Cheney no es Churchill, Putin no es Stalin: no habrá guerra fría

En los últimos tiempos, tanto el vicepresidente de EE.UU., Dick Cheney, como la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, nos estaban enseñando a los rusos cómo debemos vivir. Además, el señor Cheney hablaba en un tono tan frío que muchos politólogos empezaron a considerar la posibilidad de una nueva Guerra Fría. Pero, en mi opinión, todos ellos se equivocan.   Cheney no es Churchill, no es uno de esos capaces de cambiar la marcha de la Historia. Al timón de Rusia no está Stalin, sino Putin. La Rusia de Putin no tiene el propósito de construir un nuevo muro de Berlín, bien al contrario, abre cada día más las puertas que llevan al mundo occidental. Es cierto que ni en el aspecto económico (baste con recordar los proyectos energéticos rusos) ni en el político, Rusia está siempre de acuerdo con Occidente, Ni mucho menos. Pero, se muestra dispuesta a tratar cualquier tema y a buscar componendas. Para que surja una disputa se necesita un par de contrincantes, como mínimo. De lo contrario, es como el boxeo de sombra.   Sin embargo, lo más importante no es eso. En más de una ocasión he leído en la prensa occidental comentarios en el sentido de que las vísperas de la reunión en la cumbre en San Petersburgo es un momento muy oportuno para ejercer presión sobre Moscú en muchos aspectos, empezando por la posición que mantiene respecto al dossier nuclear iraní y terminando con asuntos internos del país. Quienes así se manifiestan son la mejor prueban de que la élite política estadounidense no ha reparado en un hecho muy importante: tras haber permanecido durante casi dos decenios en la órbita de Occidente y recuperar en parte sus fuerzas, Rusia, cual planeta, se ha colocado por fin en su propia trayectoria. En vista de lo cual, Occidente en general, y en particular Washington, deberían revisar seriamente su manera de hablar con Rusia en un tono protector.   Lo que reseño saltó a la vista especialmente durante los recientes sermones que leyeron Rice y Cheney intentando enseñarnos a los rusos cómo ser unos demócratas de verdad, con ese aspecto tristemente chistoso de la persona que intenta gritarle algo desde el andén al tren que ya se fue...   En Washington podían prever la actual situación, y hasta estaban obligados a hacerlo. Tenía que llegar un momento en que Rusia, recuperada de las conmociones vividas, se levantara del lecho y emprendiera su camino. Moscú todavía sufre numerosos problemas, pero ya es capaz (antes que nada en el aspecto psicológico) de resolverlos por sí sola, agradeciendo todo consejo amistoso y la ayuda desinteresada, pero rechazando categóricamente el tono de mentor y los consejos que van en contra de la esencia misma de Rusia y su pueblo. Desde Occidente pueden criticar a Moscú cuanto les dé la gana, lamentar su terquedad o intentar comprender dónde está la causa de ese original enfoque del mundo que tienen los rusos (este último método es el más productivo), pero han de saber que no están en condiciones de cambiar nada aquí. La Rusia prerrevolucionaria era distinta a Occidente, también lo era Rusia que surgió por poco tiempo tras la democrática revolución de febrero de 1917. Tampoco la Rusia de hoy en día y la del mañana serán copia exacta de la democracia occidental.   Por supuesto, se puede llegar a pensar que los rusos simplemente no son capaces de organizar bien la economía de mercado ni vivir en condiciones de libertad, pero tal análisis no sería de los más inteligentes. No se debe olvidar que la Rusia prerrevolucionaria se desarrollaba impetuosamente, en opinión de muchos expertos occidentales. Por algo la comisión gubernamental alemana que, con el Prof. Auhagen a la cabeza visitó el país en vísperas de la guerra de 1914, llegó a una conclusión alarmante para Guillermo II: cuando Rusia realice su reforma agraria, nadie será capaz de ganarle guerra. En cuanto al ritmo del crecimiento económico, Rusia tenía perspectivas de colocarse entre los líderes mundiales. Lo recuerdo porque, pese a los numerosos problemas que seguimos afrontando, varios expertos pronostican que hacia 2027-2030 volveremos a figurar entre los líderes de la economía mundial. Por lo cual la afirmación de que los rusos no pueden vivir en condiciones de mercado no es más que un mito.   En cuanto a la democracia rusa, como toda democracia felizmente realizada, debe adecuarse a la idiosincrasia y las tradiciones de su pueblo. La democracia rusa nunca va a ser idéntica a la occidental: Rusia tiene una Historia distinta y en gran medida, nociones distintas del bien y el mal, de la libertad y los derechos del hombre. El Concilio del Pueblo Ruso, convocado hace poco en Moscú por la Iglesia Ortodoxa Rusa, criticó duramente a Occidente por el olvido de muchos valores morales. Una libertad de palabra y del individuo que no descanse sobre los valores morales, lleva a la degradación de la sociedad, se hizo constar en aquel foro. Más o menos lo mismo dice también la Iglesia Católica. Además, a los padres fundadores de la democracia estadounidense, que eran profundamente creyentes, no les gustaría mucho la vida actual de Occidente, estoy seguro de ello. ¿Para qué insistir, entonces, en que los rusos sigan obligatoriamente el camino occidental?   Rusia ha elegido el camino de la democracia. Y no existen indicios serios de que esta orientación estratégica pueda corregirse. Pero sí que con el devenir del tiempo se pondrán de manifiesto algunos matices puramente rusos: la tendencia a fortalecer el Estado, a recrudecer la lucha por la alta moral y otros. Y por último, como todo Estado soberano, la Rusia nueva, cuanto más fuerte se sienta, con tanta mayor firmeza va a defender sus intereses en la palestra internacional. Y no hay que tener miedo. Lo mismo que hoy día la señora Rice manifiesta que EE.UU. tiene sus intereses estratégicos cerca de las fronteras de Rusia, dentro de un tiempo los estadounidenses oirán que Rusia tiene los suyos en cercanía de sus fronteras, por ejemplo en América Latina.   ¡Es la globalización!, según dicen con razón en EE.UU.

 
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