuda a vivir sin miedos, sabiendo que todo es para bien.

No creo que considerar que la Navidad se puede vivir tridimensionalmente o de forma tridimensional (tres dimensiones) sea fruto de una deformación profesional, ya que con frecuencia debo considerar espacios o funciones de dimensiones mayores que tres, sino que más bien se corresponde con la realidad antropológica que tiene el ser humano de relacionarse. El mantener en buenas condiciones este trípode relacional y cuidarlo, sin duda, nos hace grandes, y es una excelente forma de vivir y desear una Feliz Navidad. Felicidad que conlleva el deseo de paz y bien para todos, y en todas las partes de este mundo. 

 

Tomasa Calvo Sánchez

Catedrático de la Universidad de Alcalá

 
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