De tetas y carretas

Cierto (como diría el efímero presidente del Madrí Fernando Martín), que Iker no da manopla con bola en el Mundial, porque tiene tal pájara en el nido de la cabeza, que cuando ve rondando un Jabulani cerca de su portería, parece como si le temblaran las canillas genu varum de puro acojone y se le obnubilara el entendimiento. Y cierto que su novia, por arguiñana que esté la moza (rica, rica), está todavía en edad para ser becaria acnéica y para seguir aprendiendo el oficio, en lugar de ejercer de subdirectora de deportes de la teleloca de Berlusconi.

Pero una cosa es censurar, al uno por andar atontado tirando a lelo (como si le hubiera dado un vahído), y a la otra por trepar por la enredadera periodística gracias a sus ojitos trotones, y otra bien distinta cargar contra la nena (por ser el contrapunto milagroso de la mujer barbuda del Circo Price) como lo ha hecho ese señor tan antiestético que se arroga la portavocía de esta profesión nuestra que cada día que pasa se parece más a un putiferio.

Que el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, el tal Fernando González Urbaneja, tirando de Código Deontológico inquisidor, diga que la gestión que Telecinco está haciendo de la presencia de la periodista Sara Carbonero en la Sudáfrica de Mandela es "un ejemplo de malversación de los valores del periodismo en una televisión", es como para pedir hora al psicoanalista para que se lo haga mirar.

¿Qué culpa tiene la pibona de tener la mirada más sofisticada que la Pantera Rosa y los labios de negraza zumbona made in Trópico de Capricornio? Doy por hecho que Javier Cámara y Carmen Machi estarán tronchándose de su propia estampa sin atisbo alguno de acomplejamiento… ¡Que se mueran los feos! ¡Qué mala es la envidia!

¿Quién dijo que todos somos iguales? Si acaso sólo a los ojos de Dios, porque lo que viene siendo mayormente a los ojos estrábicos de los hombres, siempre ha habido guapos y feos, ricos y pobres, listos y tontos. Y negar la evidencia, es como obcecarse en que Paquirrín (que será prota en la próxima entrega de Torrente y que no es precisamente el Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci) interprete algún día el papel de guapo oficial en una cinta del agente 007; o mismamente empeñarse en que María Lapiedra, mi vecina de escalera (que tampoco es Betty la fea, aunque las hembras devorahombres tan explícitas desatan más el miedo que la libido), encarne a Santa Teresa de Jesús.

El mundo está tan mal montado, que a las feas de remate (excepción hecha de las “mujeres gamba”), sólo les queda la salida de ser simpáticas y competentes, y a las guapas demostrar que no tienen el cerebro hueco, pues a los macho-man, si nos dan a elegir entre una rubia y una morena, siempre solemos decantarnos, no por aquella que irradie mayor belleza interior, sino por la que tenga las tetas Michelín. ¡Qué prehistóricamente simples somos!

Por mucho que se afanara Hans Christian Andersen en su patito feo, mucho me temo que la fealdad no es un hecho subjetivo, ya se ofusquen en demostrar lo contrario Pitágoras, Platón, Goethe, Hegel, Kant o Schiller.

Sólo nos iguala la muerte y el epitafio (¡Perdone que no se me levante!). Y una vez muertos, los gusanos (que antes que crisálida fueron también capullos) que nos engullirán como zampabollos de concurso de come-hamburguesas sin reparar en la guapura o feura de cara ni de body.

What is beauty? Se preguntó William Shakespeare en medio mismo de un ataque de cursilería. (…) Beauty is in the eye of the beholder (la belleza está en los ojos de quienes la contemplan). Y tú que lo veas, princesa.

 
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