Música ‘dance’ y el espíritu de los noventa

Siempre es interesante preguntarse por las relaciones entre causas y efectos, aunque no ejerza uno de filósofo y mucho menos de científico. Dado que la cultura de masas no sólo está al alcance de todos sino que incluso nos constituye, me gustaría anotar aquí un brevísimo apunte sobre el espíritu de la última década del siglo XX, para intentar comprender algo mejor el porqué de su música de baile.

Si algo caracteriza a los noventa es el optimismo. Echando la vista atrás, se nos presenta como un paréntesis de calma encajado entre dos turbulencias históricas con sendas caídas: la del Muro de Berlín en 1989, que pone fin a la Guerra Fría, y la de las Torres Gemelas en 2001, que da lugar a un nuevo periodo de incertidumbres. Esa conciencia de placidez histórica aparece reflejada en el título de un famoso ensayo del economista Joseph Stiglitz: Los felices noventa.

Sí. Excepción hecha de empañamientos ocasionales, los noventa fueron básicamente felices. No hubo grandes conflictos a nivel internacional; la economía, una vez superado el bache de comienzos de la década, creció a ritmos inauditos; en su último tramo se difundió la telefonía móvil y el acceso a Internet. A todo esto hay que añadir un factor generacional: quienes nacimos a finales de los setenta estábamos en pleno apogeo de nuestra juventud rampante. Conforme al espíritu del momento, éramos básicamente felices.

Con mucho tiempo disponible por ser todavía estudiantes, con un poder adquisitivo más que aceptable para nuestra edad, comparado con el de la generación anterior —aunque, eso sí, bastante parasitario del bolsillo de papá— y sin un euro aún que nos gravase las copas mediante el insufrible redondeo, nos lanzamos a gozar sin remilgos de la noche. Queríamos una música que pusiera ritmo a nuestra adolescencia, y no buscábamos en ella otro mensaje que la ratificación del hedonismo en el que éramos expertos.

Para satisfacer esa demanda, los pubs y discotecas atronaban con canciones muy bailables que nos decían: «no, no hay límites», o «éste es el ritmo de la noche», o «vivimos tiempos misteriosos», o que nos llevaban a Ecuador, o a cualquier otro lugar sin necesidad de abandonar la pista. La música dance de los noventa hay que entenderla en su contexto, cuando el mundo era más despreocupado y nosotros, acaso, más ingenuos. Ahora el mundo no es el mismo, y nosotros también hemos cambiado. Cualquier día nos sorprende Coca-Cola con ese anuncio que –come into my life al fondo– dé un repaso, como sabe, a nuestro álbum compartido de nostalgias.

 
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