La feliz costumbre de llevar un diario

A veces pensamos que la felicidad es que nos ocurran cosas increíbles, pero quizá la encontremos escondida en el día a día. Solo falta que tomemos conciencia de ella

“Vivir es experimentar nuestra biografía y dejar en ella hueco para lo memorable”.
“Vivir es experimentar nuestra biografía y dejar en ella hueco para lo memorable”.

Hay una costumbre que nunca consigo que arraigue en mis días: la de llevar un diario. Desde que era pequeño, hay cuadernos por casa que comienzan con el consabido “querido diario”, seguido de dos o tres frases, unas cuantas fechas y el resto de las páginas en blanco.

Un filósofo italiano lúcido -aunque con fama más escueta como consecuencia de unas declaraciones desafortunadas sobre el Covid- comentaba en uno de sus libros que el principal problema de hoy es el de la falta de experiencia. Para Agamben, en efecto, las cosas van muy rápido y carecemos de asideros existenciales de modo que los sucesos nos resbalan o pasan por nosotros sin pena ni gloria; por desgracia, tampoco contamos con esas fotos amarillentas en el cajón para recordar lo acontecido.

Vivir es experimentar nuestra biografía y dejar en ella hueco para lo memorable. Por eso, exige un propósito y también volver sobre lo realizado, no solo con la intención de examinarse, sino con la de tomar conciencia de lo que nos pasa. Eso puede tener lugar mediante la rememoración pausada, pero ayuda mucho poner por escrito tanto lo que ha ocurrido como lo que los eventos suscitan en nuestro interior. Las resonancias del día a día, pues. Gracias a ello, podemos vivir en primera persona.

“Las cosas van muy rápido y carecemos de asideros existenciales de modo que los sucesos nos resbalan o pasan por nosotros sin pena ni gloria; por desgracia, tampoco contamos con esas fotos amarillentas en el cajón para recordar lo acontecido”

Mi amigo Rafa ha publicado hace unos meses un libro-diario en el que recoge lo que germinó en su vida durante el año pasado. Su lectura me ha ayudado mucho por varias razones. Primero, porque con su prosa y vida sencilla muestra a la perfección por qué el ser humano no debe esperar una vida espectacular, tensa, frenética, llena de focos y emociones. Que lo pequeño es hermoso y tiene un valor en sí incalculable.

Rafa es escritor -bueno, es “el escritor” porque emborrona cuartillas a velocidad increíble y ha publicado tantos y tan variados ensayos que nadie puede seguir su estela- y pasa sus días enganchado a costumbres que abarrotan sus jornadas de profundidad y lucidez. Escribe, lee, piensa, queda con amigos, escucha música, pinta. Es uno de los pocos hombres libres que quedan porque, además de hacer lo que le da gana, lo hace sacando jugo espiritual a esas actividades y sin tener en cuenta lo que los demás opinen.

Le pasa un poco lo que a Asimov, quien en sus memorias contesta a esa pregunta que los prolíficos siempre tienen que atender: “¿cómo ha hecho usted para escribir tantos libros?”. Quien no conozca a Rafa o las memorias del maestro de la ciencia ficción podría pensar que luchan contra la adversidad o siguen unos horarios ascéticos, encadenándose a la silla como a veces se cuenta de Balzac o Víctor Hugo.

Nada más alejado de la realidad: son buenos y meticulosos “hedonistas” que hacen lo que más disfrute les produce. De hecho, gozan de la vida porque han convertido afortunadamente sus hobbies en su trabajo. Eso no quiere decir que todo en el proceso creativo sea un camino de rosas, pero ya decía Asimov que a él le gustaban los días lluviosos porque así no había excusa y podía disfrutar todo el día… escribiendo, claro.

Uno pensaría que no tendría ni interés ni sentido vivir una vida alejada de las redes o dedicada al saber y la escritura. Centrada en el proceso más que en el éxito. Pero leyendo el diario de Rafa he descubierto que no hay mayor logro que el de cultivar el placer de sentirnos vivos espiritual e intelectualmente. Al ahondar en sus días y leer sobre sus paseos por el Retiro, sobre las comidas con sus incontables amigos, sobre sus variopintos intereses -desde el flamenco a la gastronomía-, me doy cuenta de que pasa unas tardes increíbles.

 

Tras leer su último libro, me he animado a retomar la costumbre del diario. No es necesario ser de la estirpe de los escritores. Mi amigo Fernando me ha contado que su padre acumula cuadernos en una estantería y consultándolos puede escribirse su biografía sin dejarse nada en el tintero.

“Entiéndase bien: no se trata de apuntar en el diario lo memorable, sino de tomar conciencia de que escribiendo y reflexionando sobre lo que nos ha pasado transformamos en memorables nuestras vidas”

Quizá no deba ser exigente y es mejor que no aspire a imponerme un ritmo demasiado estricto. Me gustaría recordar de vez en cuando lo vivido para recuperar el control sobre la experiencia y no ver que mis días transcurren desde la barrera, llevado por las oleadas de las obligaciones, las responsabilidades y las urgencias.

No se trata de tomar nota ni de consignar los detalles, levantando acta de las jornadas con la exhaustividad de científico. Nada de eso: quizá basten con dos o tres frases y otro día sea suficiente con un dibujo. Tal vez lo mejor sea pegar en las páginas de un cuaderno la entrada al concierto que asistimos o el trébol encontrado. A lo mejor es más sencillo escribir al vuelo porque el diario es algo para uno y no hay ni normas ni estilo ni etiquetas que valgan.

Entiéndase bien: no se trata de apuntar en el diario lo memorable, sino de tomar conciencia de que escribiendo y reflexionando sobre lo que nos ha pasado transformamos en memorables nuestras vidas. En fin, escribir como terapia y curarnos de nuestros miedos, poniendo también nombre a los deseos y anhelos, cultivando cada día nuestra voluntad de ser felices. Como Rafa y Asimov. Como el padre de mi amigo Fernando.

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