Lecciones de economía para sinvergüenzas

Me entristece saber que nunca podré ser ministro de economía. La economía es una materia que se escapa siempre por algún desagüe de mis entendederas. He tratado de parchear a tiempo la fuga, pero siempre se cuelan los mismos conceptos. Tiempo atrás he llegado a entender la política –el que trinca último trinca dos veces-, la informática –prueba ese chisme sin descanso día y noche y terminará funcionando-, el arte –todo vale-, la medicina –lo que no mata, engorda-, y hasta la sociología –siempre te pagan antes de saber si has acertado o no con tu pronóstico-. Pero la economía no me sale. Coste de capital, orden mantenida, base monetaria o margen de mantenimiento son conceptos que me sugieren tantas cosas como aloinmunización, degasificado, estreptoquinasa o clorofluorocarbono. Es más, siempre he creído que el “interés” no es más que el provecho que podemos sacar de algo o de alguien, que el “Dow Jones” es un cantante de country de los 70 y que la “liquidez” hace referencia a una de las grandes cualidades del agua, la cerveza y la Coca-Cola. Pese a todo, con los años he aprendido algunas cosas muy básicas. Tonterías que hacen más fácil no arruinarse a la hora de seleccionar una u otra marca en la estantería del supermercado.

Así que a la vista de los últimos acontecimientos he pensado que desde mi analfabetismo económico total puedo resultar un buen instrumento para el presidente del Gobierno, como asesor de comunicación en materia de economía. Como se trata de hablar sin decir, decir sin pensar, pensar sin creer, creer sin intoxicar, intoxicar sin detallar, detallar sin matizar, y soltar algún que otro exabrupto a micrófono presuntamente cerrado, creo que han dado con el hombre perfecto para esas tareas de despiste y desguace intelectual. Les facilitaré la tarea con algunos planteamientos que pueden resultarles útiles. Esto tómenlo como un obsequio gratuito. Cualquier ampliación de estos conceptos se hará previo pago de lo convenido. Lo convenido, por si se lo están preguntando, será una cantidad de euros tan espectacular que podría hacer sonrojarse al mismísimo enólogo de cabecera de Carlos Arenillas. Pero tampoco teman, nada que no hayan visto ya en estas labores de fontanería. No es la primera vez que se dice que las tuberías de La Moncloa son de oro. Ya saben, lo jocoso siempre queda ahí.

Pero vayamos al grano. Leo estos días, por ejemplo, que tenemos un problema de inflación. Insistir en que los españoles no han interiorizado el euro podría resultar poco efectivo a estas alturas. Alguno, con el agua al cuello, ha probado incluso a comérselo para tratar de interiorizarlo de una vez. Pero ni así. Me consta que días después de las declaraciones de Pedro Solbes se multiplicaron por cinco los casos de intoxicación y atragantamiento por ingesta precipitada y salvaje de diversas cantidades de monedas y billetes. Imprudente comentario el del ministro que, como digo, no sería efectivo en estos momentos. No tanto por la opinión pública, que traga lo que sea siempre que se diga en la televisión y con voz grave, sino porque todo esto podría animar a Arias Cañete a volver a hablar de las propinas para terminar hablando de los camareros de antes, y todo menos eso. Así que vayamos a otra solución.

Utilizando la vieja técnica del cocodrilo –comer mucho y masticar poco- podemos tragarnos el concepto, tal y como propuso hace pocos días Zapatero. Parafraseando por libre al presidente podemos concluir que, al fin y al cabo, si a la inflación le quitamos la inflación, ¡ya no hay inflación! Por este tipo de abracadabras se dice que la política es un arte. Así que, como ven, hacer desaparecer la inflación es fácil.

Una vez que nos hemos deshecho del problema económico que más enfada a diario al ciudadano, la solución de otros inconvenientes similares será coser y cantar. Les mostraré muy brevemente algunos ejemplos. Contra el lío de la vivienda he pensado en una aparición de Corredor en una reposición de “Aquí no hay quien viva”. Contra la subida de la luz he ideado una rueda de prensa-espectáculo en la que Miguel Sebastián sacará de pronto una revista con la imagen de Ana Obregón y la polémica se desviará muy lejos de lo eléctrico y económico. Contra la subida del paro he diseñado una campaña publicitaria en la que un sonriente Jesús Caldera en traje de baño imitará a Curro desde el Caribe, recordando a todos los nuevos parados que son los hombres más afortunados del mundo porque por fin pueden irse de vacaciones sin dar cuentas a nadie. Y, finalmente, para contribuir a paliar el drama de la pobreza he pensado en crear un nuevo ministerio de Solidaridad, del que se encargarán, mano a mano, Ana Belén y el alcalde de Toledo.

Si logro ese ansiado puesto de asesor económico me sentiré especialmente reconfortado, porque jamás pensé que no saber distinguir el Ibex del Almax iba abrirme de par en par las puertas del poder. Por lo que me cuentan, no seré el primero.

 
Comentarios