El “casi” fin del comunismo a través de las viñetas de Plantu

Las caricaturas de Plantu, algunas veces tiernas, a menudo ácidas y siempre incisivas, son como un editorial a primera vista. Comenzó a trabajar para el diario Le Monde en 1972 y desde allí ha seguido e ilustrado la caída del Muro de Berlín y todo lo que vino después: el fin del comunismo en Rusia y en los países del antiguo bloque del Este, la desarticulación de la antigua Yugoslavia, y la consolidación de la zona Euro.

Su historia, contada a través de la selección de un centenar de caricaturas, va acompañada de un breve pero intenso texto de Daniel Vernet, que en aquellos años era redactor jefe de Le Monde y con quien discutía cada día la elección del tema a ilustrar.

La historia de la caída del comunismo comienza con una viñeta de Juan Pablo II vestido de obrero, y Lech Walesa de papa; ambos levantan los brazos ante la alegría de encontrarse bajo la adusta mirada de un militar ruso en segundo plano. “Sin Juan Pablo II y Gorbachov, la caída del muro no se habría producido”, afirma Plantu, que termina su historia dibujando a los representantes de Ucrania, Georgia y Moldavia haciendo equilibrios sobre las cuerdas tendidas entre las cúpulas de las iglesias de Moscú, ante la atenta mirada de Putin transformado en cúpula, mientras europeos y americanos tienden sus banderas para amortiguar la caída de los equilibristas.

Del comunismo, según Plantu, hoy sólo quedan “Fidel Castro y el Sindicato del Libro (en Francia controla la distribución de la prensa)”. Del dirigente cubano no hace comentarios, pero cuando comienza a hablar del Sindicato del Libro, parece más bien que estuviera hablando del sindicato del crimen, tan fuertes suenan sus palabras.

Se queja de que, a pesar de la caída del comunismo, “la única forma de censura” que un dibujante encuentra hoy en Francia es la de este sindicato controlado precisamente por los comunistas: “Es dramático. Un sindicato que defiende muy bien a los obreros del libro, pero la libertad de expresión no es su problema”. Asegura que no es cuestión de valentía, sino de que el periódico no sale a la calle si el sindicato es criticado.

Afirma que siempre ha sido así, y cuenta que en los años 80 cuando Henri Krasucki estaba a la cabeza de la CGT, “si publicaba más de dos viñetas del sindicalista, los obreros del libro, que eran en general de los más fornidos”, lo arrimaban contra la pared amenazadores para disuadirle de publicar una tercera.

Entre comunistas y Sarkozy, este votante de izquierdas se queda claramente con el presidente. Sarkozy le ha enviado una carta con motorista para quejarse de que no le gusta la mosca que a veces le dibuja revoloteando sobre su cabeza, ha llamado al redactor jefe, al director, se ha lamentado delante de otros periodistas… pero sin éxito. Para Plantu, “esto no es censura, ni siquiera una presión. Se queja, y tiene derecho”.

Hasta lo prefiere a Edouard Balladur que un día le dijo al cruzarle: “me encantan tus dibujos”, y detrás llegó el jefe de gabinete y le aclaró: “en realidad los detesta”.

 
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