Intelectuales ¡Qué asco!

A los intelectuales acomodados que rehúyen de actitudes comprometidas ante lo que acontece a su alrededor, les viene al guante la sentencia condenatoria que dictó Thomas de Quincey: «Los que contemplan el crimen están implicados en él».

En la vida, como en el fútbol, abundan los jueces de línea, primos carnales todos ellos de Pilatos, que se limitan a contemplar el partido desde la banda, a ser posible sin pisar el césped.

Muchos intelectuales auto ungidos, narcisistas y egocéntricos hasta decir basta, forman parte de una casta miserable de iluminados alejados de la realidad terráquea, deslumbrados por la pátina elitista de su petulancia presuntuosa, que se dedican a mirarse en el espejo cóncavo de su cátedra, en busca de la pose más favorecedora, como la vanidosa madrastra de Blancanieves, asaltada por la envidia y celosa de la belleza ajena.

«La grotesca vanidad» de la que hablaba Unamuno es una anécdota costumbrista a pie de página comparada con la ilimitada vanidad intelectualoide, ajena a las preocupaciones mundanas, que sólo rinde culto secular a su propio “yoísmo”. ¡Vaya mierda!

Es tal el punto de perversión del sentido común al que se ha llegado previo al estado de coma profundo e irreversible, que prefiero un “jackass” (un tonto del culo dicho en el inglés impoluto del Nobel Obama), a un docto erudito que se cree listo pero guarda para sí su universo “onanístico” de conocimientos. Tanta introspección sólo puede conducir a la masturbación mental o a la paranoia.

Hasta tal extremo estamos asistiendo a una dejación de funciones, que se da la rocambolesca circunstancia de que hoy la intelectualidad antropófaga parece patrimonio exclusivo de la progresía marxista militante (aunque no haya leído a Gramsci): una para-ideología new age de la que tanto presumen los grandes prohombres orgánicos del circo del espectáculo, en su mayoría analfabetos, mendigos de las subvenciones públicas, y garantes de un esquema servil de valores de lo más surrealista que quepa imaginar, y que les puede llevar a solidarizarse, en un ejercicio de funambulismo retrógrado, con causas carcelarias como la del “mártir” Polanski o con los batman-boys de la caverna cubana de Castro.

Ni Sartre, ni Camus ni Ortega figuran en el ranking contemporáneo de intelectuales más influentes de la revista Foreign Policy. Ni inteligencia, ni entendimiento, ni razón. Con el otoño madrileño, al árbol de la ciencia de Pío Baroja se le están cayendo a trozos las hojas. ¿Poesía? ¿Y tú me lo preguntas?

 
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