“Busco público dispuesto a ser concienciado”

Desde esta tribuna se alaba con frecuencia a muchos músicos y artistas. Hoy será diferente, aunque no es la primera vez que trato el tema. Porque hay que reconocer que los hay con la cara muy dura. Usted habrá comprobado como yo que en este país abunda entre nuestros artistas una fauna autodenominada como “comprometidos”. Algunos no se sabe con qué o con quién están “comprometidos”, pero sí se sabe con qué no y con quién no. Otros tienen la misma credibilidad que un político a dos días de las elecciones. Sólo unos pocos logran salvarse de la lacra y contagiar su honestidad.   Estos días hay un tipo que se está recorriendo la mitad de los medios de comunicación del país presentando su nuevo disco. Como hay varios cortados por el mismo patrón, omito su nombre porque es lo de menos. Es otro más. Ya saben estas campañas promocionales que organizan las discográficas: durante dos días vemos en todos los periódicos y televisiones la misma imagen junto a preguntas y respuestas parecidas y luego esa cara desaparece durante meses. A veces no vuelve nunca. Algo así como las caras de Bélmez pero en versión cutre. Pero el proceso de promoción también forma parte del juego, que en realidad, nos guste o no, es un negocio. O sea, como las caras de Bélmez.   Hay que reconocer que, teniendo en cuenta las sandeces que suelen decir los artistas en promoción, este sujeto dice cosas interesantes. Pero uno termina de leer la entrevista (cualquiera de las que le he leído esta semana) y tiene inicialmente la impresión de estar ante una ONG en lugar de un grupo. Terminada la entrevista -a veces, hasta se logra contener la náusea- empieza la reflexión: ¿Este buen hombre qué es? Músico. ¿Este grupo qué hace? Música. ¿Este tipo de qué vive? De la música. ¿Este tipo qué hace con el dinero que cobra por disco? Vivir lo mejor posible. ¿Este tipo me está haciendo creer que su única función en la vida es concienciar a través de la música al mundo entero de los males que nos rodean? Eso parece. Este tipo, concluyo, es un poco farsante. O un mucho, que ya hemos visto bastante en los últimos años...   Si me permite el consejo –ampliable a los cientos de clones que deambulan por las estanterías de las tiendas de discos-, le diría que concienciar desde una limusina a la gente de que en el mundo existen desigualdades es un desagradable insulto a quien verdaderamente lo pasa mal. Tratar de hacer creer que uno hace canciones de forma altruista es tomar el pelo a la audiencia, cuando sabemos bien que en su estilo de música, probablemente, no vendería nada si no fuese por esas letras anti-capitalistas o anti-americanas o anti-cualquier cosa.   A todos estos artistas comprometidos con no sé sabe bien qué les creeremos cuando además de rescatar del olvido la lucha de clases, cantar en contra de dictaduras, del hambre del mundo, y del imperialismo y gritar a favor de las libertades, ofrezcan conciertos en apoyo a las asociaciones de víctimas del terrorismo, dejen de arrodillarse ante Fidel Castro en Cuba cada verano –donde algunos se pulen la pasta que levantan durante el invierno concienciando a la gente- o cuando cedan los derechos de alguna canción de su disco a una ONG decente. Cosa que, por ejemplo, hizo Doctor Livingstone con todas las canciones de su último disco. Sin armar tanto jaleo, sin salir en tantos periódicos y sin dejarse ver por los anuncios por palabras con eso de “artista comprometido busca público para concienciar”.   Dirán ustedes, queridos lectores de El Confidencial Digital, que mi reflexión puede considerarse un atentado a la libertad de expresión artística. Y digo esto porque algo parecido escuché en la radio hace días. Pero precisamente esa libertad de expresión es la que me permite decir alto y claro que ya está bien de tomar por idiotas a la audiencia y a los fans, que los verdaderos artistas comprometidos todos sabemos bien quienes son y que hemos visto demasiadas veces eso de que en la música, lo más normal del mundo, es vivir como reyes a costa de las desigualdades del mundo.   Creo en las buenas intenciones de cientos de artistas. Creo en sus preocupaciones sociales y en su amor a la música. Y, evidentemente, estoy a favor de que ganen todo el dinero del mundo con su trabajo. Y de que denuncien lo que les parezca oportuno en sus canciones. Pero desconfío de esos músicos de dedicación exclusiva que aseguran que hacen canciones sólo por diversión o sólo para “concienciar” a la gente. No es delito reconocer también que hacen canciones porque en eso consiste su trabajo y porque es su única forma de poder cambiar de coche o comprarse un piso.   Algunos, en su afán por venderse bien a la audiencia, retuercen tanto las cosas que cuando terminas de leer su entrevista, tienes la impresión de que comprando su disco darás de comer a los niños del Tercer Mundo. Y tampoco es así. Ni mucho menos. Deberíamos “concienciarnos” bien para dar la espalda a los farsantes.

 
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