Lynch y el vecindario de sombras

Hace poco más de un mes ha salido a la venta en España el DVD con la edición remasterizada de Eraserhead (Cabeza borradora), la opera prima de David Lynch. A los admiradores de su filmografía se les ofrece así un doble atractivo: por un lado el acceso mismo a una película bastante más glosada de oídas que efectivamente vista, y por otro lado los extras, que incluyen una secuencia inédita como ilustración del menú, unas curiosas indicaciones para calibrar correctamente la luminosidad del televisor –esencial, por los violentos claroscuros de la fotografía– y, lo más interesante, ochenta y cinco minutos en los que un Lynch inusualmente locuaz va desgranando recuerdos en torno a la gestación y el rodaje de tan insólito filme.

Acerca de Eraserhead pueden realizarse varias afirmaciones nada insustanciales. Una de ellas es que quien decide perdérsela renuncia de entrada a ser partícipe de un momento importante en la historia del cine. Renuncia también a un potente estímulo para experimentar ese convulso afecto que es la mezcla entre la repugnancia y la fascinación: lo que se siente, por ejemplo, al ver que en una cena familiar Henry Spencer, el protagonista, se dispone a trinchar un pollo al horno y éste comienza a mover las patas mientras suelta un fluido viscoso, a la vez que la madre de la novia de Henry se ve inmersa en un extraño trance y abandona precipitadamente el salón, suponemos que porque se prefigura la extraña criatura que van a procrear los dos jóvenes.

Pero lo suponemos sólo. Y es que perderse Eraserhead significa asimismo renunciar a la desazón que se deriva de no comprender la causalidad de unos hechos. A lo largo del metraje asistimos a la filmación de una pesadilla, y la coherencia interna de la trama se basa exclusivamente en los esquemas indescifrables de lo onírico. Cabeza borradora… ¿por qué? Porque a Henry se le cae la cabeza, un niño la recoge y se la lleva a un fabricante de lápices, que la utiliza para colocarla en ellos como goma de borrar. A este momento incalificable de la película corresponde la famosa imagen convertida en icono underground: ligero contrapicado de Jack Nance, actor que da vida a Henry Spencer, con su característico pelo cardado, y un brillo de virutas nimbando su figura con gesto de estupor. Podríamos decir, en definitiva, que perderse Eraserhead es sobre todo la renuncia a una experiencia visual intensa, sólo equiparable al expresionismo de Lang, de Murnau, de Wiene, precursores de Lynch en la recreación del vecindario que sombras que se han domiciliado en nuestro ser.

 
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