La película de vaqueros de Elena

Han intentado timarme. Elena es una comercial que trabaja para una empresa de Internet. Yo necesitaba contratar algo como lo que ofrecían y contacté con ella para conocer los detalles de sus servicios. Me convenció con su argumentación sencilla y transparente. Llegamos a un acuerdo en pocos minutos. Manifesté mi intención de aceptar pronto su oferta y me despedí agradeciendo su amabilidad. Acordamos contactar próximamente por correo electrónico para concretar el contrato. Todo fueron sonrisas y confianza. Todo bien.

Elena se puso muy contenta con mi compromiso verbal. Tanto, que no pudo evitar escribir a toda a prisa a su superior para contarle la gesta. Tan sólo unos minutos después de despedirme, le envió un mail entusiasmada, detallando las tretas utilizadas para darme gato por liebre. “A éste lo tenemos en el bote, el lunes nos lo contrata”, confesó alegremente a su jefe. Pero haciendo un memorable alarde de torpeza lo remitió con copia al cliente estafado. El cliente, claro, soy yo. No te agobies, Elena, porque en la vida la incompetencia forma parte del juego. A todos nos ha sucedido en alguna ocasión. No es tan extraño enviar un mail a la persona equivocada. A mí, por ejemplo, la famosa –y muy útil- función “autocompletar” de Outlook me ha dado ya varios sustos. La diferencia es que como no me dedico a engañar a la gente, la equivocación puede ser más o menos vergonzosa, pero nunca demasiado trascendente.

Las artimañas de esta comercial no son una improvisación. Se encuentran milimétricamente dentro de la ley. En terreno inmoral, sin duda, pero más o menos legal. Por eso, cuando te sucede algo así, no sabes cómo actuar. El primer impulso te lleva a levantar el teléfono para decirle a Elena lo que piensas sobre su conducta profesional, sobre su cínica sonrisa y sobre dónde, a tu juicio, debe ubicar “sus condiciones ventajosas” la próxima vez. Pero después miras a su alrededor y comprendes que quizá la culpa no es suya. Probablemente desde el primer día que entró en esa compañía se lo han ido grabando a fuego en la cabeza: ventas, ventas, ventas. No hay clientes, hay ventas. No hay nada, si no hay ventas. Ventas y Empresa es todo lo que existe en el mundo. Porque cuando en una organización, desde arriba, se predica así, y se premian sólo los resultados económicos a final de mes, despreciando todo lo demás, no es extraño que sus empleados hagan lo que sea por conseguir esos resultados.

La perniciosa formación que se les da, desde jóvenes, a los empleados de muchas grandes empresas es equiparable al lavado mental que efectúan algunas sectas. Esa estúpida lección que enseña que lo único importante en la vida es “La Empresa” y el éxito, contribuye a fabricar ejércitos de jóvenes miserables que aún encima se creen empleados ejemplares. Lujosos fines de semana de formación, espíritu de equipo y Empresa con mayúsculas, manipulación moral y presiones personales, mentalidad de tiburones… Tengo pendiente escribir sobre estas “nuevas sectas” dedicadas a la consultoría, los seguros o la programación. Elena es, quizá, una víctima más de esa enfermiza formación profesional, que es más bien deformación.

Alguno de ustedes se estará preguntando por qué no pongo nombre y apellidos a este relato. Yo también. Aún lo estoy meditando. Pero la verdad es que no me aporta ninguna sensación especial la idea de que Elena se vaya al paro. Ni la de hundir la empresa o secta para la que trabaja. Debo reconocer que ya me he reído bastante de su incompetencia durante toda la semana.

El pasado año investigábamos unas estafas “musicales” para un reportaje de El Confidencial Musical. Nos hicimos pasar por músicos para dejarnos estafar y obtener así información más completa sobre el timo. Los estafadores eran extranjeros y escribían sus correos con ayuda de un traductor automático. Tras intercambiar multitud de mails, un buen día se hartaron de nuestros rodeos, y nos escribieron urgiéndonos a que hiciéramos, sin más dilación, una importante transferencia a su cuenta bancaria. La cuenta era de Western Unión. El traductor automático les traicionó con la palabra “Western”: “(…) es necesario que ustedes hagan mañana por la mañana la transferencia Película de vaqueros Unión”. Cierto, el traductor no mentía: nos estaban contando una buena película de vaqueros.

Con Elena nos hemos reído mucho estos días, pero nada comparable a lo de aquellos Golfos Apandadores digitales y su impávido “película de vaqueros Unión”.

 
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