Entre nieblas y tinieblas, María San Gil

Las numerosas opciones que concurren a los comicios vascos (sin que se produzca vacío alguno de oferta, por mucho que ciertos sectores interesados repitan lo contrario: se presenta la izquierda abertzale; eso sí, la que se desmarca del terror) son clasificables por su grado de nitidez constitutiva y, en este caso, constitucional. Hay tinieblas ominosas cuya noche perpetua se remonta a la noche de los tiempos, hay nieblas tras las cuales los contornos se desdibujan y hay, en fin, por fortuna para la clarividencia, una luz cierta, una claridad consoladora.

En las tinieblas bullen los distintos miembros de la familia nacionalista, porque tenebrosos son sus designios. Pintura negra, todos ellos se sientan alrededor del Gran Cabrón –tomo el título de Goya–, metamorfoseado aquí en Sabino Arana, y ante su doctrina mefítica emiten exhalaciones de placer tribal y primigenio. Como si libaran directamente del colmillo de una serpiente enroscada en torno a un hacha. Desdeñosos de cuanto no suponga mismidad, han emprendido un viaje al fin de la noche en ese tren cuya partida anunció el lendakari el pasado mes de octubre. Tren del que la mitad del pasaje se apearía porque no quiso montar.

Entre nieblas se mueve el Partido Socialista de Euskadi, porque nebulosa es su propuesta. Va a tientas por los valles del concepto y al llegar a una hondonada no sabe si esas aguas que corren a sus pies son regato o río franco, por lo que las llama con cautela preventiva “fluencia acuosa”. Y al subir al monte y divisar algo así como un bosque de pinos, que pueden ser también abetos, lo denomina por si acaso “arboleda de coníferas”. Y al ascender aún más y elucidar si las tres provincias que divisa son comunidad autónoma o nación, decide que sean “comunidad nacional” para no forzar más la vista entre el espesor impenetrable de las brumas.

A la luz queda sólo una candidatura, porque claro es su proyecto. Habla sin sombras de España, de libertad, de convivencia, de ciudadanía sin retóricas superfluas, de alternativa a un poder enquistado. Habla de firmeza contra los asesinos, de denuncia contra los ventajistas de sus asesinatos. Y lo dice con los perfiles bien visibles, sin que se le sospechen zonas oscuras donde emprender oscuras negociaciones. Entre las tinieblas de las huestes comandadas por Ibarreche y las nieblas del socialismo claudicante que ha asumido Pachi López, casi nos deslumbra María San Gil en su luminosa soledad.

Radiante soledad acompañada que apuntalan diez millones de españoles. 

 
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