Arte en la Complutense

Una exposición que muestra el patrimonio artístico de este centro madrileño, pone de manifiesto la función de las universidades en la producción y difusión de la cultura

“Detalle de la obra ‘
Camino de la sierra’, del pintor Emilio Sala Francés, presente en la exposición ‘Sabiduría y esplendor. Las joyas de la Universidad Complutense’”.
“Detalle de la obra ‘
Camino de la sierra’, del pintor Emilio Sala Francés, presente en la exposición ‘Sabiduría y esplendor. Las joyas de la Universidad Complutense’”.

Es verdad que a veces no nos damos cuenta y vagamos como desnortados, soñando con otros tiempos, otros lugares, otros paisajes. Y, sin embargo, un día inopinado nos percatamos, de pronto, que el paraíso estaba ahí, como esperándonos, escondido en la puerta de al lado, resplandeciente y colosal, como un tesoro escondido.

Algo de esa sorpresa amable -que caldea el alma y contribuye a reconciliarnos con la vida- es la que despierta en el interior de quien visita Sabiduría y esplendor. Las joyas de la Universidad Complutense. La exposición, al costado del Museo del Traje, en Ciudad Universitaria, constituye un testimonio imperecedero de la riqueza cultural que atesora un centro de estudios tan arraigado en la historia como central en la revitalización de la cultura y el conocimiento.

Una universidad no se dedica solo a entregar el testigo del saber: es el lugar donde se fecunda la inteligencia y revive la vocación estética del ser humano. Yo estaba acostumbrado a pasear por la Complu, como tantos que recorren este pulmón de Madrid para darle a su cielo ese tono tan tiernamente cinematográfico.

La Complutense, ciertamente, no es la única universidad de la capital, pero sus paredes -sus aulas, sus bibliotecas, sus jardines, sus laboratorios e incluso las viejas tarimas- rezuman sabiduría y sobre todo esa pasión por lo que nutre el alma que es indispensable para el progreso.

“Una universidad no se dedica solo a entregar el testigo del saber: es el lugar donde se fecunda la inteligencia y revive la vocación estética del ser humano”

Confieso que he pasado mi vida allí y soy parte interesada. Pero quien recoja la invitación y visite con tranquilidad las obras de Zabaleta, Sorolla o Goya seguramente comprobará que los milagros existen. Hay un grabado en el que el gran Durero recoge el anguloso y erudito perfil de Erasmo. Y otras preciosidades tan sublimes que, aunque uno sabe que han salido de mano del hombre, podríamos atribuir al quehacer de un dios benigno.

A lo largo de la historia -porque es la historia quien nos lega el conocimiento- esta universidad legendaria ha ido atesorando su compromiso con la cultura. Es esto lo que refleja la exposición, no otra cosa. Mucho de lo exhibido estaba repartido por esa constelación de edificios con olor a genialidad que es la Complutense; algunos de los bienes estaban en sitios insospechados. Pero que en una estancia cualquiera cuelguen los símbolos que expresan, con una intensa hermosura, la complejidad de nuestra condición, muestra que la cultura es parte del ADN de esta universidad.

El paraíso, pues, estaba ahí y muy pocos lo sabíamos. En pleno Madrid, desconocido, hay una suerte de enclave en donde se mezclan, como una bella encrucijada de aguas cristalinas, la pasión por el arte, los esfuerzos intelectuales y el trabajo desinteresado por generar conocimiento.

Nos hallamos en un momento cultural especialmente crítico. Por un lado, nos amenaza la distopía de un universo de silicio, con cableados infinitos. Por otro, justo en el momento que más lo necesitamos, hay pocas cosas que satisfagan nuestro anhelo por la verdad, la belleza y el bien. Desembarazarse durante unos instantes de la pantalla de los ordenadores y de los píxeles, para acercarse a las nobles realidades que cuelgan de los muros universitarios es un ejercicio terapéutico.

 

La misión del arte no es reflejar la vida. O, al menos, no solo. Como los que se dedican a la literatura, quienes toman los pinceles para emborronar la blancura de una tela tersa y pura buscan transformar el modo en que interpretamos o captamos el mundo.

“La exposición sirve para mostrar que la revitalización cultural pasa necesariamente por la universidad”

Asimismo, lo mejor que puede hacer un profesor universitario no es transmitir un conjunto muerto de conocimientos, sino hambre por el saber. Tocar, en fin, las fibras simbólicas de sus alumnos, ampliando su horizonte existencial y adaptándoles a la polifonía que irradia de la complejidad del mundo. La calidad de una universidad no depende de la cantidad de ordenadores que se instalan en un aula, sino de la fertilidad de su humus cultural. Y eso es algo que va decantando, como el buen vino, el cordial transcurso del tiempo.

La exposición de la Complutense, que estará abierta solo hasta mediados de diciembre, reúne en un único espacio la parte más representativa de un patrimonio compuesto de más de seis mil objetos. Esta iniciativa es el resultado de un arduo inventario realizado a base de visitas a facultades y depósitos. Un magnífico retrato de Cisneros, fundador de la Universidad, recibe al visitante. Pero hay algunos bienes entrañables, como una imagen de María Isidra de Guzmán, la primera doctora universitaria de nuestro país.

La exposición sirve para mostrar que la revitalización cultural pasa necesariamente por la universidad. Y es que esta es una institución imprescindible para el avance científico-técnico, pero también es precisa para la difusión de todo aquello que es digno de preservarse. ¿No es eso, en el fondo, lo que nos define como seres culturales?

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