Degeneración

Cada pocos días me vuelve a la mente la canción y la letra de Dégénération. Es como un boomerang, terriblemente insistente, que invita a reconocer que todo va a peor en el mundo, pero que precisamente por eso, podemos saborear mejor aquello que no es tan malo. La canción es del grupo canadiense Mes Aïeux, y me la recomendó hace tiempo Kiko Méndez Monasterio, uno de los mejores columnistas del periodismo español del momento. Desde entonces me persigue y me asalta al pensar en las cosas que nos estamos cargando. Hoy, el periodismo digital.

La degeneración del periodismo digital es consecuencia lógica y esperable del poder que se adjudica en la red a las mayorías. Es decir, a las mayorías de lectores. Y en particular, del poder que concede a su instinto más primitivo. Me explico. Los asuntos sexuales, las noticias asombrosas, escabrosas, o morbosas, y los titulares insultantes, malsonantes o intrigantes, ocupan siempre los primeros puestos en los rankings de noticias más visitadas de los periódicos digitales. De ahí que, tras un tiempo de indefinición, la mayoría de los diarios hayan optado por esta vía, como fuente principal de tráfico. Es la dictadura de la anti-información. Lo que antes estaba reservado a los medios de comunicación más sensacionalistas, menos rigurosos, y más cutres, ahora alimenta las audiencias de las ediciones digitales de algunos de las cabeceras históricas del periodismo español. Interesante fenómeno.

Una vez que el virus se extiende, saltando de revista en revista y de periódico en periódico, la decisión no es fácil. Renunciar a esas noticias, vídeos e imágenes, destinadas más bien a satisfacer el estómago de la audiencia del difunto Crónicas Marcianas, equivale a dar una cierta ventaja a todos los competidores, que sí ofrecerán esos contenidos. Comercialmente, no parece una buena idea. “¿Por qué no hacerlo?”, se preguntan los directores de estos medios. Puede que haya mil razones. Pero hay una que pesa especialmente sobre la conciencia: por elegancia o por convicción, nuestros mayores –del periodismo- no lo harían, no se venderían a la basura. Y este es el motivo por el que me ha venido a la cabeza la canción de Mes Aïeux. Degeneración. Aceptarlo no es rendirse al pesimismo, sino al optimismo. Aceptarlo es, tal vez, comenzar a cambiarlo.

Quienes defienden este tipo de información aseguran que es la audiencia la que reclama estos contenidos. Pero eso es sólo una verdad a medias. La clave está en el modo en que nos comportamos frente a Internet. La red facilita la navegación inmediata e irreflexiva, casi compulsiva. Al saltar de una página a otra respondemos a un estímulo en cuestión de segundos, un tiempo demasiado pequeño como para que nuestro mecanismo racional se active. Por eso a veces nos sorprendemos a nosotros mismos ojeando una noticia sobre las uñas de los pies de una cantante famosa, o sobre las juergas de los hijos de un torero, sin que nos haya dado tiempo a decidir si realmente nos interesa algo lo que haga esa tipa con sus uñas, o las borracheras de un adolescente problemático al que, por suerte, nunca conoceremos.

Sea como sea, en los últimos meses, varios medios de comunicación –más bien próximos a la derecha- que hasta ahora se distinguían por su rigor informativo y por el interés de sus contenidos, se han entregado a estas prácticas, con preocupante éxito de audiencia. El truco consiste en incluir cuantas más noticias insólitas y morbosas, mejor. Y si son de contenido sexual o violento, o afectan a la vida privada de algún famoso, mejor que mejor. Es algo así como sustituir “La Tercera” de ABC por una portada de Interviu.

Al final, este giro del periodismo inteligente hacia la telebasura amarillista digital está empobreciendo nuestros medios de comunicación. No alcanzo a entender por qué lo que hasta ahora se criticaba de la televisión, nadie lo critica de Internet, cuando en realidad es la misma basura, ofrecida por diferente canal. Es posible que a estos periódicos digitales les vaya mejor así, que recauden más visitas, y que tal vez sus campañas publicitarias sean más efectivas, pero entonces tendrán que asumir también que sus sesudos editoriales estén ahora al nivel intelectual de las declaraciones de Lady Gaga.

 
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